Postcards from London (Steve McLean)

Postcards from London, del británico Steve McLean, nos cuenta la historia de Jim, un apuesto joven de Essex que llega a Londres en busca del éxito y de experiencias estimulantes. Su aventura le lleva al barrio del Soho, cuyo concurrido ambiente nocturno le permite encontrar un trabajo como escort en un club. Pero este empleo es algo inusual. Quienes lo practican se hacen llamar ‹The Raconteurs› (anecdotistas) y sus clientes son hombres de mediana y avanzada edad que buscan estímulo erótico e intelectual y exigen conversaciones y actividades de elevado nivel cultural. La carrera ascendente de Jim en este trabajo se verá sin embargo dificultada por su condición: sufre de síndrome de Stendhal, que le genera una serie de reacciones fisiológicas adversas cuando se encuentra frente a una obra de arte.

Estructurada en capítulos, como si de un retablo pictórico se tratase, la película se sustenta a tres niveles. En el narrativo, como una historia de ascenso, caída y renacimiento, con toques surrealistas y una estructura de farsa, que se refiere al crecimiento de nuestro protagonista. En el temático-discursivo, como una entusiasta exploración del arte barroco y sus claras referencias homoeróticas, plasmadas en esta cinta en especial a través de la obra de Caravaggio, cuyo sentido de la anatomía, la representación y los claroscuros dominan la inspiración artística de la cinta. Y por último, pero no menos importante, el estético y experimental, en el que se mezclan las obvias influencias pictóricas con las luces de neón recargadas del ambiente nocturno, el misterio con la teatralidad, y la elegancia con la sordidez.

Es en este tercer punto donde se manifiestan las mayores dificultades para entrar en el juego que propone Postcards from London. Soportados los primeros cinco o diez minutos con unos diálogos absolutamente estereotipados e irreales y una puesta en escena tan recargada como arbitraria, comencé a intuir de qué iba la cosa y poco a poco fue fluyendo mejor. Y mi conclusión es que la cinta se regodea en su libertad creativa y arbitrariedad, no rinde cuentas a nada ni nadie, y lo que no pocos han percibido como una pura pretensión vacía, a mí me gana precisamente por ese vacío, esa indeterminación que le da un margen de actuación tan amplio.

Los otros dos puntos no dejan de ser muy interesantes, en particular esa intención de la obra de buscar una interpretación del arte distinta al canon que se ha impuesto durante siglos, abogando por una lectura inclusiva con el colectivo LGTB. Convirtiendo los muchas veces debatidos rastros de homoerotismo de los cuadros de Caravaggio en su elemento de atractivo principal, lo que propone la cinta es una suerte de «apropiación», o más exactamente una adopción del arte que sin rechazar de plano las interpretaciones tradicionales busca un enfoque distinto, que permite desarrollar otros nexos de unión con éste y subraya un valor representativo que la cinta parece querer reivindicar con fuerza.

En cualquier caso, lo cierto es que aunque este mensaje es llamativo y en cierto modo atrevido y rompedor, lo que me llevo de esta película es, sobre todo, la experiencia visual y la estética chocante que tiene. No diré que sus elementos narrativos y discursivos no sean relevantes, porque en ellos se vertebra toda la continuidad de la cinta, pero sin duda es su representación estética la que me resulta más memorable y fascinante de abordar, tal vez por esa falta de linealidad y de identidad clara. También, este aspecto es el que hace más difícil recomendarla, porque el filme de principio a fin camina en terreno inestable. Abraza sin tapujos lo irreal y lo artificial, la pompa y lo intrascendente, coquetea y, según quien la vea, rebasa la fina línea que la separa de la pretenciosidad, sin preocuparse siquiera en ocasiones por mantener una cohesión entre sus elementos narrativos y su puesta en escena. No creo que sea torpe, pero no es en absoluto difícil entender por qué lo puede parecer.

A mí me gusta mucho, pero es una experiencia difícil de extrapolar, que si se observa desde otra perspectiva igualmente válida, es un experimento fallido por su naturaleza errática y su falta de coherencia interna. Es ésta la sensación que me queda tras ver Postcards from London: una película capaz de generar multitud de respuestas distintas por parte de quienes la ven, todas ellas sumamente personales y difíciles de generalizar o predecir. Es una obra inherentemente divisiva, y eso le da, si cabe, un mayor atractivo.

3 comentarios en «Postcards from London (Steve McLean)»

    1. Estuvo en Filmin durante el Atlántida Film Fest, pero diría que ahora mismo no está en ninguna plataforma de streaming española.

  1. La he visto hoy y me ha gustado mucho: los colores, el ambiente, la historia rara, el arte, lo teatral y los chicos. No apto para gente que cree que las películas de temática gay son sinónimo de desnudos gratuitos y sexo ni tampoco para los que buscan dramones románticos.

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