Nación (Margarita Ledo)

El silencio es una forma de violencia. Quizá por eso en los últimos tiempos en España han surgido películas como El trabajo, o a quién le pertenece el mundo (Elisa Cepedal, 2019) o El año del descubrimiento (Luis López Carrasco, 2020) que, alejadas de la ficción, devuelven la voz y visibilizan de manera directa a la clase trabajadora. Justo cuando estamos atravesando una profunda crisis económica, que saca a relucir la precariedad crónica de millones de personas, vemos representadas en imágenes conflictos —con sus derrotas y victorias— que parecen olvidados. Porque la situación que vivimos no es nueva y no tiene su único germen en la penúltima crisis financiera del 2008. En estas películas se revisita la desmantelación de la cuenca minera asturiana y los procesos de desindustrialización que afectaron a la Región de Murcia en paralelo a la desactivación de la lucha obrera que alcanza a nuestro presente. Nación (Margarita Ledo, 2020) hace lo propio aplicando una mirada feminista y desde una perspectiva de género. El foco se coloca aquí sobre las mujeres gallegas que encontraron en las fabricas de loza o las conserveras un sueldo que mejoraba enormemente su nivel de vida. Un sueldo que funcionaba como complemento, en muchas ocasiones, a sus actividades en el campo o de marisqueras.

La directora toma como punto de partida y guía de su estructura el caso del cierre de Pontesa (en el contexto de la desindustrialización de la región) y las reivindicaciones salariales y de compensación de sus trabajadoras, que han tardado décadas en cristalizarse judicialmente. Gracias al establecimiento de nuevas factorías a partir de los años sesenta, varias generaciones de mujeres podían —por primera vez— construir su propio proyecto vital y emancipación. Ledo establece distintas estrategias narrativas y formales, combinando fotografías, metraje de archivo en distintos medios, entrevistas, conversaciones, escenificaciones y ‹performance› con ayuda también de una actriz profesional como Mónica Camaño, que aparece discretamente hasta que toma firme la palabra en un soliloquio final en el que expande las intenciones discursivas del filme. Con las imágenes de la televisión pública gallega y grabaciones de la época observamos los movimientos sindicales que tomaron la iniciativa en los años ochenta, promoviendo huelgas, encierros y protestas. En ellas aparecen los cuerpos y los rostros de las protagonistas formando un colectivo y expresando sus demandas con la fuerza de su unión. Estas mujeres que tomaban las calles y el espacio público evocan a las empleadas de Coup pour coup (Marin Karmitz, 1972) cuando se revelaban y ocupaban el taller textil en el que trabajaban en aquella recreación, que aquí es auténtico registro histórico.

Con un uso preciso del montaje se contrapone la actividad en el interior de la fábrica de cerámica en distintas épocas o las salidas de sus turnos en una transición de planos encadenados. Un ejercicio sencillo por el que se perciben las mínimas diferencias existentes en la rutina de las trabajadoras en un período de décadas. El trabajo y la vida se muestran entrelazados en un vínculo directo —a través de las experiencias únicas de las mujeres— entre los ámbitos público y privado, doméstico y laboral. En un sistema socioeconómico que se basa en la explotación del proletariado, las implicaciones para las mujeres de verse recluidas de nuevo en sus casas es un retroceso todavía más terrible. En el monólogo final de Mónica Camaño se alienta a traspasar la cerca, a la creación de comunidad, de nación, entre las mujeres trabajadoras. También se homenajea a las lucha y el sufrimiento de las que estuvieron antes, como base sobre la que inspirarse y construir, de proyectar cualquier lucha hacia el futuro. En el largometraje se aborda la desigualdad propia de la mujer en el ámbito laboral, cobrando un sueldo inferior y trabajando más que sus compañeros hombres, que tampoco las apoyaban en general. Los testimonios se construyen siempre componiendo sus planos a través de la relación para con los espacios y mostrando diálogos entre ellas, al mismo nivel, o dirigiéndose directamente a cámara con sus exposiciones. Así es como la cineasta cede la palabra y la presencia a estas mujeres, sin imponer un mensaje preestablecido sobre sus declaraciones y subrayando incluso las pequeñas contradicciones de sus relatos personales, que puestos en común configuran la extraordinaria dimensión política de la película.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *