Hace unos días estuve leyendo un artículo de Noemí López Trujillo titulado «Feminismo ‘femcel’ y heteropesimista: por qué la tristeza femenina nos está llevando a la desesperanza reaccionaria». En él, como se puede intuir, la autora reflexiona sobre hacia dónde lleva el pesimismo o la sensación de incapacidad de algunas mujeres frente a un mundo —o su retórica— que es cada vez más hostil. Pocos días después, pero relacionado con el artículo anterior, apareció por mi ‹timeline› otro artículo, esta vez escrito por Las Bloody Girls y titulado «Adolescencia, la pastilla azul», que toma como base la serie de Netflix protagonizada por Stephen Graham para reflexionar sobre la “machosfera” y sus peligros en las generaciones más jóvenes en forma de reacción antifeminista. ¿Hacia dónde quieren que les lleve el discurso de la ultraderecha y el auge del fascismo?, ¿o quién debería aclararles que buena parte de sus problemas reales, materiales, vienen de los señores que tanto idolatran y del orden de cosas que tanto se empeñan en defender?, se preguntan entonces.
Leer Lolita en Teherán, que trata sobre la historia real de la escritora iraní Azar Nafisi desde su regreso a Teherán en 1979 hasta su posterior abandono del país en 1997 y recuerdo de lo vivido ya desde Estados Unidos en 2003 (fecha de publicación de sus memorias), ha hecho que me acuerde de todas las reflexiones anteriores por varios motivos. Aunque el director israelí Eran Riklis no nos ofrece mucho más contexto político que el de una posible apertura social de miras que termina en un cierre absoluto con el triunfo del Ayatolá Jomeini (Líder supremo de la República Islámica de Irán) —no sabemos por qué Nafisi vuelve a su país tras el fin del reinado del Sah, ni nos cuentan que ha sido el fin de su reinado, entre otras cosas—, gracias al didactismo de Persépolis (Marjane Satrapi) y a la propia narración podemos seguir adelante sin que esto nos moleste demasiado, centrados por completo en la opresión que afectó y afecta mayoritariamente a las mujeres del país.
La película aborda el cambio de régimen político de Irán y su historia a lo largo de más de 20 años desde la perspectiva de una profesora de literatura en lengua inglesa y sus alumnas, debatiendo inicialmente sobre la libertad literaria (en las clases de la universidad), pasando por la lucha frente al machismo y el fanatismo religioso y la resistencia política (en manifestaciones en las calles) y terminando con lo que da sentido al título a la obra: el ámbito de lo privado y las buenas intenciones frente al totalitarismo (mediante un club de lectura organizado por la antigua profesora en su propia casa). La lectura y la comunidad como formas de liberación y de confrontación con una realidad que representa justamente lo opuesto a lo que sus relaciones y reflexiones implican.
Es una lástima, por eso, que, en cualquiera de estos ámbitos, Riklis sea incapaz de profundizar y dotar al relato de todas las capas que se le intuyen a la fuente, quedando en un ‹collage› de momentos que, pese al auténtico drama vivido por sus protagonistas —destacando Golshifteh Farahani como la profesora—, dejan una especie de regusto amable que resulta amargamente extraño, al obviar la parte política e intentar universalizar el relato mediante la simplificación de este y presentando un feminismo aséptico, más simbólico que material. Porque, al mismo tiempo que cuenta la historia de las mujeres iraníes y sus libertades arrebatadas o habla sobre la importancia de la cultura como herramienta de evasión y lucha, apenas se centra en las relaciones de las alumnas y la profesora y casi que nos hace sentir como si fuésemos aquellas actrices occidentales que se cortaron un mechón de pelo para sumarse a la ola de solidaridad con las mujeres iraníes tras el asesinato en 2022 de Mahsa Amini por parte de la Policía de la moral al llevar el velo caído en la calle. Esto es: una identificación simplista y algo superficial de un tema muy serio.
Leer Lolita en Teherán roza la superficie de todos los temas que trata. Hay, en su discurso, ideas y apuntes relevantes, también aciertos (incluidos hasta los poco desarrollados, forzados o inconexos), pero que dejan con ganas de haber visto mucho más, o menos desde una narrativa occidental (obviando que sea una producción israelí sobre la represión iraní o que se omita el papel de Estados Unidos en la creación de las condiciones para la represión representada en la película). De ahí, quizás, que me acordara de los artículos que comenté al principio, pues si bien la película deja claro que la alegría es, a su manera, una herramienta política, el impacto está en la propia realidad que aún viven y en el desarrollo de los acontecimientos. La incapacidad para cambiar el rumbo de las cosas —como cree el marido de Nafisi a lo largo de los más de 20 años de narración— y el abandono (se podría decir que irreprochable) del nosotras en favor del yo para sobrevivir en “libertad” que van minando en uno. Porque, respondiendo a mi pregunta con la propia pregunta, en nuestro caso nosotros todavía podemos decirles a los jóvenes con tendencias machistas/fascistas que buena parte de sus problemas reales, materiales, vienen de los señores que tanto idolatran y del orden de cosas que tanto se empeñan en defender. Pero ¿qué pueden hacer todas esas mujeres que viven en una sociedad como Irán?
Supongo que contar sus realidades en películas es una manera de hacer algo.