Sesión doble: Combat de boxe (1927) / Ciudad de conquista (1940)

El cine pugilístico llega a la sesión doble con dos piezas bien distintas desde las que poner en perspectiva el género: por un lado el cortometraje experimental Combat de boxe, dirigido en 1927 por el belga Charles Dekeukeleire, uno de esos nombres a rescatar del cine silente; y por el otro, de la mano de uno de los grandes cineastas del clásico, Anatole Litvak, Ciudad de conquista.

 

Combat de boxe (Charles Dekeukeleire)

El boxeo ha estado presente en el cine incluso antes del pistoletazo de salida más consensuado sobre el comienzo del cine. Probablemente el deporte más recurrente en la historia (y el deporte más antiguo desde el pugilato griego), lo que ha derivado en concederle un título importante como subgénero que atraviesa muchos géneros como el drama, la comedia, los ‹biopics›, el ‹noir› o el tangencial de gánsteres tan próximo a este último. La relación del boxeo con los bajos fondos, los arrabales y las carencias económicas, ha suscitado muchas películas en torno a historias de superación, de caídas al infierno, redención, culpa, relación con el hampa o el crimen organizado.

Un arte en ciernes que se hizo eco prematuramente como testigo documental del boxeo mediante la pionera cronofotografía de Étienne-Jules Marey, los boxeadores de Eadweard Muybridge de 1887 (dentro de su estudio del movimiento) o con el kinetoscopio de Edison en 1891 y también su Leonard-Cushing Fight en 1894. Muy conocidas son las incursiones del cine mudo en el boxeo de forma cómica de ‘Fatty’ Arbuckle, Laurel y Hardy, Charles Chaplin, Buster Keaton, Marcel Fabre o Max Linder, pero menos habitual es su presentación dentro de la vanguardia europea.

Y ahí es donde entra Combat de boxe del pionero belga Charles Dekeukeleire. Un joven director influenciado por la vanguardia francesa de Germaine Dulac, Jean Epstein, Man Ray y, sobre todo, el soviético Dziga Vértov y su “Cine-ojo”. Este corto fue su primer trabajo realizado con 22 años y escasos medios, si bien su creatividad suple las carencias construyendo una historia muy sugerente desde el punto de vista visual. No existen diálogos ni una historia lacrimógena o de desarrollo personal. Tampoco asistimos a una historia ruda que envuelve a los púgiles, sino que el boxeo se presenta en su esencia, de forma abstracta, en la que el público se halla de forma separada y en negativo.

Combat de boxe está inspirada por un poema de Paul Werrie, quien formaría parte del precario rodaje. Hay tomas auténticas de multitud de personas de otros espectáculos y otras están realizadas de forma artesanal por amigos del director, jugando con ellas con pericia a través de formas visuales muy rápidas, provistas de cortes frenéticos que juegan con los púgiles, que son boxeadores de verdad. La tensión de la esencia del boxeo está representada por la constante combinación de un montaje veloz que mezcla primeros planos, picados, pantalla dividida, sinécdoques visuales de manos y pies, desdoblamiento de la imagen y sobreimpresiones constantes a modo de coreografía sinfín. Y el resultado es un episodio que deja sin aliento por su libertad creativa y experimentación con la imagen en ese baile no sólo de boxeo, sino de imágenes realizadas para impactar en el espectador, para introducirle de primera mano en la pelea y ofrecer una deconstrucción del boxeo, despojado de afectación y separada de cualquier atisbo de género.

Escrito por Estrella Millán Sanjuán

 

Ciudad de conquista (Anatole Litvak)

Anatole Litvak, un director a veces relegado a la condición de artesano sólido pero sin obras maestras indiscutibles, demuestra en Ciudad de conquista un pulso narrativo firme y una sorprendente sensibilidad que encaja perfectamente en el ideal de ese viejo cine clásico de Hollywood que hoy ya no existe. La película, que se mueve entre el melodrama, el retrato urbano con sombras de cine negro e incluso con pinceladas musicales, es en realidad una película de boxeo emocionante y emocional que presenta la ciudad como el escenario de aspiraciones que chocan entre sí y contra las relaciones que se forjan en ella. Danny Kenny, interpretado por un vulnerable James Cagney, es un hombre que solo desea una existencia tranquila, romántica y sin grandes sueños de gloria. Peggy, en cambio, interpretada por una magnética Ann Sheridan, persigue un sueño artístico y la fama asociada a este hasta deslumbrar y dejar atrás a quienes se conforman con vivir en el barrio o con una vida sencilla. Esa divergencia en la pareja es, entonces, el motor que mueve todas sus acciones y hace avanzar la narración con dosis altas de melancolía. O más bien de entrañabilidad. Porque, más que amantes cegados por el deseo, la relación entre ambos protagonistas tiene algo de fraternal, un apoyo mutuo entre dos seres que luchan por sobrevivir en una ciudad que absorbe hasta la última gota de su energía y que no duda en escupirte al asfalto cuando ya no le eres útil. Es una historia de amor, sí, pero filtrada por la dureza del entorno, por la falta de tiempo, por la imposibilidad de sincronizar ambiciones que los lleven en la misma dirección o hacia una meta compartida.

Boxeo y baile. Ciudad de conquista carga sobre sus personajes un recorrido casi épico que va del ascenso a la caída de sus protagonistas y de sus tentaciones a sus sacrificios como si de golpes recibidos se tratara. Tantos que a veces uno siente que hay algo de exceso de giros o lugares comunes del melodrama clásico, pero la fuerza emocional de la historia —y del propio Cagney— logra mantener el interés constantemente. Destaca también la presencia de secundarios que, vistos en retrospectiva, resultan fascinantes: Anthony Quinn en uno de sus primeros papeles importantes como el principal problema de Cagney, Arthur Kennedy como el hermano músico que aspira a componer una sinfonía sobre Nueva York, e incluso un joven Elia Kazan en pantalla antes de dirigir su primer largometraje. Sin olvidar al vagabundo poeta que acompaña la historia desde la mirada de quien ha conocido ya todas las derrotas posibles, añadiendo un carácter algo más autoral a secuencias que sorprenden por cómo muestran o dejan entrever cuestiones delicadas según las limitaciones del código Hays y sin pese a ello perder claridad o emoción.

Dado que escribo sobre Ciudad de conquista con una parte de la mente puesta en los dramas pugilísticos, destaco de esta obra todo lo que sugiere el sonido y, sobre todo, los momentos en el ring, donde la intensidad física está por encima de los estándares de lo que he visto en otras películas de su época: un combate agotador que condensa la entrega y el destino de Danny, y que marca el punto de no retorno para todos los implicados y que lleva a un sentido final, romántico y triste, duro y esperanzador.

Escrito por Alberto Mulas

 

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