La belleza y el dolor (Laura Poitras)

La idea central en La belleza y el dolor (cuyo original, All The Beauty and the Bloodshed es uno de los títulos más bellos que uno recuerda) resulta ciertamente interesante y arriesgada. Vincular el activismo de la artista Nan Goldin contra el imperio farmacéutico de los Sackler a la vez que se relaciona con su propia actividad como fotógrafa. Un concepto multidisciplinar donde la autobiografía, el ambiente de una época, el mundo LGTBI y la crisis de los opiáceos se interrelacionan hasta configurar una especie de todo indisoluble donde, tal como reza el título hay belleza, dolor y derramamiento de sangre.

No cabe duda alguna de que el propósito de la directora, Laura Poitras, es como mínimo original y, en cierto modo, admirable en cuanto a la capacidad de generar una propuesta que se aleje de los cánones del documental “clásico”. Ciertamente, tras su visionado, queda claro que en lo que respecta al concepto de la belleza la resolución no puede ser más positiva. Efectivamente estamos ante un documento que convierte la belleza y el dolor en algo artístico, palpable y que, ahí es donde radica lo meritorio del asunto, no deviene en pornografía sino más bien en exposición descarnada y a la vez poética de asuntos ciertamente dados a la victimización y al ‹exploit› del dolor ajeno.

Sin embargo no todo funciona tan bien como en el marco teórico planteado. Esencialmente por lo que respecta a lo que parece el asunto central: la batalla contra los Sackler y su implicación en la epidemia de opiáceos que sacudió Estados Unidos. Hay una clara descompensación en el metraje entro lo artístico y este asunto, que resulta suficientemente grave como para tener la sensación de que el documental tan solo rasca la superficie, como si la mezcla no acabara de encontrar la cantidad exacta de ingredientes necesaria para que funcione (del todo).

De hecho la lucha contra lo farmacéutico solo aparece con el foco plenamente puesto en él en los últimos minutos del film. Esto implica, por un lado, lo que decíamos, quedarse en una superficie que impide profundizar en algo más complejo como los motivos que llevaron a toda una sociedad en su conjunto a caer víctima de una drogodependencia (por así decirlo) legal. Por otro, de repente, esta focalización súbita, parece hacer olvidar todo propósito artístico anterior y convertirse visualmente en algo plano e incluso desconectado del resto de la película.

Por ello la sensación final que nos deja La belleza y el dolor es agridulce. Se puede sentir con ella e incluso vibrar con ella. Comprender el dolor y gozar sensorialmente de la obra artística de Goldin a la par que sumergirse en una vida nada fácil, llena de curvas y recovecos emocionales. Pero lamentablemente en ningún momento acabamos por conectar con su faceta reivindicativa más allá de lo evidente. Así pues, al igual que el título, estamos ante un documental bipartito, con clara predominancia de un asunto sobre el otro. No juzgaremos cuál de ellos merecía más atención, por supuesto, pero sí queda claro que la intención era vincularlos indisolublemente y, en esto, Poitras, lamentablemente no lo consigue.

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