O Clube dos Canibais (Guto Parente)

Follarte a la señora de la casa y que el orgasmo tenga más fuerza cuando corre sangre entre sus pechos que por la mera estimulación genital. Así de potente arranca Guto Parente con su O Clube dos Canibais, que desde un inicio no busca lecturas ocultas en su título, aunque esconda muchas bajo las sábanas.

Partimos del shock que genera conocer las filias de la pareja protagonista, algo relacionado con el canibalismo y la excitación que les inspira, pero este es uno de los muchos avances que encontramos en el film. Todo se ralentiza mostrando personajes, dándoles un lugar, un background que justifique su presencia mientras se van trazando los argumentos que dan sentido a este aparentemente descabellado estilo de vida. Porque pronto surge la verdadera esencia, uno de esos temas que parece gritarse en cada uno de los films que llegan de Brasil. Da igual que se vistan de terror, de relato infantil o de thriller, lo que realmente se plasma es el amargo regusto que deja esa diferencia social que habita sus calles y el intrigante interés de los realizadores de mezclar ricos y pobres para enfrentarlos de algún modo en un mismo escenario, consiguiendo resaltar con finura que existen demasiados sesgos, invitándonos a pensar en las dos miradas de un mismo hecho.

Cada porción física que se muestra no solo busca apelar al erotismo, quiere la carne algo que la sustente. Hay una escena donde están desnudos, mirando el fuego con un halo de supremacía absurda. Se restaba aquí el éxtasis que aparecía en una escena similar en Alleluia de Fabrice Du Welz —algo me hizo pensar en ella—, en esta ocasión estaban parados, con los brazos entrelazados, posando para la ocasión con un desnudo frontal, afianzando la falsa imagen que se refleja en toda la película, un impostado estado de seguridad que no existe, teñido de rojo para reforzar la atención, y una vez que el espectador espera ojiplático, lanzar un mensaje mucho más sensato de lo que cabría esperar.

Parece que este matrimonio inundado de dinero desafía desde su fuerte con piscina y palmeras a la realidad, una en la que existe un club de caballeros donde el sexo es algo más que un escaparate de carne, la carne, el alimento de los fuertes. El trabajo, las fiestas privadas, los encargos secretos, todo nos lleva a perfilar una microsociedad donde abunda el machismo, la repulsión hacia la vida ajena, donde empieza a supurar la idiotez con la que, irremediablemente, se manejan los hechos. Un reflejo de algo muy amplio y poderoso, una rebuscada muestra social que favorece el infierno.

Todo juega un doble sentido, ese que tan bien manejan los griegos en su nuevo y seco cine, y el escaparate creado por Guto Parente se vuelve cada vez más insostenible y torpe, llevándonos a un humor tiznado de negro, obligándonos a saborear el desastre. También se apoya en referentes, como el extraño manejo e intercambio de pistolas, avisando del peligro de las manos equivocadas; o el modo en que se referencia Brasil, en momentos baldíos hablando de Europa como primer mundo, como ideal, en otros más intensos abrazando al país con golpes en el pecho y lágrimas sentidas. Porque en un mundo artificial, todo es mediocre, hasta el vestido de lentejuelas.

Parente hace desfilar a sus criaturas entre el esnobismo y la caricatura. El resultado es un O Clube dos Canibais cuyos adornos son elocuentes, con el atrevimiento de agudizar el ingenio para revolverse en el humor y conseguir que todos disfrutemos mirando por encima del hombro a los poderosos.

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