La clase de esgrima (Klaus Härö)

La URSS a principios los 50 no era el mejor territorio para que una persona actuase según su propio credo sin atender a la idea general transmitida por el estado soviético. Pero Ender Neils, antiguo campeón de esgrima, no está muy por la labor de tragar con todo lo que se le transmite desde el gobierno de Moscú. Cuando se ve obligado a acudir al pequeño pueblo de Haapsalu, huyendo de la policía que le perseguía desde Leningrado, no dudará en afrontar su tarea de dirigir un club deportivo con la intención de enseñar el arte de la espada a sus jóvenes alumnos, aunque disponga de demasiados obstáculos en la realización de su objetivo.

La clase de esgrima (The Fencer), película de coproducción finesa y estonia basada en hechos reales y que está dirigida por Klaus Härö (que posee un valorado currículum tras las cámaras), pretende transmitir cómo el deporte puede ayudar a superar no sólo las dificultades personales, sino también las de un grupo en su conjunto. Lo sano del entrenamiento, lo satisfactorio de la enseñanza y lo emocionante de la competición se dan cinta en un film de tintes dramáticos pero que en absoluto se centra en los aspectos más lacrimógenos que seguramente se podrían extraer de semejante época (los cruentos años de la posguerra), sino que prefiere acudir al lado más puro y optimista.

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Eso sí, La clase de esgrima acomete esa pretensión evitando ser relamida y, lo más importante, sin caer en el error de querer construir un gran discurso político, cosa difícil dado el trasfondo de la época que narra la obra de Härö. Se deja clara la rigidez de las ideas gubernamentales en según qué temas, la persecución de los supuestos enemigos de la URSS, los exilios forzados a Siberia o el diferente trato que se dispensaba a las variopintas naciones del estado, pero siempre como anexos al tema principal de la película y nunca con el objeto de dejar que esas cuestiones marquen el ritmo del relato.

Lo principal, por tanto, es esa conexión que se establece entre profesor y alumnos en el entrenamiento con la espada. Aquí hay que agradecer la buena definición que tanto el director como la guionista Anna Heinämaa realizan de los personajes en apenas unas pinceladas. Es cierto que tanto los niños como el propio maestro parecen demasiado buena gente, llegando algunos al punto de ser adorables, pero tampoco debemos caer en posturas tan pesimistas sobre el ser humano como para criticar este punto. Lo más importante es que esa bondad está transmitida de manera natural y sin apañar tópicos ni situaciones falsarias que tiren por la borda el gran magnetismo que generan estos individuos.

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Al avanzar por sus 98 minutos de cinta, La clase de esgrima se permite incluso tirar de épica, quizá de una forma algo exagerada (por ahí se puede entender que gustara tanto al otro lado del charco) ya que desvirtúa un poco ese trabajo a la hora de edificar un discurso solvente y realista. Sin embargo, y volviendo a lo comentado con anterioridad, estas secuencias rehuyen esa manipulación emocional que algunas veces hemos visto en esta clase de películas, donde la superación personal ocasionalmente va unida a la realización de un milagro. Aquí, aunque es necesario hacer alguna concesión para creernos la concatenación de hechos que se producen durante un momento álgido del film, Härö no pretende tomar a nadie por estúpido.

Por tanto, lo que queda en La clase de esgrima es un atractivo relato cuya hora y media se pasa volando. Recomendable para un gran abanico de espectadores, el mayor acierto de esta película es precisamente saber contentar tanto a los que buscan un nuevo enfoque histórico a la época en la que transcurre la narración o a los fans de las leyendas sobre deporte como a aquellos que simplemente quieren disfrutar de un film que sabe ofrecer lo que se le pide.

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