L’Alternativa 2020: Sección Oficial Cortometrajes

El 27º Festival de Cinema Independent de Barcelona ha dejado tras de sí títulos tan interesantes como arriesgados. La presencia de un director como J. P. Sniadecki que participaba con su A Shape of Things to Come, película codirigida con Lisa Marie Malloy, o de otro como Nicolás Pereda que nos deleitaba con su tiempo suspendido son ya signos muy claros de que L’Alternativa apuesta por lo diferente y también por lo bello.

No muy lejos de la sección de largometrajes, la internacional de cortos supone también un amplio abanico de descubrimientos que, dividiéndose por los programadores en tres espacios de conversación, generan una serie de desafíos formales y políticos al tiempo que indagan en la propia naturaleza del cine. Pero lejos de ceñirnos a los “packs” en los que se ha situado a unos films que tienen puntos en común, pero sugieren mucho más que lo que carteles como “ruido de fondo” o “pensamiento lateral” dejan entrever, intentaremos establecer una lectura individual en la que surjan puntos de conexión al margen.

Comenzando por I Feel Your Eyes de Grégoire Verbeke, un film en el que el miedo a la derrota se aborda en forma de carrera de caballos en mitad del desierto, surge la sensación de que volvemos al Sallie Gardner at a Gallop de Muybridge. Pues en el movimiento veloz y continuado de un caballo al galope está la esencia de un pre-cine que, casi ciento cincuenta años después, vuelve a nosotros. I Feel Your Eyes investiga el uso de los dispositivos digitales tales como smartphones para hablarnos de una relación casi perdida (en términos cinematográficos) con el animal al mismo tiempo que da pie a una reconstrucción virtual del grácil movimiento del mismo. Un movimiento que destaca también en Freeze Frame de Soetkin Verstegen, otra película que, de forma más aparente, trata el tema del movimiento mediante la adecuación del fotograma físico a una imagen congelada literalmente. Los bloques de hielo que aparecen manufacturados por trabajadores sin rostro se parecen a fotogramas de una lámina de en la que figuras animales y también humanas quedan atrapadas para mayor especulación conceptual.

Continuando con la sección, nos encontramos con cuatro películas (quizá las mejores) que tratan el tema de la memoria y los recuerdos personales y colectivos para descifrar aspectos formales de la propia imagen mostrada y también cuestionada. En Revision de Mikhail Zheleznikov, se toma como único material una fotografía antigua que muestra a unos jóvenes soldados sonrientes. Sus brazos entrelazados, sus sonrisas y lo jovial de su pose denota amistad y hermandad. El compañerismo que emana de la foto es descrito por el propio Zheleznikov que, de repente, desvela algo más en esa imagen. Algo que cambiará la perspectiva de cualquiera que la vea… Muy lejos de desvelar de qué se trata tan solo diremos que la impresionante forma de destaparlo y abordar después la cuestión se asemejan, en esencia, a la de un Sokúrov muy breve. Breve como la obra de Emilia Izquierdo, Ghost Dance, en la que algo tan característico al género humano como la danza encuentra la manera de expresar la destrucción de un pueblo. Utilizando ‹found footage› de Sioux Ghost Dance, un fragmento de menos de un minuto filmado en 1894, Izquierdo lleva la danza de los nativos hasta una abstracción propia del cine de Peter Kubelka para acabar de un disparo con la animación estroboscópica, el ritmo de la percusión y una cultura. Podrá parecer difuso, pero el mensaje del corto propone una revisión sobre el film del siglo XIX manteniendo una visión política anticolonialista sin dejar cerrado el diálogo con sus formas. Algo similar a lo que consigue Maxime Martinot con su interesantísima Les antílopes. En ella, el texto de Marguerite Duras publicado en junio del 80 en Cahiers du Cinéma se recrea de manera gráfica. Y, aunque lo primero que invita a pensar es que se trata de una excusa para mostrar ‹footage› de antílopes (virtuales y reales) corriendo la forma en la que el cineasta lo desarrolla restituye cualquier pensamiento preconcebido. En cuanto se ve el primer disparo y cae el primer animal se establece una comparación acertadísima con la acusada vigilancia por drones en la Francia actual. Antílopes o humanos, todos vigilados desde el cielo para ofrecer una vista cenital de un control excesivo que reduce la privacidad y la intimidad a la nada, serán objeto de contemplación y también de respuesta activa en el cortometraje de Martinot.

Haciendo gala de una inclinación total por la fotografía, Sohrab Hura (fotógrafo miembro de Magnum Photos) propone un estudio a tiempo congelado de su madre, a la que han diagnosticado esquizofrenia paranoide. Mediante un montaje entre la luz negativa y el color procesado, acartonado y seco se nos muestran instantes de la vida de la mujer y de su perro. En Bittersweet existe una composición en torno a la música —la cual se explica al final— que la hace realmente interesante; como si una pulsión de muerte y locura despertasen una belleza natural escondida en las propias fotografías.

Teniendo en cuenta el valor de la innovación, ya no formal, sino también conceptual de algunos de los cortometrajes, el hecho de que El río invisible (Giòng Sông Không Nhìn Thấy) de Phạm Ngọc Lân opte por una narrativa disgregada de la temporalidad cronológica, acercándose al cine de Anocha Suwichakornpong, es destacable. La reconfortante extrañeza de esta película se puede comparar a la cita que el monje budista ofrece a modo de consejo a los dos jóvenes que lo visitan: «procuro no pescar peces, sino paz mental». En El río invisible se enlazan dos historias de amor sin que lo parezcan, rodeando lo visible de un aura limpia y mundana. Ambas tienen el rio como elemento mágico y también doloroso, cuya corriente puede renovar el tiempo o rememorar hechos del pasado más lejano. Pasado y presente que se encuentran también en el trabajo de Saúl Kak y Charles Fairbanks ( ( ( ( ( /*\ ) ) ) ) ), una oda al silencio interrumpida por el anuncio propagandístico comercial, político o religioso que suena por los altavoces del estado de Chiapas (México). Espacios vacíos de un barrio donde muchos fueron refugiados por la erupción del volcán Chichonal que se van llenando poco a poco de gente hasta culminar con la interacción directa ante la cámara. Una interacción que, por otra parte, no se verá en The Comes the Evening (A sad se spušta veče) pero que se sentirá como una cálida brisa de verano. Dos ancianas, presumiblemente madre e hija, serán objeto de contemplación hiperrealista mientras hacen sus labores de labranza, recolección y aseo en su casita del bosque. Con solo unas breves palabras dirigidas a las ovejas que pastorean o al cielo tormentoso, el quehacer cotidiano mezclado con el reclamo a Dios serán los ejes que llevarán su embellecimiento visual a la máxima potencia, con todo lo bueno y malo que esto acarrea…

Para finalizar, comenzaremos hablando de Black Sheep Boy de James Molle, valga el juego de palabras y tiempo. En este extraño relato de animación existencialista que bebe de El mago de Oz y los videojuegos que consisten en superar niveles, se posiciona como uno de los más frescos pero también más tímidos acercamientos a la exploración del sueño y los problemas vitales. La estética que imita los videojuegos de los noventa es interesante como punto de partida nostálgico sin caer en la facilidad de discurso, pues los rodeos del film distan mucho de una línea convencional, pero, al mismo tiempo, desvelan una incapacidad por ir más allá del viaje “astral” con mensaje nihilista, afectando a la esencia de su propio punto de partida. Algo que también sucede con La isla visible de Leandro Koch que comienza de manera interesante, haciendo un uso de la repetición en las líneas de diálogo que cobra un gran sentido al final, pero que va desinflándose debido a esa misma repetición en el aspecto formal.

De formas, artificiales y simuladas, nos habla Reserve, el film de Gerard Ortín Castellví que se pudo ver este año en Punto de Vista. En él se trabaja sobre la cuestión forestal y ecológica que pretende sustituir al lobo, predador principal del norte de España, por algo invisible. El orín del animal, comprado a una empresa estadounidense, es la solución a la que llega un hombre desesperado por las incursiones de lo que antes eran presas en un ecosistema, ahora desequilibrado. Entre el surrealismo, la nocturnidad y la distorsión entre lo real y lo manufacturado, Reserve supone un acercamiento innovador para un problema inédito. Por su parte, Black Sun de Arda Çiltepe, recompone la noche para acercarnos a la soledad de un viajero que vuelve al hogar. La materialidad de los lugares se abordarán mediante incidentes planos generales mientras escuchamos las noticias de un eclipse que está próximo. Pero, en su paseo por las noches tormentosas, el funeral al que acudirá se sentirá como la consagración de una lánguida búsqueda del yo. Una inclinación por el autorreconocimiento que también empapa la ganadora de la sección: La fin des Rois de Rémi Brachet.

Una película como esta, donde se unifican todos los elementos que atraen hoy en día a según qué cinéfilos (feminismo, inmigración, empoderamiento y solidaridad) y donde la narrativa dividida en cuatro situaciones que encajan con visiones sociales de fácil acercamiento y cuidada interpretación de mensajes políticos anteceden a la búsqueda de un lenguaje o a la distinción con títulos semejantes, es sinónimo de premio. Pero, más allá de seguir insistiendo en el problema con este tipo de cine mal llamado social, me limitaré a decir que si La fin des Rois es lo más destacable de toda la sección de cortometrajes a competición es que no hemos aprendido nada en cuanto a evolución formal se refiere… Suponiendo, claro está, que el jurado se centre en ese aspecto para decidir qué obra se lleva el galardón.

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