Las gentiles (Santi Amodeo)

Capturar la experiencia de la juventud contemporánea puede ser más complicado que nunca porque, a pesar de las inmediatas similitudes y vínculos entre los adolescentes de todas las épocas, vivimos en tiempos que mutan a velocidad de vértigo. Si algo define la realidad actual sería la relación con las pantallas como agentes mediatizadores de absolutamente todas los aspectos de nuestras vidas. Algo que para las nuevas generaciones transforma de una manera todavía más radical su perspectiva ante el mundo, sus maneras de expresarse y de construir una máscara social vinculada a su sentido de individualidad. Quizá por eso Las gentiles (Santi Amodeo, 2021) comienza alternando rápidamente entre el comportamiento en clase de la protagonista de su película, Ana (África de la Cruz), con capturas de cuentas de Instagram donde las estudiantes de cualquier instituto mantienen interacciones y construyen historias personales cargadas de autenticidad incluso a partir del artificio de los filtros, del montaje de las ‹stories›, de lo adornado o exagerado, en clave optimista o negativa, de las ideas que se comparten en las redes sociales. El retrato que realiza el director de un grupo de amigas de un instituto de Sevilla se puede asimilar así rápidamente al de cualquier otra ciudad y, probablemente, de cualquier país.

Las gentiles es también un perfil de internet donde sus integrantes realizan una publicación sobre su muerte a modo de epitafio online. Desde el morbo y la curiosidad o el humor, las conversaciones entre las chicas de la película giran recurrentemente sobre la idea del suicidio. Ideas que se propagan como un virus en el plano digital de su cotidianidad, como un recurso fácil para evocar sus anhelos de huir de una realidad frustrante e insatisfactoria. Ana se presenta como la narradora y quien define el punto de vista del relato. Con su voz en off seguimos sus reflexiones en paralelo a los pequeños y grandes acontecimientos de su día a día: la situación con sus padres en casa, sus amigas y en especial sus sentimientos hacia Corrales (Paula Díaz). Con un tono ligero, que se sustenta sobre sólidas bases dramáticas, y su ágil montaje, que cambia en ocasiones muy abruptamente entre escenas y alterna entre diferentes facetas de sus vivencias, se van sugiriendo los conflictos que marcan la narración, así como un paso del tiempo vertiginoso, pero coherente con la percepción de sus personajes de la intensidad de las cosas que les suceden y los cambios que afrontan. Cámara en mano y contando con la gran naturalidad de sus actrices y diálogos —y notando especialmente la extraordinaria África de la Cruz en su carisma y presencia en pantalla—, la estética del filme recuerda a una especie de creación (post)‹mumblecore› para la generación ‹centennial›.

La exploración de la sexualidad, el problema del acoso escolar, el paso a la adultez o los trastornos de ansiedad. Muchos temas aparecen apuntados durante su metraje, pero siempre bien integrados en su narrativa. Como película de claro mensaje en su tramo final, pone su foco en un discurso muy concreto, pero Santi Amodeo nunca deja que eso sacrifique ninguno de sus otros elementos por interpelar al espectador directamente. La construcción en primera persona de la historia con autoconsciencia, combinada con las numerosas situaciones, los videos y montajes de su protagonista, sirven para establecer una estructura que encajaría con el tipo de obra audiovisual centrada en el yo que tanto se produce y consume en las populares plataformas sociales. Con estos recursos se define además una fuerte conexión con el personaje principal desde la elaboración de su psicología. Esto permite también que cualquier gran giro argumental se plantee poco a poco desde una mirada externa de quien, como nosotros, no posee toda la información sobre las intenciones del resto de personas a su alrededor, ni comprende bien sus propias motivaciones y problemas. La incertidumbre, las dudas y la inseguridad de esta fase vital clave de las chicas de Las gentiles muestran lo sencillo que es asomarse al abismo de la autodestrucción, que puede arrastrar a cualquiera a pesar de todo lo que nos conecte con la vida, de las personas que nos quieren, de los intereses y las ambiciones que sirven de estímulo para superar las adversidades.

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