The Grandmaster (Wong Kar-wai)

Ríos de tinta han corrido sobre el nuevo trabajo de Wong Kar-wai, que tras su primera incursión en el cine de habla inglesa volvía con un proyecto de envergadura, tal que ha llevado al cineasta chino a tomarse un periplo de seis años (intercalando un par de cortometrajes entre su último largometraje y este) para llevarlo a cabo, algo que no había sucedido anteriormente, pues el mayor trayecto entre un proyecto y otro ascendía a cuatro años, cuando tras Days of Being Wild no volvería hasta casi un lustro más tarde con, casualmente, otro «wu xia», Este contraveneno del Oeste. De todo lo escrito sobre The Grandmaster han destacado las interminables vueltas a la sala de montaje por parte del autor de In the Mood for Love, que tras un largo recorrido no encontró lugar para el estreno hasta la pasada edición de la Berlinale.

The Grandmaster

Atendiendo a un aspecto como ese, se podría llegar a pensar que en The Grandmaster el ya consagrado autor no había logrado dotar del equilibrio necesario a un nuevo título sobre la figura legendaria de Ip Man, pero lo cierto es que no es así: las horas en la sala de montaje no han pasado factura a la versión definitiva del proyecto. Sí hay, no obstante, otro aspecto que difiere en cierto modo del cine de Wong Kar-wai; exceptuando su última aportación (una My Blueberry Nights que se dirigía a un público más mayoritario), sus films se moldeaban entorno a un componente, el del ritmo, que no cedía a los distintos pasajes o giros que la historia pudiese poseer, marcando de este modo un tono que ha caracterizado en mayor o menor medida la obra del chino.

No es que en The Grandmaster se rompa ni mucho menos el influjo de su cine, y se puede afirmar que con apenas unos segundos de visionado del film la presencia de Kar-wai tras las cámaras queda delatada, pero sin embargo, sorprende en cierto modo que la historia posea un peso más específico que uno de los elementos centrales de su trabajo. De todos modos, ello atiende a una razón más que lógica, y es la continuidad de un relato que nos lleva a través de diversas etapas entre la China imperial y la República de China, siendo conducido así a través de diversas elipses e incluso crónicas que no atañen directamente a la figura de Ip Man «per se», sino a otros personajes en los que el cineasta pone especial atención por la relación mantenida con el propio maestro cantonés.

Es fácil anticipar que The Grandmaster no tendrá demasiados paralelismos con la versión dirigida por Wilson Yip en 2008, donde el acrobático Donnie Yen se encargaba de hacer las delicias de los fans del cine de acción, pero además de ello resulta más sugestiva esta versión de la historia dirigida a una audiencia no tan occidental, en la que como es obvio Wong Kar-wai no olvida incidir en aquellos temas que han obtenido siempre presencia en su filmografía. En ese sentido, se entiende que el relato esté escindido y que, además de la presencia del ya mentado Ip Man, siga las peripecias tanto de Gong Er, hija del maestro que concedió a Ip Man el testimonio como heredero del sur de China en su clan, como de El Navaja, otro de los grandes maestros de artes marciales de aquella etapa.

The Grandmaster

Con esos tres personajes como base de un trayecto que difícilmente puede centralizar determinados aspectos, Kar-wai sabe como moldear a la perfección un film en el que decanta sus posibilidades a medida del avance del mismo: tanto para hablarnos de la relación mantenida entre Ip Man y Gong Er, como para hacer lo propio sobre el arte marcial como un estilo de vida en el que la disciplina no parece dar paso a otras facetas. Para ello, se apoya en el periplo de Gong Er, que tomará un cauce especial tras la muerte de su padre y el juramento de venganza por parte de su hija, aunque su progenitor ya hubiese advertido el particular carácter de la muchacha, donde una victoria o una derrota no dejaba rastro a los sentimientos o relaciones humanas.

Por otro lado, sabe encontrar en el relato —que quizá queda más desligado del resto, aunque no por ello exento de interés— de El Navaja una línea paralela a través de la cual explorar algunos de los preceptos de las artes marciales, que incluso Ip Man deja entrever en algún que otro diálogo —como el momento en que afirma que el kung fu no se puede equiparar a un espectáculo callejero—, y no parecen admitir equiparación entorno a la concepción de juego o distracción. Pese a la cohesión con el discurso restante del film, la fuerza entorno a la historia de ese personaje no es precisamente la necesaria como para que ese pequeño fragmento no pierda parte de sus capacidades ante episodios mucho mejor madurados y establecidos por Wong Kar-wai.

Como no podía ser de otro modo, las coreografías también poseen su protagonismo en The Grandmaster, y es que un film sobre la figura de Ip Man no se podría concebir sin la dosis necesaria de escenas de acción. Como venía sucediendo en los últimos títulos de «wu xia» (que desde Tigre y dragón ha dejado piezas como Hero o La casa de las dagas voladoras), las escenas poseen cierto componente barroco, aunque en esta ocasión afianzados en una realización que se cimienta en los pequeños detalles (ese modo de llenar y vaciar espacios, la intencionalidad de las coreografías dependiendo de hacia donde se dirigen estas, e incluso la interacción con elementos secundarios), y que encuentra en la mano maestra del autor de 2046 el complemento perfecto para rozar la excelencia.

The Grandmaster

En el caso de The Grandmaster, la perfección no se atisba tanto en lo técnico —que también—, sino en un perfecto manejo de componentes a través de los que Wong Kar-wai es capaz de hacer olvidar al espectador lo recargado de algunas peleas, incluso cuando las gotas y charcos de agua llenan un escenario cuasi impracticable. En esa misma senda se mueve la recreación realizada, que más allá de contemplar un notable trabajo en esa faceta, se engarza en el ideario habitual del chino, donde esas imágenes tan cuidadas y las armónicas composiciones dejan un rastro único capaz de fundirse en un todo con secuencias que, hasta ahora, eran difíciles de concebir en un cine como el de Kar-wai.

No obstante, más allá de la (esperada) perfección formal, Wong Kar-wai consigue, a través de esos pequeños retales con los que va urdiendo la historia, capturar momentos tan tristes, bellos y especialmente certeros en esta obra donde más de uno se preguntaba como iba a engarzar el director las constantes mostradas en anteriores trabajos. Su sensibilidad, fuera de toda duda, había dejado instantes que quebraban el tiempo y, en el extraño tumulto que supone una cita como The Grandmaster, vuelven a cobrar vida. Porque si el kung fu es un camino a recorrer sólo para llegar al cenit de una creencia, de un modo de entender el periplo vital, ¿dónde quedó el sentimiento? Nada mejor para comprenderlo que sumergirse de nuevo en el cine de un autor que se añoraba, quizá tanto como Gong Er anhelando y casi lamentando esos momentos pasados que, como todo en esta vida, resultan inamovibles. Como en esa partida de ajedrez que marcó nuestros destinos.

The Grandmaster

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