Sesión doble: Lo spettro (1963) / Ghost Ship (2002)

Una sesión doble fantasmagórica llega con el nombre de uno de esos grandes artesanos del cine italiano de género como lo fuera Riccardo Freda, que dirigía en 1963 Lo spettro, film capitaneado por una primeriza Barbara Steele; y uno de esos cineastas desaparecidos en combate: Steve Beck y su Ghost Ship.

 

Lo spettro (Riccardo Freda)

Impregnada por una atmósfera que nos acerca al horror gótico, Lo spettro retoma el personaje creado un año antes por Ernesto Gastaladi —colaborador en libretos tan destacables como los de El cuerpo y el látigo o Todos los colores de la oscuridad— en El horrible secreto del doctor Hichcock, ese ‹mad doctor› al que daría vida un inquietante Elio Jotta en lugar del germinal Robert Flemyng.

El cineasta italiano vuelve sobre los pasos del film previo —si bien no estamos ante una secuela ni nada que se le parezca— haciendo de la enorme mansión donde vive el Doctor Hichcock una de las piezas angulares del relato. A través de sus escenarios, el italiano consigue componer tanto una lograda ambientación, como dar forma desde sus laberínticos pasillos y habitaciones llenas de recovecos a una serie de secuencias desde las que potenciar una tenebrosidad espoleada desde lo visual.

De mimbres clásicos, donde destaca en especial en el modo de confabular ese horror que se apuntala en la imagen, abogando por una calma tensa que beneficia la sólida y sugestiva narrativa aplicada por Freda, Lo spettro busca, como su predecesora, ahondar en un misterio sobre el que avanza paulatinamente otorgando sus claves.

Destaca también la banda sonora compuesta por Franco Mannino, un habitual del cineasta que también trabajó para autores del calado de Visconti o Damiani, que concede al film el espacio desde el que prodigarse a través de una cuidada atmósfera, privilegiando un desarrollo más psicológico de los personajes.

De avance calmo, incidiendo en las relaciones entre sus distintos personajes —también retomaba Freda el intrigante y ambiguo personaje del ama de llaves—, el film se sostiene como una muestra de intriga donde el sobrenatural dota de un desconcierto visible en los rostros de sus protagonistas que acompaña asimismo al espectador.

El cineasta compone una obra que se mueve con sinuosidad por los recovecos del género, y que pese a ser ciertamente predecible en sus pasos en alguna que otra ocasión, se alza con enorme pericia gracias al modo en cómo aprovecha todos y cada uno de los recursos de que dispone. Aquello que pudieran ser tropos o simples tópicos adquieren una dimensión distinta gracias a la convicción con que Riccardo Freda los trata y expone, logrando engarzar estampas de lo más inquietantes y sugerentes.

Y es que no hay titubeo alguno en su sólida narración, que acompaña el sustrato de un horror inteligentemente engarzado, consciente de su función como pieza de ensamblaje de esa intriga que se desenvuelve con tenacidad pese a las pocas variantes que, a priori, ofrece el relato.

Estamos, en definitiva, ante una pieza articulada con personalidad, que conoce a la perfección el espacio en el que se mueve y explota sus constantes. Lo spettro destaca, pues, por el conocimiento de un terreno desde el que su autor proyecta algo más que oficio, también una devoción que nos devuelve en forma de macabro cuento una de esas pequeñas joyas que, con (en apariencia) poco, engrandecen el género.

Escrito por Rubén Collazos

 

Ghost Ship (Steve Beck)

Antes de hablar de lo estrictamente cinematográfico habría que hacer un pequeño inciso al respecto de la elección de Ghost Ship para esta doble sesión de “fantasmas”. Uno podría argumentar que quizás ya es suficientemente conocida, o no lo suficientemente maldita para estar aquí, pero si nos fijamos en el director, el ínclito Steve Beck, no puede haber mejor encaje. Realizó dos películas, ambas ‹remakes› y ambas de temática fantasmagórica y, aun teniendo una recibimiento crítico tibio (siendo generosos), no cabe duda de que tanto esta como 13 fantasmas fueron un éxito moderado entre el público. Razones estas para labrarse una carrera más o menos respetable en el género: sin embargo, Beck desapareció como si de un fantasma se tratara, del mundo del cine y, si uno investiga en qué estrella estará descubre que literalmente se ha esfumado sin dejar rastro. Esto lleva a preguntarse ¿existió de verdad Steve Beck? ¿Sus films fueron dirigidos por un espíritu? ¿Murió víctima de una maldición fantasmagórica?

Lo cierto es que más allá de esta anécdota, que puede desembocar en una cierta curiosidad morbosa, hay que reconocer que la dirección de Ghost Ship no parece producto de tales fenómenos paranormales, sino más bien, si tal cosa hubiera existido, de una IA en piloto automático. Algo que puede sonar mal de entrada pero que al mismo tiempo la convierten en una hija de su tiempo incontestable. Solo hay que ver su montaje, su inclusión patillera del ya habitual tema nu metal ‹random› (no daba el presupuesto para las bandas populares), un elenco más o menos apañado y un gusto por el horror más tendente a la psicológico con trazos de gore ‹soft› para todos los públicos.

En este sentido sí que podemos hablar de una película honesta, que da lo que uno va a buscar sin más pretensiones que ser un entrenamiento de serie B, un tren de la bruja de feria de pueblo que produce más risas que miedo pero también, y no es detalle menor, una ternura hacia un producto básico pero realizado con cariño. De hecho, tiene hasta sus momentos rescatables como por ejemplo su prólogo a modo de crucero sofisticado y su desparrame sangriento que, como punto de partida es tan chocante como útil como gancho para lo seguir con atención lo que viene a continuación.

Aunque lo mejor es no hacerse trampas al solitario. Lo que viene a continuación se puede intuir desde el telescopio James Webb. Sustos baratos, guión escrito por un simio borracho, muertes reguleras en cuanto elaboración y un giro final que más que un giro parece un amago de regate en un partido de tercera regional. Todo está más visto que el TBO, nada es sorprendente y, aun así, es meritorio que con cuatro escenas de montaje espídico, un ‹flashback› tan mal realizado como contraproducente y un villano de la factoría de la Coca Cola Light de la maldad uno consiga volver a ella una y otra vez. Porque a pesar de todo lo negativo expuesto, Ghost Ship es una de esas películas que son tan contextuales que consiguen el milagro de ser atemporales. ¿Paradójico? No, sencillamente autoconsciente de su función de ancla del divertimento pocho para los veteranos curtidos del género o punto de partida para nuevas generaciones que quieran aficionarse al cine de género. En definitiva, si tuviera que inventarse la expresión ‹guilty pleasure›, fácilmente Ghost Ship sería la culpable de la misma.

Escrito por Àlex P. Lascort

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *