Runner (Andrius Blaževičius)

La ansiedad y la alienación que provocan los efectos de aceleración de las redes sociales se pueden considerar una versión hipertrofiada de la percepción de la realidad de nuestro día a día —de las relaciones con los demás y nuestra falta de control sobre las acciones de los otros, especialmente de los seres queridos y aquellos individuos más próximos—. Una pieza de información diminuta puede ser el desencadenante además de una reacción hiperbólica en el mundo digital y por nuestra parte, como le ocurría a la protagonista de Corre, Lola, corre (Lola rennt, Tom Tykwer, 1998) y sus múltiples versiones tratando de salvar a su pareja de una situación complicada, tras recibir una llamada suya que determinará su existencia en ese día. Algo parecido ocurre como punto de partida en Runner (Andrius Blaževičius, 2021) con Marija (Žygimantė Elena Jakštaitė). Su novio Vytas (Marius Repšys) sufre los problemas asociados al trastorno bipolar y desaparece sin dar señales de vida en mitad de un episodio psicótico, sin responder a sus llamadas. Luego publicará fotografías en Facebook desde distintos lugares de la ciudad, durante una jornada en la que ella tratará de buscarlo incansablemente antes de que se haga daño a sí mismo o a otra persona.

El director sigue con una enérgica cámara en mano a un personaje cuyo foco está puesto ciegamente en encontrar a un brillante doctorando de la universidad a la que también asiste, sin reflexionar en ningún momento si su ayuda es requerida, necesaria o bien recibida. Este es uno de los puntos claves del relato: la incapacidad de dejar libre a las personas que queremos por una mala interpretación de la idea de los cuidados, que asfixia los vínculos y tiene como consecuencia lo opuesto a lo que se pretende, haciendo que la otra persona se distancie todavía más. Con Marija y su recorrido por la ciudad, su trabajo, la facultad, sus encuentros con amigos o su padre policía (Vytautas Kaniušonis), la visita al médico y el transporte público se construye tanto su carácter —a partir de las interacciones con los demás— como toda una instantánea de la sociedad lituana a través de las calles, lugares y distintos ambientes de Vilnius, que llega hasta su dimensión política con las relaciones con Rusia y su influencia en la región. Todo envuelto en un incesante soniquete de las notificaciones de mensajes, alarmas y sonidos de llamada de su teléfono, que no deja respiro para pensar y que funcionan como expresión externa de la urgencia y de los incesantes mecanismos de pensamiento del personaje.

El rostro de Žygimantė Elena Jakštaitė establece la referencia constante del tono emocional del filme y su interpretación —muy física por su constante movimiento, en consonancia con el dinamismo visual del montaje— lleva al espectador por su recorrido anímico interno, siguiendo su gestualidad hasta los instantes de arrebato e histeria que por momentos se apoderan de la cinta. Unos recursos que compensan la impenetrable naturaleza de la psicología de los personajes en esta película, de forma coherente con sus intereses discursivos. Su rigurosidad narrativa en este aspecto, sin embargo, se ve comprometida por la reiterada presencia de un perro callejero como elemento simbólico recurrente para subrayar cierta extrañeza que aproxima el relato al realismo mágico. También para proyectar con sus cambios de comportamiento una burda analogía con la persona que obsesiona a Marija en su persecución durante veinticuatro horas. La sigue sin obligación alguna, de forma pacífica y por iniciativa propia. Cuando el perro se encuentra atado, sus impulsos violentos le empujan a ladrar y tener una actitud violenta hacia ella.

¿Cuáles son las verdaderas motivaciones de Marija? ¿La culpa o una genuina y altruista preocupación por Vytas? Las peculiares imágenes de programas de televisión con historias amarillistas irrumpen en la puesta en escena propia del realismo social. En ellas el centro en muchas ocasiones no lo ocupa la víctima de una tragedia sino los familiares y amigos, aquellos terceros que conocen a quien ha sufrido de verdad, pero que se apropian de la historia y del sufrimiento ajeno. Un sufrimiento también que nos permite consumirlo a nosotros como espectadores, mediatizado por las pantallas de uno u otro dispositivo, que además nos hace empatizar de manera indirecta y sin consideración previa alguna en esta producción con las inquietudes de su protagonista.

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