Thalasso (Guillaume Nicloux)

Guillaume Nicloux dirigió ya hace más de un lustro El secuestro de Michel Houellebecq (2014). Se trataba de una mezcla entre falso documental y una aproximación metatextual a la figura del controvertido y prolífico escritor francés. En la trama se elaboraba una explicación ficticia de su supuesta desaparición en la realidad en septiembre de 2011 durante la promoción de su última novela, El mapa y el territorio. Un grupo de criminales de poca monta le secuestraba exigiendo un rescate. Una situación que daba pie a humor absurdo y a la paradójica dinámica entre rehén y captores, que permeaba el metraje con el carácter peculiar del autor mientras desarrollaba cierta mirada crítica sobre la política y la sociedad del país. Ahora llega Thalasso a modo de continuación de aquella propuesta y siguiendo sus líneas establecidas, pero solventando algunos de los principales lastres de la primera, como una fuerte sensación de reiteración en los gags y la naturaleza excesivamente anecdótica de los diálogos. La acción de Thalasso transcurre en un ‹spa› de Cabourg donde Houellebecq se somete a un tratamiento de talasoterapia —la utilización del clima, el agua y diversas terapias marinas para mejorar la salud—. Allí coincide con Gérard Depardieu, que también se interpreta a sí mismo.

Nada es permanente, ni siquiera la muerte. La rutina de los los distintos procedimientos de cura diarios con algas, barro, chorros a presión e incluso de crioterapia da pie a un conflicto constante del protagonista con los límites de su estancia y los repetidos intentos de transgredir la normas del lugar y su dieta en esos no-lugares. Los espacios como la habitación, el restaurante, la piscina o las inmediaciones del hotel se introducen siempre con alguna característica específica o personaje que provocan comentarios o momentos cómicos en el transcurso de las interminables conversaciones de los recién conocidos, dos figuras polémicas en la esfera cultural de Francia con una visión muy personal del mundo que se van exponiendo el uno al otro en sus interacciones. Depardieu como catalizador del caos, como destructor de cualquier atadura y una especie de pozo de sabiduría que observa todo desde unas exageradas demostraciones de experiencias a lo largo del tiempo que trascienden lo paródico de su percepción pública. Houellebecq a modo de figura etérea y estoica, portador de un insigne cinismo que dirige contra todos los aspectos sociales, políticos y religiosos, que permite al director exhibir un cuestionamiento constante de las normas, las jerarquías éticas y de cualquier tipo, las opresiones externas y las represiones que uno mismo impone sobre si mismo y que nos impiden disfrutar de la vida, de abandonarnos simplemente al ser y al hedonismo.

La referencia a la verdad es más importante que la verdad. Nada es lo que parece, pero la misma apariencia desvela más de sus intenciones y su esencia de lo que podría desvelar voluntariamente. Nicloux sigue al protagonista de cerca y simula ese intento del formato documental por percibir todo lo que sucede sin que nada quede fuera de plano con un de estilo de cámara en mano y multicámara, definiendo por completo la construcción formal de Thalasso. Todo el pasado y el mundo exterior de los personajes parece poco a poco filtrarse en el hotel y sus estancias. Incluyendo a quienes llevaron a cabo el secuestro en la película previa. Sin embargo, la rigurosidad con que el paso del tiempo y los espacios definen la estructura narrativa del film permiten expandir el alcance de sus reflexiones más allá de sus paredes y como una profunda introspección existencialista, nostálgica y pesimista por momentos, que se ríe del absurdo temor del ser humano a su propia mortalidad. Esto marca bastante el permanente sentido de conclusión de la cinta —presente desde el primer instante con un texto que marca una cuenta atrás de los días que faltan para que suceda algo por determinar—, siempre envuelta en un tono amargo pese a sus constantes juegos con el sarcasmo, el equívoco y lo escatológico. La obra no duda en exponer abiertamente su naturaleza tanto de farsa como de híbrido entre la realidad y la ficción, que bien podría encarnar la posibilidad de que Sylvester Stallone paseara desnudo por la misma playa próxima donde lucharon las tropas aliadas durante la Segunda Guerra Mundial o de unas maletas amontonadas en una habitación que quizá formen una instalación artística de gran valor.

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