La otra forma (Diego Felipe Guzmán)

Ganadora del premio al mejor largometraje animado en Sitges, la primera incursión en el formato del colombiano Diego Felipe Guzmán es una obra que desde el principio llama la atención por su curiosa premisa: un mundo hecho de formas geométricas y con aversión a las curvas, en el que las personas “entrenan” cada día para lograr la forma perfecta y encajar en un gigantesco Tetris humano que será proyectado a la Luna. En principio, seguimos a un protagonista que, como todos en ese mundo, está obsesionado con lograr su forma; pero la mala suerte no deja de interponerse en su camino. Mientras tanto, se nos presenta a otros dos personajes que orbitarán también alrededor de la historia: una exitosa modelo, la imagen del ideal de belleza de ese mundo, que un buen día se comienza a desencajar cuando sus brazos parecen adquirir vida propia; por otro lado, un hombre que prefiere refugiarse en la compañía de su perrito y esconder su rostro antes que someterse a la normalidad de su mundo.

Tres personajes que muestran tres facetas diferentes, tres formas de no encajar. Quien lo intenta hasta el hartazgo y lleva su obsesión al extremo de dañar su integridad física, para alcanzar el nivel al que otros parecen llegar sin esfuerzo; quien de la noche a la mañana descubre que no forma parte y por mucho que lo intente no logrará revertirlo; y quien, en el fondo, nunca quiso pertenecer en primer lugar. De ellos, es el primero quien lleva el mayor peso narrativo, y sus constantes frustraciones crean una suerte de tensión tragicómica muy inmersiva, aderezada por unos ‹flashbacks› de su infancia que apuntan a un origen muy sospechoso del mito colectivo y del condicionamiento a nivel social e individual al que todos, incluido el protagonista, han sido sometidos.

La otra forma es, ante todo, una película de premisa, de una idea principal. Es eso lo que resulta llamativo y lo que vende la cinta; una visión metafórica de las sociedades humanas y su funcionamiento, que mete el dedo en la llaga tanto de las convenciones conformistas que permiten su cohesión como de la dificultad para huir de ellas y reivindicar una identidad propia, imaginando un entorno en el que la auto-deformación y el dolor extremo para conseguir un ideal estético es la norma. Asimismo, es también una crítica a los órdenes sociales autoritarios que se cohesionan en el engaño colectivo y en la persecución del diferente; no tanto esto último como una fuerza externa, que la hay pero no adquiere una estructura tan clara y homogénea, sino como una presión que viene de dentro de los propios individuos y que ahoga, de maneras distintas pero convergentes, a sus tres personajes principales.

El problema que se podría presentar con esto es que, al depender de una premisa tan inmediata, que conforma en sí misma toda la tesis de la historia, es lícito pensar que esto no se puede estirar hasta el largometraje: al fin y al cabo, ideas similares se han visto en multitud de cortos que parten de una sola metáfora reconocible para extrapolar una crítica social. Al principio, la película no hace mucho para discutir esa sensación. Los primeros veinte minutos resultan repetitivos, casi más encantados con mostrar la diversidad de su mundo y sus personajes-forma grotescos que en avanzar significativamente la trama; más adelante, sin embargo, funciona mucho mejor en su ritmo narrativo. Particularmente, esto ocurre cuando se presentan los otros dos personajes y, aunque mantenemos un punto de vista principal, la narrativa toma caminos separados y paralelos, asegurando una exploración igualmente exhaustiva pero más dinámica y logrando construirse con eficacia tres retratos psicológicos complejos e independientes. Es en este punto donde me gana la película, y donde las limitaciones anteriores se empiezan a diluir. Ya no se siente repetitiva y ensimismada en mostrar lo chocante de su mundo, y ya no se siente limitada por la falta de expresión verbal de sus personajes.

Dejando de lado los méritos inherentes a su condición de debut, La otra forma se plantea muchos más desafíos adicionales por sus propias decisiones narrativas y audiovisuales. Lejos de pretender resultar agradable a la vista y el oído, adopta una estética grotesca y feísta, acorde con ese mundo que imagina de auto-deformaciones extremas elevadas a la categoría de norma social; y la mecanización de ese mundo es no solo visualmente tosca sino chirriante y molesta a nivel sonoro. Todo esto, claro, está ideado así con plena intención, igual que es intencionada su narración, que prescinde de diálogos y da vueltas sobre una metáfora ya definida de antemano. El hecho de que haya resultado algo como esto, una historia que logra arrancar emociones complejas y que, una vez asentadas sus bases, no se siente alargada, es en sí mismo un mérito, porque es, en principio, más fácil de apreciar como idea que como experiencia. No es una película que me parezca redonda, pero sí es una muy meritoria por lo que logra conformar con los obstáculos que se pone por delante.

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