Martillo para las brujas (Otakar Vávra)

Entre los nombres que configuran la Nueva Ola Checoslovaca Otakar Vávra reluce como uno de esos maestros de la vieja escuela que supo evolucionar desde el clasicismo germano de sus primeras obras hacia esa novedosa concepción que emergió durante la combativa década de los sesenta en el país europeo. Un modelo liderado por los alumnos a los que Vávra dio clases en la Academia de Cine checoslovaco de la que fue maestro, formando a los Milos Forman, Jiri Menzel y compañía en las artes cinematográficas. El autor de Krakatit fue un cineasta muy prolífico poseedor de un poderoso lenguaje alimentado por sus estudios de arquitectura que sobrevivió a las convulsas disputas políticas que tuvieron lugar durante toda su trayectoria, conviviendo con administraciones de uno y otro espectro ideológico.

Tras cosechar un enorme éxito en los años cincuenta gracias a su trilogía ubicada en la Edad Media e impartir cátedra dentro del incipiente movimiento rupturista empujado por sus alumnos aventajados con la singular Romance for Bugle, Vávra decidió dar un paso al frente en 1969 encarando la compleja adaptación de una novela escrita por Václav Kaplický a partir de la recopilación de unos textos versados en torno a unos juicios sumarísimos celebrados por la Inquisición en la Moravia de finales del siglo XVII. Una apuesta valiente pues la Nueva Ola languidecía en esos años tanto por la evasión de nombres de leyenda como Forman o Nemec (este último desterrado de su país por las autoridades comunistas con motivo de sus obras subversivas) como por la censura que salpicaba a ese enfoque socarrón, siempre satírico y afilado, inherente al séptimo arte con denominación de origen Checoslovaquia. Frente a este panorama las típicas comedias absurdas derivaron hacia un enfoque mucho más trascendental, sito en ocasiones en la baja Edad Media como paraguas sobre el que verter las metáforas de denuncia en contra de la opresión del Régimen Comunista. Y Vávra le echó narices, a pesar de que siempre fue tildado como un autor poco comprometido y en cierto sentido interesado, tejiendo una de las mejores parábolas de denuncia en contra de las purgas Stalinistas que azotaban la Checoslovaquia de aquellos años a través de la traslación de esos juicios acusadores de inocentes y fomentadores de la delación por medio de diversos instrumentos de tortura que tuvieron lugar a finales de los años sesenta hacia los escenarios y parajes de la justicia inquisidora justiciera de supuestas brujas.

En mi opinión Martillo para las brujas forma junto a Ucho uno de los mejores dípticos de cine político jamás realizado sin tener la política como centro de la acción, sino como arroyo subterráneo obligando al espectador a escarbar en su superficie para mimetizar su fluido mensaje. Vávra nos situará en un pequeño pueblo de campesinos a finales del siglo XVII, época de reformas eclesiásticas y ocaso del absolutismo y por tanto del ejercicio bestial instrumentado por los tribunales inquisidores nacidos al amparo de dichos regímenes. Ello es informado por el autor de Días de traición merced al personaje del presbítero Lautner, un diácono que hace convivir en su biblioteca La Biblia con autores de la Grecia Clásica como Aristóteles o Eurípides partidario de una nueva visión del catolicismo más aperturista y por tanto menos ligada a la superstición.

Una religión caracterizada por la amoralidad convertida en un símbolo de represión de los instintos innatos al ser humano: la pasión, el deseo, el sexo… virtudes tildadas de vicios por los guardianes de la fe y la moral hasta el punto de etiquetar como brujas o herejes a aquellos que osaban saltarse las prohibiciones teológicas dictadas por los gobernantes y administradores feudales dando por contra rienda suelta a sus anhelos de libertad.

En este sentido el maestro abrió su propuesta con unas imágenes evocadoras: las de unas mujeres completamente desnudas mostrando sus senos y sexo mojados por el agua en un reparador baño que dará paso a un divertido jugueteo como Dios las trajo al mundo en un ejercicio de exaltación de la belleza femenina ciertamente hipnótico. Entre las sirenas observamos a Susana una hermosa joven que adopta el rostro de la cocinera del presbítero Lautner, quien la adoptó tras el fallecimiento de su madre más que como una criada como a una discípula, algo que no se ve con buenos ojos por compañeros del clero. Sin embargo, el gozo del paraíso será bruscamente interrumpido por la voz de un oscuro inquisidor que azotará con sus proclamas apocalípticas la paz que reinaba en esta escena de arranque.

La luminosidad ensombrecida por unos claroscuros arquetipos de una producción de cine de terror puro que dará paso al verdadero núcleo de acción de la cinta. Así, durante la celebración de una misa, un pequeño suceso consistente en el resguardo de una hostia consagrada por parte de una mísera anciana con objeto de entregarla a una compañera para poder alimentar de este modo a la vaca propiedad de esta última cuyas ubres se han secado ante la falta de alimento, desatará todo un torrente de intrigas y crueldad con la irrupción en escena de un viejo juez inquisidor llamado Bobling que se encontraba retirado del ejercicio religioso regentando una ruinosa bodega junto a su despiadado y borracho subalterno. Ambos reclamados por la supersticiosa condesa propietaria de las ricas tierras de los alrededores y por consiguiente fuente de financiación del clero y demás miembros de la administración local.

La presencia del corrupto, ebrio y sádico Bobling implicará el inicio de una absurda caza de brujas que acusará tanto a la anciana que hurtó el sagrado corazón de Cristo como a sus dos supuestas compinches, unas desgraciadas mujeres cuyo único pecado se circunscribirá a la ausencia de medios de subsistencia y la abundancia de miseria. A través del empleo de toda una gama de cruentos instrumentos de tortura, Bobling obligará a confesar a las desdichadas acusadas su pacto con el maligno con la consiguiente ejecución en la hoguera.

Las malas artes desplegadas por estos incómodos recién llegados traerán consigo las críticas del prudente y humanista Lautner. Sin embargo, sus ataques serán contestados por los interesados y maquiavélicos inquisidores para dar la vuelta a la tortilla, lanzando éstos una serie de embustes, falsos testimonios y rumores en contra de Lautner quien será acusado junto a un matrimonio de comerciantes y a Susana de herejía, derivando este hecho hacia un complejo cruce de acusaciones, intrigas políticas, juegos de poder, diversos intereses económicos y explosión de pulsaciones irrefrenables que acarrearán un final fatal. Y en todo este embrollo, siempre bebiendo del vino que mejor aroma le ampara, Bobling utilizará todos sus instrumentos de tortura para lograr la confesión de culpabilidad de unos inocentes a los que no les quedará más remedio que asumir su incendiario destino marcado por la fatalidad.

Sin duda uno de los puntos más fascinantes del film consiste en su elegante y magnética puesta en escena. Vávra desechó jugar con el espectador fomentando los aspectos más truculentos y provocadores que podría haber plasmado sin problemas merced a lo espinoso de un guión salpicado por la exposición de métodos de tortura a cada cual más cruel y despiadado. De hecho las películas basadas en los tejemanejes llevados a cabo por la Inquisición solían caer en el género de terror, apostando por tanto por el trayecto más sencillo. Pero no. Martillo para las brujas no aspira a retratar con crudeza la práctica de la Inquisición con todo lujo de detalles. Al revés. Elegirá las imágenes implícitas frente a las explícitas. Si bien alguna escena muestra en primer plano el calvario de los reos, los cuales sufrirán las acciones de potros de tortura o serán acribillados por afiladas agujas y sus dedos machacados por funestos aparatos medievales, Vavrá se preocupó de no hurgar en la herida apostando en su lugar por la prudencia y la sobriedad. Una mesura que evoca al cine de Carl Theodor Dreyer y de otros genios del cine clásico europeo como Bergman o Eisenstein.

La cámara del maestro apenas se mueve de su centro de operaciones. Planos fijos, perfectamente planificados para encapsular a los intérpretes dentro del marco escénico, agrupados en un montaje muy académico que denota la maestría de quien está detrás de la cámara dando las órdenes. Fotogramas que se asemejan a cuadros del barroco con personajes estáticos, ascéticos que en todo momento evitan el movimiento brusco. Encuadres siempre a la altura de los ojos de los intérpretes, conectados por la técnica del plano-contraplano como instrumento de réplica entre las diferentes posturas: la de los jueces corruptos de la fe y altivos frente a la compasión que desprenden unos acusados forzados a efectuar un testimonio para evitar su condena a una muerte lenta y agónica. Una de las claves del film es sin duda su fotografía. Obra del genial Josef Illík, cinematógrafo de cabecera de Karel Kachyna con quien colaboró en Ucho, The Nun’s Night o Carriage to Vienna. El oscurantismo de la época fue esbozado mediante unos claroscuros expresionistas derretidos en las escenas carcelarias combinado con una foto limpia y muy refinada en las escenas de interior lideradas por un clero caótico y confuso y una nobleza displicente y frívola amante de las orgías y el asesinato a sangre fría y fuego caliente como mero objeto de esparcimiento.

Tal como hemos comentado se puede adivinar cierto parentesco entre las injustas condenas que sufrirán esos inocentes que asumirán su caída en desgracia por medio del imperativo eclesiástico profesado por un juez inquisidor obsceno, sádico, amante de la buena mesa y de los placeres mundanos, casi analfabeto, seguidor de las doctrinas de Dios en su vertiente más salvaje y menos idealista, desafiante con los débiles, bajo con los poderosos, esto es, todo un desecho de virtudes corruptas… como esos magistrados comunistas que patearon de la administración checoslovaca a aquellos miembros contestatarios con la falta de libertad y la hiriente opresión profesada por la dictadura.

Tanto en su vertiente formal como en la metafórica, Martillo para las brujas se eleva como una de las películas más poderosas de la Nueva Ola del cine checoslovaco producida en la etapa de decadencia de un movimiento clave para la renovación del lenguaje cinematográfico. Una película terriblemente inspiradora, profunda, compleja, crítica y bella en cuanto a su envoltorio visual. Filmada como los ángeles por un viejo profesor con alma de joven aprendiz. Un compendio de sabiduría que no carga para nada las tintas en un aura excesivamente intimista, sino que fue tejido a través de un ritmo entretenido y accesible fructificando en un vestido que supo lanzar unos venenosos dardos de esos que no dejan indiferente al espectador. En mi opinión la mejor película jamás filmada sobre el universo de la Inquisición y sus pérfidas intenciones moralizadoras ancladas en la cultura del miedo como herramienta de control fagocitadora de las libertades del individuo. Da igual la época. Importa el mensaje.

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