Nayola (José Miguel Ribeiro)

El primer largometraje de animación del realizador portugués José Miguel Ribeiro es, teniendo en cuenta la escasa producción animada del país y su casi nula proyección internacional, todo un hito. Nayola, que compitió en Annecy y próximamente podremos ver en el Festival de Cine de Sevilla, es una producción compleja y ambiciosa que ha logrado una visibilidad bastante notable en el circuito de festivales. Su argumento sigue dos líneas temporales y observa a tres generaciones de mujeres angoleñas a través del conflicto armado en dicho país, de sus consecuencias y de la represión autoritaria. La primera de estas líneas temporales está centrada en el pasado y sigue las peripecias de Nayola, que representa la segunda de estas generaciones, busca a su marido desaparecido en combate y participa activamente del conflicto militar como parte de la guerrilla. Paralelamente, la cinta se enfoca en el presente para contar la historia de Yara, una joven rapera que vive en Luanda y debe esquivar a la policía para distribuir sus canciones reivindicativas por la ciudad. Yara vive con su abuela Lelena, una mujer marcada por las diferentes guerras que ha vivido y que lidia con la desaparición de su hija años atrás.

Lo primero que llama la atención de Nayola es lo complicado de su estructura, ya que se mueve constantemente entre dos narraciones que reflejan momentos históricos distintos. Esto genera una dinámica que puede en un principio resultar confusa, más aún con la decisión de unir ambas con transiciones fluidas, como si fuesen parte de un mismo continuo. Pero a medida que se va desarrollando la película, esta estrategia revela paralelismos muy interesantes entre distintas épocas en un mismo territorio, dramas generacionales acentuados por eventos traumáticos y, en definitiva, la idea de que Angola es un país aún hoy en conflicto y lejos de alcanzar una paz social duradera, aunque ya no se den enfrentamientos militares directos. Nayola y Yara luchan ambas con armas diferentes y en contextos y situaciones emocionales distintos, Lelena vive resignada a la pérdida tras haber sufrido las heridas de su país durante mucho más tiempo.

Son particularmente notables las diferencias en la presentación visual de las dos épocas narradas. En los eventos del pasado, la presentación es un curioso collage entre fondos impresionistas, con una elevada expresividad abstracta y una gran cantidad de escenas que abrazan directamente el surrealismo, y unos diseños de personajes más realistas, generando la sensación de que éstos viven en un entorno irreal o incierto, en constante cambio, como si fuese una suerte de mal sueño del que el horror y la barbarie forman parte cotidiana. Refleja además la espiral de violencia y deshumanización que viven sus personajes en el conflicto.

En los eventos del presente, en cambio, el estilo de dibujo es más convencional y más libre de abstracciones, reflejando un día a día más inmediato en el que los conflictos no son tan explícitamente gráficos pero continúan a una escala más sutil. Con una pequeña acotación: los rostros de los personajes parecen aplanados, como si fuesen máscaras. Esta decisión estética no me parece nada casual teniendo en cuenta que en un momento dado se habla, en sentido figurado, de la necesidad de llevar “máscaras” con el motivo no tanto de ocultarse sino de esconder las vulnerabilidades y proyectar una imagen unívoca en un entorno hostil.

Si bien es cierto que las costuras técnicas —en particular, la animación de personajes más natural en la historia del presente sufre de una evidente falta de recursos— hacen acto de presencia y en ocasiones chocan con las ambiciones estéticas de la cinta, el resultado sigue siendo impresionante, conformando una obra visualmente heterogénea pero en la que cada decisión corresponde de manera adecuada a lo que se quiere contar y expresar. Por otro lado, como película sobre un pueblo oprimido y víctima de numerosos conflictos, podría haber dudas razonables respecto de hasta qué punto la mirada de Ribeiro, un hombre blanco de Portugal, es la más adecuada para contar una historia de mujeres angoleñas. Lo cierto es que esta potencialmente complicada injerencia no se hace notar en una cinta respetuosa y bien informada, que evita actitudes neocoloniales y exotismos mientras explora la realidad social y cultural de Angola a través de sus personajes.

Nayola es una muy buena película y reflejo de un país que ha sido todo un hervidero de conflictos durante décadas, arrastrando a distintas generaciones y camino a un futuro todavía incierto y lleno de lucha y reivindicación. Es, además, una rareza animada, procedente de un país en el que dicha industria está aún empezando a crecer, y en ese sentido sorprende y mucho ver el nivel de ambición y sofisticación que ya demuestra esta cinta, y que le ha valido un reconocimiento internacional hasta el momento inédito en una producción de animación portuguesa.

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