La emperatriz rebelde (Marie Kreutzer)

Supongamos que el título español de la nueva película de Marie Kreutzer, La emperatriz rebelde, nos insta a comparar este actual retrato de la emperatriz Isabel de Austria que reproduce la directora con aquella edulcorada historia en la que una jovencísima Romy Schneider desplegaba su amor en la trilogía Sissi del también austriaco Ernst Marischka. Mientras la espontaneidad de una se tramaba como veleidades que hiciesen suspirar a sus espectadores, la revisión más actual se enfrenta al mundo y ese agotador espectro de mujer florero enfocado, ciertamente, en la necesaria rebeldía.

Aunque ese título nos sitúa ante una labor aristocrática y la contrariedad de la misma, el original, Corsage, parece enfocarse libremente en la asfixia que tan bien representa el sentido del film. Un corpiño que de tan apretado impediría respirar a cualquiera, pero que adherido al cuerpo de Sissi se convierte en un trabajo a tiempo completo, siendo este objeto algo mucho más significativo que una tortuosa dependencia de la belleza: la juventud eterna, la representación física de toda una casa real, la delgadez como síntoma de un país sano y esplendoroso.

Siendo este un retrato donde se afianza la sororidad entre mujeres, Kreutzer no ha podido elegir mejor en su irreverente objeto de deseo, para que la melancolía de una mujer atrapada entre el paso del tiempo y las obligaciones más pueriles parezca innata en ella. Vicky Krieps afianza con este ilusorio reflejo de la emperatriz de Austria sus habilidades para poseer un personaje y dominarlo como si fuese propio. Realmente está magnífica, y no era una tarea fácil ahora que es un síntoma común en el cine reinterpretar la vida de grandes figuras de la historia, pero sin duda es gratificante cómo se enfoca la desidia de un tiempo tan pomposo sin caer en la banalidad.

La emperatriz rebelde trata de emprender otro camino para enfatizar el cine de época. No se extralimita en los vestuarios, decorados y poses obsolescentes, manteniendo la energía que ofrecen grandes riquezas e interminables protocolos, pero se permite dar su propio toque amenizando su estructura clásica con música pop (interesante saber que la compositora francesa Camille ha aportado un tono actual con sus canciones a la banda sonora), con esa pequeña intención de romper con lo establecido y lo esperado, para mantenerse en sintonía con el sentimiento que traslada su protagonista. También está presente en todo momento un entendimiento necesario y rupturista entre mujeres, ya que poco a poco se diluye el servilismo de sus damas de compañía para realmente convertirse en compañeras, aportando notas de comprensión más allá del hastío ante un trabajo tan laborioso.

La asfixia, un recurrente sentido tonal que no se visualiza, solo se supone, es algo que padecen aquí tanto mujeres como hombres, pues no es solo Sissi la que se siente atropellada por una inane función en su reinado, se sobreentiende ese mismo patrón en el resto de su familia a partir de conversaciones insólitas para la época pero realmente clarificadores.

Es cierto que esa rebeldía que se asocia al título no es constante, ni siquiera deudora de la imagen que se recrea llevándonos levemente al engaño, pero La emperatriz rebelde gana enteros cada vez que se acerca a la significación de las enfermedades mentales, y lo hace gracias a la realidad de Sissi, a quien se le asumen popularmente muchos problemas sin un tratamiento en la época (ni siquiera ahora son tratados con la importancia que se merecen), pareciendo su actitud una súplica que va más allá de poder dominar su vida, sus inquietudes y su aspecto, un grito silencioso que asume un final retórico y liberador con el que mimar, al fin, una figura tan característica en la historia.

Marie Kreutzer no ha querido enfocar su película como un biopic al uso, sino adentrarse en un personaje reconocible para reinterpretar su significado. Son constantes las escenas en las que Sissi se sienta en una enorme mesa en la que retratar su relación con la comida o su obligatoria soledad (las distancias entre interlocutores parece el recurso favorito de la directora); nos introducimos en la intimidad de la protagonista forcejeando con su imagen vistiéndose una y otra vez, resolviendo el ocio entre miradas ajenas o fidelizando su tristeza desde muy cerca. Pero también hay aquí una mujer interesada en todo aquello que avanza y afecta a su entorno —tratado desde las imágenes en movimiento que nos devuelven la imagen de una persona despreocupada, o con sus visitas a enfermos y heridos de guerra—, que insiste en ello sabiéndose objeto de decoración.

Y es importante esa imagen reflejada, porque la directora incide en la apariencia exigida y en la obtusa imagen real de su protagonista, y para ello se aprovecha de su emplazamiento, de esas narraciones donde la majestuosidad del entorno acaba anclando la posición de sus personajes, quiere romper una lanza en medio de un entorno ya conocido, enfocar desde sus impresionantes decorados, impecables modales, elegantes vestuarios y sin duda detallistas construcciones de escena un pequeño grito, ya no de socorro, de identidad.

Sin duda su pecado más visible es que toda esa intencionalidad no surge en el momento en el que estamos sumergidos en aquello que nos cuentan. A efectos visuales es otra película de época detallista e íntima, pero sus guiños a la actualidad, al progresismo, a la denuncia pese a ser constantes no siempre son impactantes. ¿Es quizá otra víctima de un tiempo donde imperaba la apariencia? ¿O un recurso no tan perfecto que nos invita a la reflexión? Resulta arriesgado juguetear con figuras tan veneradas ya desde lo cinematográfico, y esta relectura se puede celebrar por sus casi imperceptibles particularidades al deconstruir y reinventar a la última emperatriz de un imperio.

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