Las acacias (Pablo Giorgelli)

Aunque muchos sigan poniéndole la etiqueta de nuevo cine latinoamericano, desde hace ya un tiempo los nuevos realizadores provenientes del territorio sudamericano han entrado con paso firme en territorio internacional. En los festivales internacionales ya se van haciendo un nombre directores como Michael Rowe, Milagros Mumenthaler o, quien nos ocupa en esta ocasión, Pablo Giorgelli.

Estos nuevos talentos de Iberoamérica traen una serie de características propias, marcadas por un nuevo lenguaje que se aísla completamente de las superproducciones de sus vecinos del norte, retomando, de algún modo, la idea del cine de autor. Es, por tanto, un cine alejado de lo comercial que recibe influencias del cine europeo de posguerra.

En el caso que nos ocupa, Pablo Giorgelli es uno de esos nuevos y grandes talentos al que habrá que permanecer atento en próximas fechas. Después de adquirir experiencia realizando cortos y participando en procesos de post producción, en 2011 lanzó su primera película: Las acacias.

La idea de la película es muy simple: Un camionero lleva a una mujer que no conoce y a su bebé desde Asunción (Paraguay) hasta Buenos Aires (Argentina). Un viaje de 1500 kilómetros. No hay más.

Construida al más puro estilo de la Bauhaus y su «menos es más», esta ‹road movie› utiliza, ante todo, planos fijos. Tendremos grandes secuencias de la cabina del camión, dándonos de este modo la impresión de que compartimos el viaje con sus protagonistas. Como un viaje, se nos hará lento, pesado por momentos, y al estar viendo un largometraje alguno incluso estará a la expectativa de que pase algo en cualquier momento que le dé ritmo a la película.

Pero no hay nada de eso. Influenciado, sin lugar a dudas, por el neorrealismo italiano, Giorgelli ha cuidado cada detalle, cada segundo que transcurre en la cinta. No se puede decir que haya nada al azar tras un largo proceso de post producción que abarcó siete meses. Esa búsqueda de lo cotidiano, de la normalidad, de la lentitud narrativa está totalmente justificada.

Alguno se preguntará entonces ¿Qué es lo que hace que sea interesante? Pues precisamente ese realismo. Ante la falta de los acostumbrados saltos de guión uno se fija en los detalles, los pocos que hay. El camino que recorren ambos protagonistas. La incomodidad manifiesta que tienen dos extraños que deben compartir tantas horas juntos sin conocerse de nada.

Ambos actores consiguen realizar una interpretación soberbia. Uno se olvida de que están interpretando. Parecen, precisamente, lo que quieren transmitir. Él (Germán de Silva) un camionero solitario y algo hastiado de la vida. Ella (Hebe Duarte, también debutante en largometraje) una paraguaya buscando un futuro.

Los silencios, que a veces dicen más que las palabras, son parte fundamental de la película. Se ve como los dos van construyendo la química entre ellos. Ahí entra en juego la habilidad de Giorgelli para conseguir crear, pese a los planos fijos, primero un ambiente que podemos tildar de incómodo y opresivo, que luego deriva en una atmósfera de camaradería.

De este modo, poco a poco vamos avanzando en el viaje. La inclusión del bebé en el film resulta curiosa cuanto menos. No solo a nivel de guión, sino de actuación, pues la siempre imprevisible actitud de la criatura frente a las cámaras también resulta muy adecuada para la historia que se quiere transmitir, consiguiendo, con su presencia, apuntalar esa idea de realismo.

No en vano esta película, pese a todos los calificativos negativos que alguno le puede dedicar por su lentitud o su falta de acción, ganó la Cámara de Oro del Festival de Cannes de 2011. Y Pablo Giorgelli, tras darse a conocer, ha llegado a decir respecto a sus próximos proyectos que solo tiene algunas ideas muy vagas. Viendo lo minucioso que es, seguro que tardamos aun un tiempo en volver a disfrutarle. Pero seguro que merece la pena.

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