Sesión doble: Nazareno Cruz y el lobo (1975) / Lobos humanos (1981)

La figura del licántropo llega por primera vez a la sesión doble en un espacio donde reivindicar dos grandes títulos de una temática a menudo compleja de manejar, es por ello que nos dirigimos a la única incursión en el género de Leonardo Favio con su Nazareno Cruz y el lobo, así como a uno de los títulos destacados del subgénero en cuestión, el único largometraje de ficción que firmara Michael Wadleigh a inicios de los 80 con Lobos humanos.

 

Nazareno Cruz y el lobo (Leonardo Favio)

Aunque muchos recuerdan a Leonardo Favio más por sus baladas románticas de la década de los 70s que por sus películas, hay que insistir que su talento fílmico lo convirtió en un referente del cine argentino de todos los tiempos por ser un autor con originalidad estética y sensibilidad en el tratamiento de determinados temas.

Su virtud destaca en saber que podía representar en la pantalla grande dramas de fuerte contenido social, a través de una manifestación cinematográfica que buscaba denunciar o posicionar algunos comportamientos humanos y sus respectivos contextos sociopolíticos.

Pero, en 1975, Favio incursionó en el género fantástico y lo hizo con una curiosa variante de la famosa leyenda del hombre lobo. Para el efecto, se basó en la historia del monstruo Lobizón que, según cuenta la mitología guaraní, se convierte en el séptimo hijo varón de una familia cuando llega a la adolescencia.

La atmósfera de terror que se intenta estructurar en el film es contrapuesta por una relación amorosa llevada a extremos. Para el acentuado tratamiento de la pasión destaca el uso del recurso de la imagen con una potente ambientación sonora que incrementa la intensidad de las escenas. Se trata de la composición Soleado, de Ciro Dammicco (que luego popularizaría en el mundo hispano el cantante español Manolo Otero con el tema Todo el tiempo del mundo).

Nazareno Cruz y el lobo fue estructurado con algunas vertientes artísticas. Se utiliza el realismo mágico en la representación escénica y hasta en los diálogos. Traza una ficción enrarecida con elementos expresivos propios y otros que están arraigados en la cultura popular. Además, el filme está rodeado de una atmósfera promisoria que anticipa la tragedia de sus principales personajes. Hay un constante dilema en seguir amando y dejar de ser humano o evitar la maldición para seguir siendo una persona normal.

Favio acierta en la representación de los personajes. Convierte las interpretaciones en una fascinante mezcla de realismo y surrealismo. Destaca la impactante actuación de brujas y hechiceras con sus fisonomías, gestos, modos de hablar y de actuar. También llama la atención el estilo elegante que impone quien hace el papel del diablo, que expresa intenciones cubiertas de ambigüedad porque, por una parte, busca salvar a Nazareno de un destino maléfico, pero por otra quiere que acepte el castigo de sufrir por amor.

Hay un relato de voz en off que trasciende en el contiene de esta obra del afamado cantautor argentino, recurso necesario para darle al film los ribetes de cuento y de leyenda.

Si bien un poblado y los bosques de la naturaleza son los principales escenarios en donde se desarrollan las acciones, también sobresale el minucioso diseño que representa el infierno, descubriendo una galería de elementos que construyen un ambiente un tanto pintoresco y un tanto terrorífico.

Nazareno Cruz y el lobo tuvo un gran éxito en Argentina desde el momento en que fue exhibida. Por mucho tiempo, fue una de las cintas más taquilleras de la historia del cine gaucho.

Escrito por Victor Carvajal

 

Lobos humanos (Michael Wadleigh)

En 1981 hubo tres películas de terror con temática de hombres lobo: el clásico de culto Un hombre lobo americano en Londres, de John Landis, la famosa Aullidos de Joe Dante y la menos conocida Lobos humanos de Michael Wadleigh. Esta última, Lobos humanos se desvía bastante del enfoque de las dos primeras películas mencionadas, ya que aquí el elemento de miedo no lo produce la figura tradicional del hombre lobo, sino las criaturas cercanas a ella y el papel decadente del Nueva York de entonces (filmado por el director de Woodstock, 3 días de paz y música).

La película comienza con algunas imponentes tomas panorámicas de Nueva York que crean una atmósfera muy particular. Vemos, en pocos minutos, a dos personas corriendo sobre los postes de un puente colgante, el derribo de algunos edificios abandonados y a gente que lo rodea felicitando a un empresario. Poco después, se produce el brutal asesinato del empresario, su pareja y el chofer de ambos, tras lo cual se nos presenta al protagonista. El detective Wilson, interpretado por un convincente y carismático Albert Finney, se ocupa de investigar este violento asesinato ocurrido una noche de luna llena.

El rompecabezas que tiene que resolver el detective se va complicando con una serie de antiguas leyendas sobre misteriosos espíritus, siendo acechado no en pocas ocasiones por una amenaza desconocida. A pesar de ser algo más frecuente hoy en día, en Lobos humanos resulta muy atractivo ver cómo el director utiliza el recurso de la visión desde los propios ojos del lobo acercándose a sus posibles víctimas hasta el punto de asistir a su asesinato en primera persona. Estas escenas se encuentran entre las más características de Lobos humanos y, al parecer, fue de las primeras películas de terror en utilizar estos efectos, una técnica que se volvió común en películas posteriores como Depredador. Quizás ver el mundo con colores distorsionados a través de los ojos del “mal” aliene a algunos, pero en Lobos humanos encaja perfectamente con su clima misterioso y una atmósfera oscura, acercando aún más la amenaza al espectador.

La película también cuenta con otros personajes interesantes como la psicóloga (Diane Venora) que, como no podía ser de otra manera en 1981, se convierte en la pareja amorosa del detective, o el excéntrico forense (Gregory Hines) que alimenta al protagonista con información sobre las víctimas, así como el hombre del zoo (Tom Noonan) con su estilo extravagante y su insaciable simpatía por los lobos. En general, la construcción del relato es emocionante y contiene el misterio suficiente, el cual se intensifica con la ayuda de la música del compositor James Horner.

La naturaleza dual de Lobos humanos es otra diferencia respecto a otras obras más famosas de esos años. Por un lado, tenemos la imagen de la megalópolis moderna con la cultura tecnocrática de la gente del pueblo, y por el otro los mundos insondables de la metafísica, leyendas antiguas y tradiciones místicas que viven en la oscuridad, bajo los ojos de la civilizada sociedad occidental.

La unión de estos mundos opuestos funciona muy bien en términos generales. Si el ritmo fuera más constante y no hubiera algún que otro agujero en el guion, estaríamos hablando de una obra maestra al nivel de otras más recordadas. Aun así, Lobos humanos es una muy buena película de género, con un gran elenco, actuaciones carismáticas y toques místicos muy interesantes.

Escrito por Alberto Mulas

 

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