Mi querida ladrona (Robert Guédiguian)

En la nueva película del director francés Robert Guédiguian, se narra una historia de Maria, una mujer que trabaja asistiendo a personas mayores en sus domicilios, y que está entregada a convertir a su nieto en un pianista de renombre, sacando el dinero de donde puede y como puede, en ocasiones robando y estafando a los ancianos que cuida. Sin embargo, al descubrirse el pastel en uno de los casos, se ciernen amenazas de represalias legales sobre ella, justo cuando su nieto está más cerca de cumplir ese sueño. En la cinta también se expone el punto de vista de otros personajes, como el del señor Moreau, la víctima de la artimaña, y su hijo, que no le perdona haber abandonado a su madre en su momento; o en la familia de Maria su marido, que no trabaja y gasta todo el dinero de su pensión en el juego, o el de la hija de Maria, quien observa con escepticismo las expectativas que esta pone en su hijo.

El resultado hace de Mi querida ladrona una obra que se aleja de cualquier tipo de intriga y se empeña en entender, a través de las decisiones de Maria pero también de los problemas que arrastran otros personajes, las dinámicas de clase, las diferencias socioeconómicas y de oportunidades, así como la idea de éxito o progreso que tienen sus personajes. Un elemento particularmente notable de las motivaciones de Maria es el carácter, no de supervivencia económica, sino de necesidad aspiracional: hacer de su nieto un gran pianista tiene más que ver con el prestigio y el deseo de conquistarlo, de tener una imagen que proyectar, aunque sea a base de deudas y de arriesgar su carrera e incluso su integridad social, puesto que los delitos que comete son particularmente sensibles. Durante toda la película se van dando trazos de este carácter de aspiración constante, desde el mencionado hasta el capricho de comer ostras o el de tener una casa con piscina a pesar de que ello haya resultado en un endeudamiento y en vivir al día hasta el momento. Todo esto hace de Maria un personaje muy interesante, con defectos y malas decisiones pero con un trasfondo emocional comprensible y respetado siempre por el enfoque de Guédiguian.

Todo lo demás, el resto de personajes y sus conflictos personales, lamentablemente no funciona a la misma altura que lo planteado en el principal. En particular, los elementos narrativos que conciernen a Laurent, el hijo del señor Moreau, parecen abocados a la inconsistencia más absoluta, y su interpretación con frecuencia desubicada no ayuda, pero sobre todo el problema está en un guion que aboca a dicho personaje a arrebatos emocionales pasados de vueltas y de contexto, que es incapaz de hacer entender la agresividad verbal desatada que muestra hacia su padre cuando cree que gasta su dinero con una prostituta sin plantearse ni siquiera su posición de vulnerabilidad, o que más tarde se envuelve en una infidelidad que la cinta traslada a un comportamiento casi de adicción al sexo, a estar con esa otra persona bajo cualquier circunstancia y en cualquier momento. Es un personaje que grita siempre a destiempo y que está escrito como una parodia de brocha gorda de sí mismo, y lo que resulta de esto daña varias subtramas y afecta a otros personajes. La película ya tiene ciertos problemas en ocasiones para evocar la naturalidad en sus conversaciones, pero estos problemas se vuelven infranqueables cuando este personaje está en pantalla.

Mi querida ladrona tiene un potencial razonable como historia sobre diferencias de clase y de posibilidades económicas, y de la mirada aspiracional frustrante generada por estos desequilibrios. También tiene cosas que decir al respecto de las estructuras y las relaciones familiares y cómo la holgura o escasez económica influyen en ellas y crean problemas, y también maneras de gestionar las emociones, distintos. Todo ello conforma planteamientos muy lúcidos que, en particular, transmiten fuerza y convicción a través del personaje de Maria, su entorno familiar inmediato, y la relación afable que establece con las personas mayores a las que cuida. Sin embargo, parece funcionar a dos marchas, con personajes que claramente no están en la misma escala de intensidad ni de correspondencia emocional respecto de lo que están viviendo, y esto agrava las dificultades ya notorias de la película para liberarse de los corsés representativos en los que cae. El resultado es disfrutable y constructivo, pero con un regusto inevitable a fallido y la sensación de que Guédiguian comprende en parte pero no a fondo las historias y los trasfondos que expone en su cinta.

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