Notas sobre el cine de la crueldad
¿Qué hacer con la crueldad? Esa es la pregunta alrededor de la que muchos cineastas contemporáneos están articulando su filmografía. Sucede, sin embargo, que el carácter abstracto de dicha crueldad, la inconcreción desde la que la trabajan los directores, además de impedir que puedan decir algo sobre sus especificidades, causas, motivaciones y consecuencias, también facilita que la reproduzcan debido a la banalidad que caracteriza los modos en que la filman. Surge así un cine de la crueldad que prefiere acatar los propios códigos del horror y amplificarlos para convertir la realidad en un teatro sensacionalista antes que pensar en ella desde una perspectiva verdaderamente crítica: la provocación y la conversión de la violencia en un espectáculo amarillista a través del que provocar emociones viscerales en los espectadores constituyen el núcleo duro de sus imágenes. En Subsuelo, la crueldad está presente en todo momento, aunque a veces aparece atenuada y otras se muestra en toda su arrebatada visceralidad. Ya en la escena de apertura, el personaje interpretado por Diego Garisa utiliza su móvil para grabar sin su consentimiento a su hermana y a un amigo; el uso de la cámara para entrometerse constantemente en la intimidad ajena convierte la cotidianidad en material susceptible de ser utilizado para el chantaje. Las conversaciones, miradas y gestos de los personajes son fiscalizados y puestos bajo sospecha. Cualquier cosa que hagan puede desvelar una faceta de su intimidad que hasta el momento había permanecido en secreto. Las imágenes grabadas por Fabián incomodan —al principio— e inquietan y atemorizan —después—: una cámara es, en Subsuelo, una perfecta herramienta de tortura.
El uso de las imágenes como medio a través del que impartir violencia, la posibilidad de utilizarlas como un artefacto objetivador o como una mirilla digital a través de la que acceder forzosamente a la privacidad de alguien es una realidad en la que algunas películas ya han indagado. Stranger Eyes (2024), por poner un ejemplo reciente, reflexionaba sobre dichas implicaciones negativas de la imagen a partir de una puesta en abismo en la que no eran los sueños de los personajes los que sustituía en pantalla a la realidad, sino las fantasías voyeristas que sólo podían cumplir parcialmente gracias a las grabaciones en vídeo. La crueldad —en este caso involuntaria— a la que se sometían no encontraba un reflejo en la puesta en escena de la película, puesto que esta, en todo momento, se distanciaba de los gestos violentos para adentrarse en los deseos de los que surgían y en las heridas que provocaban. Fernando Franco hace todo lo contrario y convierte las propias imágenes de Subsuelo en una extensión de las imágenes que Fabián utiliza para dañar y chantajear a Eva: los espectadores presencian la mayoría de acciones violentas a través de unos vídeos que, en el instante mismo en el que son grabados, se convierten en un pretexto para la extorsión. La imagen es un medio de realización de una fantasía violenta, y cada plano de la película es un eco, una reminiscencia que pone la moral en pausa para que la fantasía alcance su éxtasis.
El problema de Subsuelo no radica en el hecho de que Fernando Franco no juzgue a sus personajes, sino en su decisión de poner en escena las fantasías del victimario sin ningún tipo de distanciamiento o perspectiva crítica; de hecho, al omitir en un primer momento sus acciones, al reservarlas en un fuera de campo inicial, lo que hace es revestirlas con un halo de misterio para que, así, en el momento en que hagan acto de presencia, los espectadores las vean como la resolución de un atractivo enigma y no como la extensión narrativa de una violencia ficticia. En pocas palabras, el director se conforma con darle un argumento a las fantasías agresivas de uno de sus protagonistas, con construirles un escenario en el que se puedan desarrollar sin interferencias y con diseñarle un decorado y un vestuario que les concedan una —falsa— legitimidad estética. Serge Daney escribió que «el estudio del racismo no es racista, así como el conocimiento del azúcar no es azucarado». Lo mismo podría decirse de la crueldad: que una película la convierta en su tema de estudio no la vuelve una obra cruel; que la reproduzca con delectación, como hace Subsuelo, sí.








