Mamá, mamá, mamá (Sol Berruezo Pichon-Riviére)

Mamá, mamá, mamá es el primer largometraje de ficción de la cineasta argentina Sol Berruezo Pichon-Riviére, en el que explora las circunstancias personales y emocionales que rodean a Cleo, una niña que acaba de perder a su hermana Erin y que ahora debe permanecer unos días en casa de su tía y sus primas mientras su madre se recupera del shock emocional. De este modo, Cleo convive con sus primas, se abre eventualmente a sus juegos y descubre cosas sobre su propio cuerpo cuando la pubertad comienza a asomar, mientras el recuerdo de Erin permanece.

Aunque la premisa pueda hacer pensar en ello, decir que esta película trata del duelo y la aceptación no sería una respuesta completa, y tal vez ni siquiera apropiada. Lo que propone es más bien una exploración integral y circunstancial. Suceden cosas, algunas de gran importancia psicológica y emocional; hay un elemento de fondo, que pesa y no deja avanzar. Pero la película va de todo eso y de nada de ello en concreto. Es por ello que se la ha calificado de minimalista, en un intento de describir un tipo de narración en la que nada termina por prevalecer y no hay una temática específica, y con ello un conflicto activo, en los que se concrete el flujo de acontecimientos.

Sin embargo, ese calificativo puede llevar a error. Mamá, mamá, mamá es pequeña, casera y familiar, pero no es una película sin ambición; más bien al contrario, considero que posee una ambición fuera de lo común, precisamente porque rechaza una escalada narrativa convencional que se pueda escudar en un discurso configurado de antemano, y se dedica a observar a su protagonista y lo que la rodea en su complejidad y contradicciones. Por supuesto que Cleo siente dolor y miedo a afrontar lo que sucedió con su hermana, pero también experimenta otras emociones: le divierte jugar, le intriga escuchar historias de terror, le confunden los cambios en su cuerpo. Gradualmente, se abre más con sus primas y juega y habla más con ellas, va superando sus sentimientos de pérdida y siendo más consciente de lo que le rodea.

Y es que esta obra no olvida de qué circunstancia viene Cleo, pero no lo convierte en el elemento único que define al personaje. Explora sus sentimientos sin dirigirlos a ningún lugar, dejando que fluyan y que a veces se enquisten y dificulten el avance, o que en otras se evadan por completo, se diviertan o frivolicen. Sin duda, la pérdida deja una huella que pesa y que es muy difícil superar, pero ésta se va superando y normalizando poco a poco, y el gran acierto de la cinta es reflejar esto sin poner atención sobre ello, sin establecer marcas narrativas. Con naturalidad, en resumen.

Situando la acción en una casa de campo alejada de la ciudad, Berruezo logra con ello el ambiente perfecto para su visión eminentemente intimista. Las mujeres y niñas de la familia conviven en un lugar apartado, con escasa relación con sus vecinos, lo cual permite poner el enfoque en sus relaciones, obviando los elementos externos; esto particularmente se nota en Cleo, quien solamente se comunica con las personas con las que convive en esa casa, funcionando como una suerte de perspectiva a través de la cual observamos y nos sentimos partícipes de la cotidianeidad. Asimismo, su enfoque en los juegos, los misterios infantiles y la observación curiosa de lo desconocido afianza la ternura nostálgica por la infancia que transmite toda la cinta.

Viendo este filme y su particular manera de discurrir, el paralelismo más obvio que me venía a la cabeza era Mi vecino Totoro, la película de Hayao Miyazaki. No me sorprendería en absoluto esta inspiración de una obra que traza muchos puntos en común con aquella y que en cierto modo propone una filosofía similar sobre la narrativa, el tratamiento de los conflictos emocionales, la ambientación y los lazos cercanos y, en general, la visión de la infancia como algo que sólo tiene sentido desde la naturalidad más irreducible. Estas similaridades se acentúan todavía más en los compases finales de la cinta.

Como aquella, Mamá, mamá, mamá es una película en la que los conflictos y el drama existen, es decir, no se niegan en ningún momento; pero que no se construye en base a dichos conflictos o dicha escalada dramática. Es una forma de narrar acontecimientos en la que el camino no está marcado de antemano en busca de una suerte de propósito final. Y esto, si bien podría dar una apariencia descentrada para alguien que busque un enfoque más convencional o intenso, es una perspectiva valiosísima con la que comulgo con facilidad y que suele costar ver, más aún con esta convicción y desparpajo, en la ficción intimista.

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