She Dies Tomorrow (Amy Seimetz)

Si comentábamos en otro texto la oportunidad de Sea Fever como reflejo de las contradicciones en las reacciones del individuo frente al colectivo en un contexto de pandemia, She Dies Tomorrow nos viene a poner un contrapunto al respecto. En este caso el individuo infectando tan o más poderosamente que el virus a través de sus obsesiones compulsivas al respecto de su muerte.

Y es que, aun sabiendo que tarde o temprano la muerte es inevitable (aunque como decía Punset «No está demostrado que me tenga que morir») no es este un conocimiento que de alivio, todo lo contrario. El conocimiento de tal evento pone en marcha mecanismos de angustia, soledad, desesperación, reflexión al respecto de la vida y también un cierto conformismo, que no exactamente aceptación, ante tal suceso.

En She Dies Tomorrow, Amy Seimetz trata de transmitir todas estas sensaciones concentradas en una noche y en como un personaje puede transmitir esa angustia existencial a un grupo de gente que, individualmente, deberá tomar sus propias decisiones y asumir el hecho a su manera. De ritmo moroso y obsesivo, el film transita entre iteraciones, murmullos y silencios en una propuesta tan arriesgada como, reconozcámoslo, agotadora.

No obstante, Seimetz consigue que el efecto vírico del film traiga consecuencias tanto en la profusión de un humor tan negro como desencantado como en pasar de una única perspectiva a la multiplicidad de reacciones ante la llegada de la muerte. Con ello, el film gana perspectiva(s), y una humanidad que se trasmite más allá de la sensación primigenia de locura unipersonal. Unos sentimientos que se expresan acertadamente a través de una paleta de colores muy contrastada pero efectiva y unos tiempos muertos que, si bien pueden llegar a ser exasperantes, tienen su recompensa en la digestión a posteriori del visionado del film.

Seimetz juega pues con conceptos que van desde el terror vírico a la expansión colectiva de la paranoia en modo Cronenberg y a un cierto despedazamiento sardónico del mundo burgués que nos acercaría de alguna manera al mundo Buñuel. Una combinación de difícil encaje y que o siempre resulta del todo redonda, acusando sobre todo la ya comentada morosidad del ritmo y también un exceso de subtramas que no aportan más que subrayado a una idea que ya había sido suficientemente bien expuesta.

Estamos pues ante una muestra híbrida de ‹body horror› fuera de campo que en su discurso expone y disecciona nuestros miedos más ocultos ante la llegada de la muerte y explora con bastante precisión el cómo una idea puede ser infecciosa y cómo el factor humano está siempre presente a la hora de reaccionar ante ella.

Una muestra de cine independiente (otro acierto en la producción de Benson & Moorhead) de género cuyo pulso en pantalla muestra una frialdad aparente con sus personajes más propia de la entomología que del humanismo. Un análisis microscópico que sin embargo se torna en curiosidad cariñosa a medida que el virus se expande y deja de ser una cuestión vírica o psicológica para entrar en el terreno de la filosofía. Un film denso pero que, sin duda, ofrece tantas recompensas visuales como ideas para la reflexión posterior.

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