Phantom Boy (Alain Gagnol, Jean-Loup Felicioli)

Hay películas de animación que no esconden el público al que van dirigidas. Muchas se decantan por un público infantil, otras por una clara vertiente más adulta y unas cuantas (lo que llega de Pixar, sin ir más lejos) por ofrecer suficientes alicientes a ambas franjas de edad. Fuera de estas tres categorías está Phantom Boy, una cinta franco-belga con participación de la Generalitat catalana y dirigida por Alain Gagnol y Jean-Loup Felicioli que desde un principio parece denotar una clara preferencia por dirigirse a los más pequeños (de hecho, en los créditos iniciales se hace hincapié en que está especialmente recomendada para los niños), pero que a lo largo de su desarrollo introduce varios elementos que sólo alguien más talludito podría entender en su plenitud.

Phantom Boy comienza con dos hermanos leyendo un cómic en un apartamento cualquiera de Nueva York. Ahí descubrimos que Leo deberá ingresar en un hospital el día siguiente para que empezar un tratamiento contra el cáncer. En otro punto distinto de la ciudad, un teniente de policía logra evitar un atraco con la inestimable colaboración de una periodista, aunque al comisario no parece gustarle nada y opta por degradarle. Por último, un malvado con la cara desfigurada amenaza con un ataque a toda la ciudad.

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El título de la película se extrae de la facultad que posee Leo para convertirse en fantasma y realizar todas las tareas propias de estos seres, que se centran fundamentalmente en levitar y atravesar paredes sin que nadie se percate de su presencia. Un fenómeno paranormal aceptable en sus pretensiones y que además está bien ejecutado a lo largo del film, no como en otras ocasiones donde los fantasmas atravesaban paredes pero pisaban bien en el suelo (véase Ghost), por lo que no necesariamente tiene que implicar algo infantil. Este matiz lo notaremos en otros aspectos de la obra, como una excesiva tendencia a la moralina y el sentimentalismo que claramente pretenden tener una vocación didáctica en los más jóvenes. Por fortuna, esta cuestión está bien llevada en la cinta de Gagnol y Felicioli, ya que esas dosis moralistas nunca llegan a sobrepasar los límites de lo reprochable.

Lo que sucede en Phantom Boy es que, dentro de esta perspectiva, vemos aparecer algunos detalles que no casan con lo que un niño podría buscar en una película. Dicho de otra manera, surgen pequeños homenajes sobre la cultura y el ocio que requieren una edad más avanzada para ser comprendidos. El ejemplo perfecto es esa escena en el Bada Bing en la que el mismo Tony Soprano se presenta con apariencia cartoon para ayudar a un personaje. Un intento claro por mantener a los adultos enganchados a la película y que busca contrarrestar así el tono infantil de la misma que de otra manera podría provocar algún que otro bostezo en el público menos acostumbrado al cine.

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Un detalle negativo que no casa bien con la aceptable película que es Phantom Boy. La obra de Gagnol y Felicioli ofrece varios alicientes para que los más pequeños de la casa se muestren pegados a la pantalla hasta el final de la proyección, así como los mencionados detalles que harán despertar el interés entre los más adultos pero, en su conjunto, no da la sensación de ser una cinta todo lo sólida que debería ser. Aunque ser reduccionistas y simplistas siempre es un error, en este caso no sería descabellado decir que es la típica película que se podría exhibir en la sesión matinal de los sábados. Si el lector tiene hijos, no debería dudar entonces en ponerles frente a la pantalla. La duda es si realmente merece la pena que el adulto también goce de su visionado.

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