Lobo & Perro (Cláudia Varejão)

Ana vive en la isla de São Miguel, un lugar aislado en medio del océano Atlántico. En plena transición vital hacia la adultez, muy pronto se da cuenta de que el ambiente de la isla se le queda pequeño; además, navega entre las contradicciones de una sociedad tradicional y fuertemente religiosa por la que siente apego y la libertad expresiva que respira junto a sus amistades, muy en particular de Luis, un joven ‹queer› con gran afición por los vestidos. El regreso de su vieja amiga Cloé, los recuerdos de su pasado con ella y la tensión romántica entre ambas terminarán de configurar su estado de ánimo y su necesidad de perseguir un cambio en su vida.

Lobo & Perro, como se titula la última película de la directora portuguesa Cláudia Varejão, es una historia que se mueve en una expresión contemplativa e intimista, mostrando, sin apenas recurrir a grandes golpes de efecto dramáticos, la sensación que acompaña en todo momento a Ana, de estar en una encrucijada vital que no puede resolver fácilmente sin renunciar en uno u otro caso a elementos de su identidad, de sí misma. La vida en la isla tiene ese trasfondo opresivo, de un lugar en apariencia tranquilo pero en el que el juicio basado en las tradiciones y las ideas conservadoras que se dan en su propia familia dificultan la expresión libre del género y la sexualidad; por ello esa sensación de liberación que da la película cada vez que se centra en el grupo de amistades de Ana, cuando pueden expresarse como son sin inhibiciones. Sin embargo, no todo forma parte de un blanco y negro claro, porque un elemento importante que introduce Varejão en la narrativa y en las emociones de los personajes, también de aquellos que no encajan en los roles de expresión tradicionales, es, como mencionaba, el apego a la tierra, a sus costumbres y creencias. Ellos, Ana incluida, por supuesto, no existen al margen de su sociedad. Participan en las liturgias, viven su fe religiosa con idéntica solemnidad, y están imbuidos en muchos casos de los mismos valores que han vivido.

Encuentro particularmente curiosa en este sentido la relación amable que traza Varejão entre la religión o la espiritualidad tradicional y la expresión ‹queer›; una mezcla de caracterizaciones que puede chocar desde sus postulados pero que tiene absoluto sentido en la práctica, en el día a día de unas personas que viven y han sido educadas en una sociedad concreta. Por supuesto, Lobo & Perro también habla de choques y conflictos eventuales, pero no por ello renuncia a mostrar cómo los vínculos emocionales pueden construir rasgos de personalidad y expresión en apariencia contradictorios, de una manera plenamente natural. Y a Ana le ocurre eso mismo también. Ella tiene claro que quiere salir de ahí y abrirse a nuevas experiencias vitales; ve la isla como un límite, geográfico y metafórico, un lugar que se le queda pequeño. Pero, al mismo tiempo, es su lugar, y es parte de ella, de cómo ha comprendido e interiorizado muchas cosas a lo largo de su vida.

La complejidad de este arraigo, de la relación con lo que se ha vivido siempre, es algo que incluso en obras de esta deriva narrativa no se maneja con frecuencia del todo bien, ya sea por querer hacer hincapié en la emoción particular del choque o de la necesidad de huir; y creo que Varejão resuelve la papeleta con una gran muestra de empatía y comprensión por sus personajes, muy en particular de una protagonista excelentemente trazada. A eso ayuda, por supuesto, una estilización intimista preciosa, llena de cercanía y calma, y con un uso realmente redondo de su banda sonora. Todo ello conforma una experiencia que es capaz de evocar con precisión sensaciones comunes pero no por ello fáciles de expresar dentro de su naturaleza equívoca y contradictoria, que rara vez he visto captadas con tanta elocuencia. Por supuesto, la conexión emocional y su intensidad también dependen, en una cinta tan ensimismada en sus paisajes y ambientes, del recuerdo particular de quien la ve; es por ello que tal vez yo no sea el espectador que más jugo le puede sacar a ella, pero sí el suficiente como para ver reflejado algo de ella en sensaciones propias y, en ese sentido, apreciar su habilidad para transmitir su estado emocional.

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