Rara (Pepa San Martín)

«No te quites nunca la máscara para que nadie te vea,
la gente es muy mala.»
Jamás me echarás de ti, Eduardo Casanova, España, 2016, min. 3.

Al igual que en el instituto el alumno menos capaz interrumpe las clases de manera ilógica y sin ninguna motivación concreta más allá de la de la de romper el silencio en el que emergen y se desarrollan las inquietudes para así no sentirse solo en su carencia de interés y amplitud de miras; es en el grosor de la sociedad donde encontramos a otro tipo de individuo en el que también están presentes tanto la capacidad limitada de comprensión como la tosca reacción de entorpecer la evolución en los demás en una especie de salida al estilo “mal de mucho consuelo de tontos”. Estos últimos, acostumbrados a enchufarse por la tocha ideas conservadoras y casposas, así como a consumir de manera ansiosa barbitúricos encapsulados en discursos que dictan la conducta, permanecen en un estado de conciencia alterado al que llaman “normalidad” y, lo que es peor, si no estás en su cueva te tacharán de raro, quizá perverso. En su ebrio tambaleo de mediocridad este sujeto hará las del típico borracho pesado que te agarra del hombro y te pregunta cosas con el fin de buscar bulla. Es decir, se pensará que hay una pugna preexistente cuando en realidad tú estás a tu puta bola dirigiéndote hacia todo (menos a él, posiblemente), mientras que él es el que, ofendido por la gracia de Dios, arremete contra ti. No hay conflicto, tú sigues ignorándole. Es él quien ataca a otro cualquiera por sus formas. Es así como el individuo rancio y picajoso de nuestra sociedad se indignará ante las prácticas sadomasoquistas mientras en su subconsciente más profundo desea ser atado a una cruz de San Andrés por una dominatrix rusa; mirará con recelo, en sus alardes de graduado en Económicas, al que investiga en Metafísica hegeliana o trabaja como profesor de lenguas clásicas mientras él es otro peón más en una sucursal bancaria de las más insignificantes; verá con malos ojos la comida turca pero comerá paella precocinada en territorio guiri de su propia ciudad; manifestará una mueca de asco a aquel que baila puestote de ácido en un festival mientras él fuma cual colacha y bebe alcohol entre semana. Intentará quitarte la custodia de los hijos por tener una pareja de tu mismo sexo mientras posiblemente se excite con sus compis de gimnasio cuando hace cosas de machos.

Es en torno a esta última consideración alrededor de la cual pivota el argumento de Rara, la ópera prima de Pepa San Martín. Apoyándose en un acontecimiento real, la directora chilena narra la historia de la disolución forzosa de una familia compuesta por dos mujeres y las hijas de una de ellas, todo ello impulsado por el padre de estas últimas, apoyado por la institución educativa (además de por una psicóloga que ejemplifica esa comunidad de psicólogos que son consecuencia de la eyaculación precoz académica ¹) y aplicado finalmente por la Justicia. Pepa san Martín pasará olímpicamente de mostrarnos el mortuorio proceso judicial, así como también prescindirá de hacer hincapié en la disputa entre el ex matrimonio sobre a quién pertenece la posesión de SU hija. Y es precisamente en este “SU”, que no quiere ser de nadie, en el que recae la mirada de San Martín. El plano secuencia que da inicio al film nos presenta a Sara, una chiquilla que se encuentra en la época exacta en la que comienzas a desarrollar la curiosidad innata del cotilla pero en las cenas familiares tus padres te mandan a la cama cuando empiezan con las copas y las críticas a todo cristo. Es decir, Sara se encuentra en esa edad en los que a los adultos le importas un carajo y, si te hacen caso en algún momento, es para humillarte sin piedad y públicamente mandándote a la mesa de los niños pequeños. Es por ello que, al enfocar la narración desde este punto de vista, la directora de Chile intentará transmitir al espectador esa sensación de “sé que pasa algo pero, ¿qué coño es lo que pasa?” que siente la protagonista de la película mostrándola en un entorno que va desfigurándose y que en su desintegración no le ofrece una información amplia ni concreta de las causas de la misma. Sara tan solo percibirá que su mundo cambia, que la estabilidad desaparece, que la cara postcoital de su madre se convierte al instante en mueca amarga. Es esta mutabilidad de comportamientos cercanos los que dan lugar a una sensación de “desconfío, todo es falso” que poco a poco se va filtrando en la manera en la que la protagonista percibe su entorno. Ante una situación así solo quedan dos opciones: ponerte la máscara para salir a la calle como nos previene Casanova; o moverte entre la gente sin querer agradar ni contentar a nadie (que pase lo que tenga que pasar), zarandeándote sin seguir un rumbo que alguien haya proyectado previamente como cauce que debe ser seguido, sin caer en la vía de los que quieren ser normales ni en su reverso igual de cutre, a saber, el de querer ser raro para no ser como los demás. Rara es el desarrollo de esa duda (“me pongo careta o no”), de ese caminar con lo imprevisible siempre delante barajando tan solo tres elementos indispensables:

Yo
Mundo ideal que se desmorona
Enfrentamiento con el entorno

Rara no será tan radical e innovadora como se ha llegado a decir, la gente siempre exagera, no sé por qué. Pero es una representación interesante por ir más allá de la mera denuncia ante el rechazo de la homosexualidad en concreto, explayándose en la reacción que el adolescente tiene ante esa gente de la que se habló arriba del todo y que intenta introducirte en un patrón haciéndote ver que tus costumbres, o se amoldan a él, o eres bicho extraño.

1 No estoy arremetiendo contra la Psicología ni contra los profesionales e investigadores, ni mucho menos, sino sobre aquellas ovejas negras que, como en todo, tienen cabida hoy en día. Es decir, no hablo de epidemia, sino de casos concretos y aislados. El caso que aparece en la película es uno de estos últimos.

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