La mudanza de Klára, amiga de Ági, protagonista de la obra, es el eje central de esta January 2, segundo largometraje tras las cámaras de Zsófia Szilágyi —cuyo debut con One Day le llevó a recoger el premio FIPRESCI a su paso por la Semana de la crítica de Cannes—. A través de una situación cotidiana, en apariencia simple, y ciertamente redundante, la cineasta húngara nos pondrá tras los pasos de estas dos amigas en un trajín continuo: de la casa donde vivía Klára, a su nuevo hogar. Pero, como es obvio, en ningún trance o separación nada resulta fácil. Con ello llegan las disputas —por más que todo esté, a priori, apalabrado—, las dudas y, cómo no, el resentimiento o culpa por pensar que algo en el proceso se hizo mal.

En esa coyuntura se encuentra Klára, un hecho que privilegia la cámara de Szilágyi al huir de los grandes atributos del montaje y centrar el film en los diálogos; las reflexiones de las dos muchachas no atesoran gravedad, profundidad o, ni mucho menos, impostura. Porque estamos ante una obra que retoza en lo corriente, incluso banal si se quiere, sin incurrir en lo inevitable o apremiante de una circunstancia atípica, ni sin otorgarle un barniz que no se correspondería con lo vivido. Las conversaciones son, en ese aspecto, llanas, directas y francas: no hay nada que ocultar quizá puesto que está todo decidido y retroceder no es una opción. Cada nuevo paso muestra un titubeo o una indecisión propias de un trayecto en el que acometer decisiones, sí, pero al mismo tiempo tomar conciencia de las ya determinadas: ya solo cabe fijar la mirada en un nuevo horizonte.
La autora de One Day compone así un drama minimalista y ligero, pero consciente de sus posibilidades. Porque quizá en ese vaivén constante, en el (re)encuentro con distintos personajes que van otorgando matices a la obra, pero asimismo asoman de forma prácticamente volátil, uno sienta que January 2 resulta tan etérea como dichas apariciones, pero en el fondo esa construcción, si bien no psicológica, ante todo tangible, casi se podría decir que urgente, va tomando poso. Puede que, en efecto, el intercambio de pareceres entre Klára y Ógi resulte tan íntimo que algo se pierda en el camino, pero asienta también una faceta más compleja de lo que se podría llegar a pensar. Ambas discurren y toman sus propias conclusiones a la par que avanzan en un incontrolable entramado de sentimientos.

Al frente, el trabajo de dos actrices incombustibles que lo dan todo y, rodeadas por la cámara de Szilágyi, inquieta, en constante movimiento, atravesada por una honestidad clarividente, consumen el avance de un film que se mueve con la naturalidad de la vida. No se trata, pues, de encontrar un camino o una tesis, sino de asumir aquello que va surgiendo durante el propio tránsito: quizá no encontremos una gran evolución en sus personajes, pero sí la asunción de esos procesos a los que nos traslada la realidad misma. No por ello January 2 se convierte en una propuesta inconstante o irregular, más bien al contrario: la realizadora es capaz de dotar de un flujo concreto a la narrativa, y si nos perdemos entre los avatares de lo descrito es más bien por su condición vaporosa que por un empleo incierto de las herramientas del lenguaje. Szilágyi, de hecho, asume prácticamente el film como un torrente que dota de un sentido interno a todas estas preocupaciones que nos agotan a la par que nos definen, y quizá en ello residan los logros de una propuesta tan menuda como significativa, donde la puerta de entrada no es sino aquello que nos ancla a nuestra condición de personas en constante avance, capaces de irritarnos por un flujo que no comprendemos pero igualmente de comprender que nada seríamos sin esos pequeños detalles que nos moldean y conforman día a día.


Larga vida a la nueva carne.





