La alternativa | Mamá cumple cien años (Carlos Saura)

Genealogía de una familia ejemplar

Este fin de semana llega a cines Mis queridísimos hijos, firmada por la cineasta francesa Alexandra Leclère. Una comedia familiar que nos sumergirá en la jubilación de la pareja formada por Chantal y Christian, cuyos hijos afirman no poder acudir a celebrar la Navidad con ellos. Sin embargo, para instarlos a que vengan, les harán creer que han ganado la lotería.

Teniendo en mente las reuniones familiares es fácil que al asomarnos al cine vecino, en este caso el español, terminemos llegando a Mamá cumple cien años, una de las películas más recordadas del maestro Carlos Saura. Si en Cría cuervos el director alcanzaba una suerte de cima en lo que respecta a su metodología creativa y sus estructuras poéticas, en Mamá cumple cien años institucionalizó su visión acerca de la familia española canónica y los enlaces que la integran. Es un film post-Transición, y aunque es innegablemente hijo de su tiempo hay infinidad de detalles universales sobre los pecados humanos y sus costumbres.

La abuela está a punto de celebrar su centenario y sus hijos y parientes se reúnen en su finca para felicitarla. Sólo su hermano menor, José, brilla por su ausencia, pues falleció años atrás. El argumento del film versa sobre la voluntad de los descendientes de la abuela, interpretada por Rafaela Aparicio, de construir una urbanización una vez fallecida esta última.

La que nos ocupa no es la crónica de un pasado que vuelve a rachas, como en La prima Angélica, sino un film ambientado en un presente rancio, golpeado por la ruina que acecha a la familia. Es sin duda un film marcado por la inspiración, desprendida de la agonía que generan las deudas del lazo familiar. Al contrario de lo que pueda parecer, no es un film construido alrededor de la idea de memoria, sino del vicio; se ve a sí mismo como un juego tentativo, sobre todo en relación al personaje de Amparo Muñoz, que encarna el arquetipo de las ‹femme fatales›. Germina una cierta sensación de extravío sentimental en su pequeña trama, que nunca termina de llegar a un clímax más allá del final agridulce con el que Saura decide terminar. No busca grandes filigranas formales, su cámara se mantiene atenta a los movimientos de cada personaje, inclinada a describirlos juntos y separados en una noción de equilibrio clásico. Se puede mencionar Celebración, de Thomas Vinterberg, como una película mucho más entregada a su propia fórmula cínica y sarcástica, y que evidentemente da rienda suelta a movimientos de cámara liberados de sus ataduras.

Mamá cumple cien años también rima con La comedia sexual de una noche de verano, de Woody Allen. Las dos son películas articuladas alrededor de un grupo de personajes, en el caso de esta última parejas adultas, que se retiran a un lugar ajeno por diversos menesteres. No obstante, en la obra de Saura el tono cómico adquiere una dimensión más punzante y cáustica, no tan paródica o gestual, porque sus personajes están allí por obligación, y en el film de Allen por diversión. Si la cinta del neoyorquino se rodea de un aura mágica que remite a la tradición del cuento y a la literatura shakesperiana, la del director aragonés se configura como un relato pícaro y académico, heredero de la pluma de Clarín o Galdós.

Gran parte de su sostén narrativo se debe a la robusta y contenida interpretación de Geraldine Chaplin, una de las musas del cine de Saura, pero también nos interesa hacer mención que Rafaela Aparicio, junto a otro maravilloso intérprete coetáneo, Pepe Isbert, se confirmó aquí como la abuela eterna de España.

En todos los aspectos, hablamos de una película redonda y compacta, y que si bien está enfocada hacia la idea de la muerte y el legado, intenta celebrar la vida, aunque sea en pequeños resquicios.

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