Vacuum (Christine Repond)

Vacuum afronta los cambios vitales de una mujer madura a través de su pelo. Como si nos hablara de la vulnerabilidad de Sansón (que se escondía en el mismo lugar que su fuerza), vemos a Meredith en distintas escenas relacionar directamente su estado de ánimo con el trato que se da a su melena. Vemos cómo maquilla el paso del tiempo con el tinte que cuidadosamente aplica su marido para esconder las incipientes canas, un momento de intimidad relajado, pleno de confianza, de absoluta desnudez; nos encontramos en una peluquería donde dan una nueva forma a su cabello, un corte distintivo y purificador ¿una forma de aceptar esos cambios o de acallarlos? En ese caso el marido opina, a una prudente distancia, sobre el acierto del peinado como un modo de desviar sus propios pensamientos. Christine Repond es consciente de lo vacío del gesto, de la relativa importancia del pelo para el propio cuerpo en comparación con la que nuestra mente es capaz de hacerle reflejar. Esconde en hechos narcisistas algunos de los estados más potentes de Vacuum: nos permite reconocer la estabilidad en una relación longeva o liberar la frustración de la misma sin recurrir a la palabra, solo aproximando la cámara sin límites al cabello de la protagonista.

En la película de Christine se trata un drama de dimensiones épicas en un entorno acomodado, evitando en todo momento subrayar la lágrima fácil, el grito lastimero con el que una persona en plena jueventud hubiese afrontado una enfermedad impuesta. El amor tiene más pasos que dar después de un explosivo inicio, y con esa idea partimos de los planes para crear una gran fiesta en la que recordar esos 35 años que lleva la pareja protagonista creando su hogar. La confianza se traduce en comodidad y aunque no somos capaces de ver los extraños, pronto surge a la luz lo que se esconde tras el silencio aparentemente cómplice que hay entre ellos. Con esto Vacuum se muestra más centrada en hablar de ese momento en el que pequeños secretos y deseos se convierten en realidades para los individuos que forman cada pareja y lo hace con un tono frío —espacios amplios, colores grisáceos, ropa de formas sencillas, el mismo invierno—, pero también se empeña en acercarnos mucho a la poca intimidad que queda, ya sea entre ellos o en la soledad de una Barbara Auer que construye gracias a su aspecto meditabundo y preocupado a una mujer vulnerable pero valiente.

Ese afán por aproximar el drama tanto como la cámara le permite a la directora nos enfrenta desde una posición intrusista, con la intención de no poder apartar la mirada cuando se atreve a dar forma al reproche en escenas donde se rompe totalmente la burbuja que delimita lo que solo a uno le compete, desnudando física y socialmente a una pareja que se encuentra con algo que, sencillamente, no pasa en las sociedades primermundistas, al menos no de cara al público siempre que se pueda recurrir al engañoso silencio en este juego de apariencias.

Llega el momento en el que decidir si la crudeza será la constante o la puerta de salida, así que Vacuum también sabe reconstruirse para que Meredith sea una mujer comprometida con el mundo y sus intereses, capaz de pasar de la rabia a la aceptación y reconciliarla con sus propios deseos. En ese sentido la directora es generosa y, fiel al sigilo que acompaña a su protagonista, permite pausar el tiempo en sus reflexiones para asumir un apartado amable, puede que con la intención de transmitir un mensaje mucho más potente del que se percibe, sobreponiéndose a la tristeza que destila todo el film.

Vacuum está repleta de constantes que repetir con la intención de comprender el antes y el después. Pero la que realmente nos marca es su capacidad de interpretar todas las palabras que no se dicen. El vacío expresa con mayor contundencia que la idea inicial que creímos que trataba la película, siendo finalmente una excusa con la que compartir los distintos tsunamis que cualquier relación puede afrontar a lo largo de toda una vida, buscando el lugar en el que decir «yo» para sumarlo al «nosotros».

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