Los consejos de Alice (Nicolas Pariser)

Vamos a empezar por lo que no es.

No es una película de Godard. Aunque vemos personajes pseudointelectualoides divagando sobre la corrección política, Los consejos de Alice carece de todo el sentido crítico que el director francés sabía prosperar en sus trabajos. Aquí se habla y se habla pero ese exceso de contenido solo nos lleva a la desesperación.

No es una película sobre política. Sí, el gabinete de un supuesto y veterano alcalde de Lyon queda retratado en el film, pero la imposición de una joven en un hipotético puesto de trabajo solo sirve para fantasear con roles arquetípicos y manidos, como si fuese una nueva Sabrina pero sin Billy Wilder intentando inculcarnos un romance.

No es una película para el lucimiento de sus actores. Fabrice Luchini es simplemente una excusa y no un aliciente actoral, porque su presencia es meramente estructural; es decir, alguien tiene que hacer de alcalde, Luchini es un actor de renombre y Nicolas Pariser se tira de cabeza a donde sea por poder trabajar con alguien así, ergo todos contentos (menos yo). Lo de Anaïs Demoustier es algo totalmente distinto. Es el personaje de Schrödinger, que protagoniza pero no aparece, que vemos pero no sentimos, que analiza miles de parámetros sobre el intelecto ajeno pero no consigue llenar con sus frases el más mínimo contenido. Palabras banales, ¿síntoma del fin de los días de la política? No, sopor gratuito.

¿Es una película de pantalones bonitos? Pues mira, sí, Alice tiene muy buen gusto y los paseos por los distintos pasillos del ayuntamiento sirven para admirar la caída de la tela, el corte, la elegancia del movimiento, la gracia del color. Toda una amalgama de buen gusto hecha con una pieza para dos piernas. Algo que va más allá de la moda y que nos aleja de la crítica convencional. Pantalones. Una maravilla silenciosa.

El absurdo sí tiene su sentido cuando Nicolas Pariser decide aspirar a dirigir una película prototípica y a la vez amena e inteligente, y consigue todo lo contrario. Es complicado entrar en el juego de despachos caprichosos y enemigos públicos cuando el personaje que nos lleva de la mano parece obviar su propia implicación. Sé que en su cabeza era maravilloso lo de distanciar a Alice del trabajo que debía ejecutar, pero resulta zafio y pesado escuchar palabras y más palabras como si estuviesen vomitando información filosófica cuando no se acompaña de alguna ejecución plausible. Si es la película la que tiene que hablar, se espera que su desarrollo nos permita gozar de la pura observación. Si son los personajes los que simplemente hablan, que sea de un modo consciente y revelador, que remueva realmente alguna conciencia lo que dicen. Si es desarrollo es plano y anárquico —el tijeretazo parece un continuo espacio-temporal— y la cháchara pura palabrería sinsentido, el paraíso se derrumba a la de ya.

El mundo y su constante evolución, la política y sus redes de halagos y mentiras. Sé que el problema es mío y no tanto de la película, pero ya que hay un choque de personalidades, un intento de conseguir vapulear mentes a partir de problemas universales en el mundo de los consistorios municipales (o internacionales, qué sé yo), mi única esperanza es ver una chispa de ingenio. Y si realmente es una película que tanto ha gustado, no será por las inquietudes que despierta, porque el letargo al que te somete solo promete desesperación y miradas furtivas al reloj. Y al final el calzador nos lleva hasta Bartlerby el escribiente, qué cosas.

No es mi película. Pero vaya unos pantalones bonitos.

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