No Other Choice (Park Chan-wook)

¿Qué se puede querer cuando uno ya lo tiene todo? La respuesta es simple: no perderlo. La siguiente pregunta cae por su propio peso: ¿Qué estaríamos dispuestos a hacer para recuperarlo? Y la respuesta también parece evidente: todo. Estas son las preguntas que Park Chan-wook nos arroja sin contemplaciones y también, aunque de forma retorcida, nos da las respuestas en un tono tan complejo como repleto de negrura. Lo paradójico del asunto está en justamente su vocación de comedia, casi por momentos de ‹slapstick›, cuando estamos ante un ejercicio de demolición pura.

Y es que lo fácil es pensar en No Other Choice como una crítica, nada sutil por cierto, contra el capitalismo. Un comentario sin embargo que elude el cine social más arquetípico en cuanto huye del discurso mitinero propio de estas producciones. No es que la idea flote en el ambiente, es que es la idea central, pero con los matices suficientes para Chan-wook no se posicione como un cineasta político. O dicho de otro modo, que las imágenes, los hechos, hablen por sí solos.

Unos hechos que vienen a demostrar dos cosas, lo salvaje de las situaciones a las que el sistema nos somete y, por ende, las reacciones a ellas de un nivel igual o superior. Es aquí dónde entra el juego de la moralidad. ¿Está justificado todo, inclusive el crimen, para recuperar lo que una vez fue tuyo? De nuevo, la conclusión es afirmativa sin ninguna clase de coartadas digamos revolucionarias. No hay apelaciones, más allá de unas reivindicaciones al inicio del film que se demuestran inútiles y casi paródicas, sino algo así como una descripción del ser humano tan deprimente como el propio sistema del que es víctima. Más que conciencia de clase se nos ofrece una lección de darwinismo: solo sobrevive (además literalmente) quien sabe adaptarse mejor.

Para mostrar todo ello el director coreano no sorprende en cuanto a las formas ni a la puesta en escena. Como siempre, más allá de una trama que funciona, excepto por algunos momentos de pura comedia algo forzados, No Other Choice es un recital de planos imposibles, de energía visual que parece bailar al ritmo de lo narrado. Sí, lo visto está más cerca del caos que de la estructura, como si las propias imágenes acabaran por responder a la pulsión psicológica desquiciada de su protagonista. De hecho, aunque lineal, la trama parece más una sucesión de piezas de puzle destinadas a hacer un clic final, como pequeñas fotografías de momentos que solo en el desenlace se amplían para ver todo el conjunto.

Puede que no sea la obra más redonda del director, que el metraje se le vaya de las manos (algo no infrecuente en su filmografía), pero de lo que no cabe duda es que la sensación de estar más ante una sinfonía ejecutada con precisión por un director de orquestra es innegable. Lo paradójico y certero es que a pesar de la dureza de lo expuesto uno acaba el film con una mueca, entre la sonrisa y la desesperanza, lo que casa perfectamente con el título, el rictus expresado cuando no hay otra opción.

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