Mike Flanagan… a examen

En la historia de Mike Flanagan hubo vida y suspense antes de abrazar incondicionalmente a Stephen King en El juego de Gerald. También tuvo tiempo de experimentar sobre sus fobias antes de construir sus guiones junto a Jeff Howard a partir de Oculus: El espejo del mal, pero sin duda, Flanagan es un hacha indagando en lo personal para construir relatos de terror, sin importar la procedencia de estos mitos.

Es un buen momento para pararse a observar a Flanagan en su versión más discreta —y no por ello menos contundente—. Absentia hace referencia a ese estado legal en el que una persona desaparecida por un largo periodo de tiempo puede declararse como muerta, lo que equivale a un asunto burocrático que obliga testimonialmente a pasar página a sus seres queridos. Esta es la premisa con la que decide el director sumergirnos en el terror desde la intimidad de Tricia, a la que en pocos minutos, desde sus títulos de inicio, recrea su situación personal con pequeños detalles: un barrio tranquilo, unos carteles de un hombre desaparecido y una prominente barriga que anuncia un embarazo. Compite aquí la presentación de Callie, su hermana, con sus botas ajadas, chaqueta de estilo militar y mirada despreocupada para coincidir en la puerta del hogar de la primera, allí donde todo puede ocurrir. Vuelve (o comienza, en realidad) Flanagan a aludir a la familia para experimentar el terror desde el lado más humano, pues parece que siempre encuentra este punto de partida para relativizar el miedo; cuanto más cercano lo sentimos, más lo padecemos y más reflexionamos sobre él, una sensación que claramente se encuentra con facilidad en las películas de Flanagan, donde el duelo nos lleva a creer en algo más mundano que lo sobrenatural para intentar entender sus historias.

En Absentia hay un duelo latente, la desaparición del marido de Tricia, que se encuentra estancada ante una decisión definitiva, la de conseguir legalmente declarar muerto a Daniel. El empujón definitivo es la aparición (prevista) de su hermana, que no es un ser de luz pero sí una renovada versión más receptiva a los cambios. Desde un primer momento juega con esa versión del duelo que nos permite fantasear con las posibilidades que implican la desaparición de un ser querido, haciéndonos partícipes de los posibles finales que podemos aceptar como plausibles para aquello que no tiene una explicación sólida. Flanagan se sustenta del interés por comprender el proceso para fantasear con lo insólito que viene adherido a aquello que no podemos saber a ciencia cierta, abrazando en cierto modo lo sobrenatural como una parte del proceso, y esto implica el folclore, la religión y la fantasía como elementos dispuestos a colonizar ese vacío tan oscuro que deja la ausencia en sí misma. El film tiene la habilidad de reconstruirse a partir de pequeños giros que cambian el ritmo de los acontecimientos pero que nos llevan una y otra vez a juzgar por nosotros mismos lo que es real y lo que es un mito. Absentia es una película de bajo presupuesto, una ‹indie› que sabe aprovechar ferozmente sus recursos, donde los saltos definitorios hacia el terror son secos, tajantes, capaces de insinuar lo necesario sin mostrar demasiado para que no exista realmente una deuda con el espectador en sus imágenes: el relato vive de la intuición más que de la exposición, porque tratar de tonto a quien se acerca a tu película no siempre es necesario.

Mike Flanagan se basta y se sobra con un inquietante túnel que te lleva al otro lado de forma literal y figurada, unas sombras que equivalen a la culpa y un elemento sórdido equiparable a la alucinación para dinamitar la unidad familiar y las creencias básicas sobre, de nuevo, el duelo y su proceso. Para el director la familia suele ser un nido perfecto para invocar la fatalidad y abrigarla con una oscuridad muy personal, siendo Absentia una especie de punto de partida (aunque no sea su primera película) para unificar sus ideas y emplazarlas a un futuro impregnado por los cuentos clásicos y la fantasía alimentados por los pensamientos más mundanos y foscos que alguien, cualquiera, pueda reproducir en su mente. Bajo el tamiz de Flanagan, ese pensamiento disruptivo se convertirá seguro en un terror de lo más pesadillesco y reflexivo que podamos imaginar.

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