Cuando Kimura es atropellado, su amante Watako observa la escena en silencio y, al tratar de llamar una ambulancia, se ve incapaz de articular las palabras y decide no dar las indicaciones a emergencias, con la esperanza de que lo haga otro. Poco tiempo después, Watako se entera del fallecimiento de Kimura e inicia un proceso de duelo largo y complejo, que su sentimiento de culpa por lo ocurrido, la carga de la infidelidad y la convivencia cada vez más agotada con su marido Fuminori dificultan todavía más si cabe.
Sigue volando, el segundo largometraje del director japonés Takuya Katô y cuyo título hace referencia al impulso de deshacerse de la carga que aqueja a su protagonista, es paradójicamente una película en la que esta se encuentra atrapada en la inacción y en el bloqueo emocional, incapaz de exteriorizar sus emociones o de rendir cuentas con sus propias tribulaciones. Esta situación provoca que, en la mayor parte de un metraje exclusivamente dedicado a ella y a su punto de vista, Watako aparezca como un personaje frío, que no expresa apenas nada, y que parece estar caminando constantemente sobre una cuerda floja mientras mantiene esa fachada.
Pese a que la intención narrativa de la cinta es clara, no es fácil hacer funcionar un mecanismo de minimalismo y contención expresiva como el que propone, y no es fácil tampoco para la actriz dar los matices adecuados a su interpretación para transmitir la fragilidad que se oculta tras su pose impasible. Aunque Mugi Kadowaki realiza un trabajo notable tratando de desentrañar a un personaje bastante complejo a nivel expresivo, si la cinta funciona y me transmite con eficacia esas sensaciones es, en gran medida, por el trabajo visual. Una Watako que apenas cambia el gesto por estar reprimiendo algo que tarde o temprano va a explotar no puede por sí sola transmitir la variedad de emociones que genera una calle vacía de noche, con la cámara moviéndose lentamente a través del espacio y dando la sensación de que se está habitando ese espacio pero no se está viviendo realmente ahí. Sigue volando es buena en la medida en la que entiende los espacios y la sensación de vacío que generan para transmitir que la protagonista se encuentra fuera de lugar, y en ese sentido la desconexión que transmiten esas secuencias hace de ella una cinta muy efectiva para transmitir todas esas emociones.
En general, creo que la película sale muy bien parada de su experiencia minimalista, a pesar de que el protagonismo del emplazamiento de cámara en la generación de estas sensaciones desluzca en mi opinión ligeramente el papel de la actriz, que es solvente pero en mi opinión no lo suficientemente elocuente por sí solo como para contener la complejidad de su arco narrativo. En ese sentido, considero que Katô sabe utilizar bien todos sus elementos de puesta en escena para no cargar en exceso la responsabilidad en Kadowaki, a pesar de que la historia orbita constantemente en torno a ella, y conducirla a una interpretación finalmente muy eficaz y pertinente para lo que quiere contar, una premisa sencilla y mundana que esconde emociones muy difíciles de representar en pantalla. Desde el dolor y sobre todo la incertidumbre de la pérdida hasta la sensación de no pertenencia a un mundo que ha perdido el sentido cuando otra persona no está; desde el hartazgo pasivo de un matrimonio en el que todo se siente aburrido y decadente (las escenas de Watako con su marido son de mis favoritas de la cinta) y la motivación renovada al escapar de ese entorno a través de la infidelidad, hasta el doble remordimiento que erosiona la conciencia de su protagonista, por haber dejado morir a su amante y por tener un amante en primer lugar.
Sigue volando es una obra difícil de abordar y tal vez de disfrutar, probablemente no ideal y demasiado hermética en tramos, pero transmite y cala en muchos sentidos, y creo que en último término está a la altura de los desafíos narrativos que afronta. Cuando, hacia el final de la misma, las emociones que llevan acumulándose todo ese tiempo pueden salir a la luz, el momento es memorable por la potencia expresiva y por la sinceridad genuina de sus personajes; pero todo esto no tendría sentido sin un trasfondo de más de una hora de conversaciones inanes, silencios elocuentes y una protagonista que proyecta las turbulencias emocionales por las que pasa a través de una expresión vaciada y de la sensación constante de encontrarse flotando en entornos a los que no pertenece del todo.
