A sus casi 86 años y con una carrera que se extiende desde los años 60 hasta la actualidad, Jean-François Laguionie es uno de los animadores más longevos de la industria francesa. Las andanzas de Laguionie en la animación comenzaron con varios cortometrajes producidos por el reputado animador Paul Grimault, quien fue su mentor, y se mantuvo en ese formato durante casi dos décadas, hasta que en 1985 realizó su primer largometraje.
Para su debut, Laguionie idea un mundo de ciencia ficción, en el que una tribu nómada vaga por el desierto mientras, de vez en cuando, llueven del cielo objetos cotidianos (zapatos, muebles), gigantes en comparación a ellos, cuyo origen misterioso les da un aire de amenaza existencial o designio divino, al que llaman Makou. Un día, la tribu adopta a una joven llamada Gwen, quien se une a ellos y se enamora de un chico llamado Nokmoon. Cuando Nokmoon es raptado por el Makou, Gwen, en compañía de la anciana Roseline, quien desconfía de la joven, emprende el viaje de rescate que le llevará a visitar una antigua ciudad sepultada en la que vive otra tribu, con costumbres y visiones del mundo muy distintas que implican el establecimiento de un culto religioso en torno al Makou.
Si bien la trama de Gwen et le livre de sable se puede resumir como una aventura realmente sencilla, en la que el centro de la acción se encuentra en el rescate a Nokmoon por parte de Gwen, al observar la cinta queda claro que ese no es del todo el foco, y que la experiencia que ofrece se acerca más bien a una evocadora divagación poética que permite a su autor explorar el estilo de vida de sus personajes, establecer parábolas de la sociedad moderna e indagar en la filosofía fascinante de una sociedad post-apocalíptica que ha desvirtuado y creado sus propios mitos a través de los restos de lo que en otro momento fueron civilizaciones humanas. Pese a su escasa duración, la película pasa mucho tiempo observando, sin establecer una urgencia narrativa, cómo tanto los nómadas como los nuevos habitantes de la ciudad abandonada han reinterpretado la historia antigua que les precede, otorgando un estatus de divinidad y generando temor, respeto o devoción hacia lo que en su momento fueron objetos regulares de consumo.
Hay aquí una crítica clara a los modelos consumistas actuales, ejemplificada en esos miles de objetos que caen del cielo y trastornan el paisaje, pero que son demasiado grandes y extraños como para resultar útiles y se han convertido en una amenaza, o un misterio inquietante, para estas nuevas formas de organización humana; pero también se trata de una sátira de alcance más atemporal, que incide en la necesidad de las sociedades humanas de establecer cultos y creencias en algo sobrenatural para construir identidad de grupo, y que, desde el ridículo aparente de retratar sistemas religiosos montados en torno a unos zapatos gigantes que caen del cielo o a un catálogo de ventas, reflexiona sobre este mecanismo de cohesión y la manera en que lo inexplicable y descontextualizado de un pasado remoto termina construyendo la razón de ser de estos nuevos grupos. Laguionie imagina, en conclusión, un mundo post-apocalíptico que está empezando a parecerse mucho al desaparecido; configurando nuevos mitos, sí, pero en base a la misma necesidad de establecer una disciplina social y una identificación colectiva. Que el ciclo se repita por completo es, por tanto, cuestión de tiempo.
A nivel artístico, Gwen et le livre de sable emplea una animación basada en la técnica del guache, similar a la acuarela, que da un acabado pictórico único a la obra y genera una paleta de colores fascinante a su ambiente desértico, en la que predominan los rojos diurnos y los azules durante la noche. Por otro lado, el movimiento de los personajes oscila entre la fluidez extrema y las estampas inmóviles y detalladas de sus rostros, con un énfasis especial en los ojos, generando con ello un efecto misterioso y fantasmagórico que añade al carácter de evocación lírica de la obra y a su lentitud observadora, que le permite entretenerse en un escorpión que baila y se esconde en la arena o una escena de caza a un avestruz sin establecer ninguna urgencia; porque en esta película el tiempo no parece tener ninguna prisa en fluir y la inmersión plena en su ambiente se convierte en la motivación esencial, más allá del amor entre Gwen y Nokmoon, de la aventura de ella para rescatar a su amado, o incluso de las parábolas sobre la humanidad que plantea.
La primera incursión de Laguionie en el largometraje puede resultar inusualmente ambiciosa y compleja, desde apartados visuales y narrativos, para un debut en este formato; pero es, por otro lado, la consecuencia de un largo aprendizaje y de una carrera de décadas a través de cortometrajes que fueron construyendo una personalidad artística, llegando a su expresión magnificada en este proyecto ambicioso. La carrera posterior del autor tardaría bastantes años en arrancar y virar del todo a su preferencia actual por el largometraje, realizando el segundo de ellos quince años después y estableciendo desde entonces una periodicidad de en torno a cinco años que ha durado hasta hoy, explorando diferentes presentaciones, estilos y técnicas de animación y conformando una carrera ecléctica, siempre original y sin duda estimulante. Sin embargo, de entre todas sus obras, el misterio sugerente y fascinante de Gwen et le livre de sable, con sus poco más de 60 minutos de imágenes que parecen extenderse infinitamente en el espacio de la mente del espectador, continúa siendo, en mi opinión, la cima de su carrera y una de las obras de animación más únicas y evocadoras que he tenido el placer de contemplar, toda una demostración de creatividad y compromiso artístico que representa muy bien el recorrido y la filosofía de un autor con casi seis décadas de trabajo a sus espaldas y que no ha dejado de asumir riesgos, sorprender y avanzar el medio con sus obras.
