The Last Ones (Veiko Õunpuu)

Working Class Hero

Resulta llamativo cómo lugares distantes comparten similitudes en cuanto a los desafíos que soportan sus habitantes, por la amenaza del fin de sus modos de vida con la llegada del progreso como expresión de la economía extractivista. Ya sea en la Cataluña rural de Alcarràs (Carla Simón, 2022) o la estepa mongola de Queso de cabra y té con sal (Veins of the World, Byambasuren Davaa, 2020) las consecuencias son parecidas en cuanto al fin de los medios de subsistencia de la población local y los efectos transformadores sobre el entorno. Algo similar sucede en los paisajes que sirven de ambientación a la historia de The Last Ones (Viimeiset, Veiko Õunpuu, 2020), que se perciben como los de la última frontera. Con ellos se establecen las bases de un ‹western› contemporáneo europeo en un territorio plagado de tráileres y contenedores —que sirven de hogar en permanente estado de transitoriedad para todos los trabajadores de una mina—. Por un lado se enfrentan a las cada vez más peligrosas prospecciones y, por otro, a la negativa de los pastores de permitir la perforación del subsuelo en otras direcciones más seguras, mientras soportan los continuos temblores de tierra de las explosiones controladas.

En los instantes iniciales ya se definen estas tensiones subyacentes generales entre mineros y lugareños, pero además surgen otras individuales. Rupi (Pääru Oja) —que vive de la mina, distanciado de su familia de criadores de renos— se interesa por Riitta (Laura Birn), la esposa de su amigo Lievonen (Elmer Bäck). Además, el propietario de la mina Kari (Tommi Korpela) se fija también en ella. Este doble triángulo amoroso sirve de eje narrativo en una historia coral que se desarrolla en el centro de una mirada más global y costumbrista, que explora el día a día de esta colección de individuos en un lugar aislado del mundo, definiendo toda una micro-sociedad con sus propios rituales y convenciones. El aspecto fronterizo se subraya con las referencias a la proximidad de Suecia y los viajes que Rupi realiza para trapichear con drogas como negocio en los márgenes de la explotación. La estructura en episodios intenta proporcionar un interés mayor por el desarrollo de personajes, pero su mirada externa y alejada de cualquier aspecto psicológico dificulta la posibilidad de entender sus acciones y motivaciones, debido a una deliberada obsesión por ocultar información al espectador, eludiendo también cualquier posibilidad de interpretación simbólica.

Esta decisión provoca ciertas contradicciones en su dispositivo formal, que afloran cuando en su tramo final la cámara comienza a fijarse en el paisaje helado y de colores fríos en planos generales con objetivos demasiado obvios. También en las texturas del terreno en las inmediaciones de la mina. La tundra sirve de expresión del vacío de los protagonistas, que viven una vida sin opciones, encerrados en los claustrofóbicos espacios abiertos que no llevan a ningún lugar, rodeados de una violencia soterrada que parece siempre a punto de estallar. La cámara en mano sigue de cerca a los personajes manteniendo los planos y aportando una perspectiva de gran realismo —que ayuda a construir además una tensión dramática de gran autenticidad por momentos—.

Pero los toscos recursos expresivos para compensar sus carencias en su crítica al capitalismo, la utilización de montajes musicales de finalidad artificiosamente poética y la ridícula aparición de una versión de la mítica canción Working Class Hero de John Lennon desequilibran por completo el tono en múltiples ocasiones. El director quiere dar una lectura tan evidente y unívoca de sus intenciones que, lejos de justificarlas, las deslegitima dentro del hermetismo y la gravedad de su narración o el histerismo desproporcionado de algunas secuencias. Tampoco ayuda que no exista un punto de vista riguroso en su desarrollo —mucho más lineal de lo que su estructura quiere aparentar—, que nunca acaba de abordar la dimensión política de su argumento y se enreda en un entramado amoroso de tintes “culebronescos”. Acaba con tantos finales inconclusos y redundantes como personajes inicialmente generaban el interés de la cámara: el conflicto de la venta de la mina a inversores chinos, la huida de Rupi y Riitta y un absurdo suicidio con dinamita como colofón, que establece una analogía innecesaria, grotesca y absurda en sus resonancias discursivas de lo que supone para los pastores de renos abandonar sus tierras para beneficio de la mina.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *