La alternativa | Space is the Place (John Coney)

Experimentar con la música y el cine puede convertir al arte en un ente autosuficiente. Si a ello le incluyes visitas desde el espacio exterior y la intervención de los medios de comunicación, podemos aproximarnos a lo nuevo de Jordan Peele, pero “nop”, no estoy del todo interesada. Una vez subrayado el chiste, sí me interesa esa visión interplanetaria con crítica social incluida y es así como una acaba encontrándose con una propuesta bizarra y sofocante como Space is the Place. 

Porque existe una realidad que hasta ahora desconocía: el afrofuturismo está entre nosotros.

Puede sonar a locura, pero es una mixtura sin precedentes que una misma película se inspire a través del afrofuturismo, el ‹blaxpoitation› y el ‹free jazz›. Space is the Place tiene esto y mucho más, tal vez porque surgió a través de un encargo al que se le fue añadiendo metraje hasta convertirse en película, una de esas casualidades que acaban ensalzando el material en puro culto.

Sun Ra, protagonista indiscutible de Space is the Place nos lleva a un punto en el que dudar si estamos visitando un film de ciencia-ficción o un biopic. En pocos minutos lo vemos en un planeta ajeno ataviado con vestimentas de brillante faraón egipcio, con telas sintéticas y antenas propias de extraterrestre, y aunque parezca un guiño a aquello de que seres de otras galaxias construyeron las pirámides por la necesidad de restar magnetismo a los esclavos que transportaron todas esas piedras, en realidad es autorreferencial, sabiendo que él mismo proclamó toda su vida que venía de Saturno —pequeño apunte a pie de página por la fantasía que le aporta al mito— y que le interesaba más bien poco lo que afectaba a los terrícolas más allá de compartir su música.

Sí, el Sun Ra de la película vuelve a la Tierra para salvar a la raza negra llevándola a un nuevo planeta a través de la música, un deseo que compartía con el real, aunque acabó enfrascado junto a su Arkestra básicamente en lo musical y poético de este mundo.

Como si fuese otra antesala del ‹black lives matter›, la película resalta en todo momento ese trato injusto de la sociedad a la población negra estadounidense, y lo empareja continuamente con actuaciones de jazz que casi convierten a la película en un musical. Además de lo espacial, añade a su ya enrevesada intervención una especie de juego entre el bien (Sun Ra) y el mal (un proxeneta conocido como El Supervisor) para decidir el futuro de los negros.

Parece una difícil tarea juntar tantos elementos, de hecho quedan desconectados por momentos, tal vez metidos con calzador, pero la historia que envuelve a la película es quizá tan carismática como el metraje en sí. Con un músico como Sun Ra, con un bagaje real tan inspirador, la narración surge sin esfuerzo al ser prácticamente su estilo de vida. En un inicio el interés principal fue rodar las sesiones de la banda The Sun Ra Arkestra —las vestimentas y el atrezzo venían con ellos—, a lo que se le añadió toda la trama donde involucrar la prostitución, la opresión racial, las mezclas culturales, la intervención de los medios de comunicación e incluso las tensiones con la NASA. Esto último sirve para avistar otro posible avance a su tiempo, cuando Sun Ra suelta una pulla a un trabajador de esta corporación por no tener asalariados de raza negra en la misma, a lo que él responde avergonzado que poco a poco se iría solucionando, un tema que llegaría a cines con Figuras ocultas; no es la única crítica social que desde su potente y monótona voz radiaba el protagonista en la película, sacando punta a multitud de trabas mundanas y celestiales que le daban serios motivos para querer destruir la Tierra y empezar de nuevo.

Canalla en su apartado ‹blaxploit›, indescifrable cuando se trataba de jugar a los dioses manejando el futuro y plenamente disfrutable en los momentos de total improvisación musical, a Space is the Place no le falta de nada, ni siquiera una extraña sensación de confusión por no saber con certeza qué ha ocurrido en la pantalla al terminar, pero es un claro ejemplo de lo milagrosos que son a veces los editores en la sala de montaje, capaces de salvar cualquier experimento lisérgico, este en concreto nacido de la fascinación musical, siendo además legado de un personaje que, tras crecer en tiempos de segregación, supo que no conectaba con este planeta tan obcecado y que la salvación sería a través de la música o no sería jamás.

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