Impulso (Emilio Belmonte)

Los motivos que llevan a grabar un documental como Impulso podrían ser promocionales para la carrera de la bailarina Rocío Molina, tan joven como veterana sobre las tablas y otros espacios de danza. En efecto, el primer largometraje dirigido por Emilio Belmonte es una cinta que mantiene su equilibrio entre la corrección y la creatividad. Rueda sus planos pegado al cuerpo de Rocío, ya desde un precalentamiento antes de salir a escena, situando la cámara en el camerino, detrás del telón, mostrando a los operarios que manejan los distintos fondos que bajan por el peine del escenario. Hasta detener ese principio en el instante que la artista sale ante su público.

Impulso se origina en un espectáculo con el mismo título. De los significados que aporta la RAE a este sustantivo, el segundo es «la fuerza que hace moverse el cuerpo». Una definición que se asemeja mucho a las razones que alientan el trabajo de Rocío. Un empuje que se plasma a la perfección sobre los escenarios, salas de arte, calles o estancias en las que la coreógrafa desarrolla unos bailes planificados por ensayos abiertos, siempre en evolución ante los diferentes públicos que la contemplan.

El director cuenta con un equipo técnico que destaca en los dos apartados más importantes para lograr esta película, formalmente impecable. La fotografía conjunta de Dorian Blanc y Thomas Bremond matiza e integra el material de archivo, usado para recoger extractos de otros espectáculos anteriores de la protagonista. Ecualizado con la toma de imágenes de reportaje, más grabaciones posteriores de los ensayos y representaciones de su Caída del cielo y la obra actual. Belmonte, al otro lado de la cámara, recurre por una parte a las reglas narrativas del documental convencional, mediante intervenciones breves de los padres de la bailarina, los músicos y el director de escena. Esos testimonios se agregan a los de la propia Rocío, siempre hablando sobre su capacidad de entrega o ganas de superación en la escena. La mejor elección ante el reducido número de testimonios —más comedido que en muchos documentales similares— es que salvo por sus palabras, no hay letreros identificativos o son discretos a al superponerse. Con esas declaraciones no tratan de elogiarla hasta la cumbre, sino de contar cómo se sienten ellos respecto a la bailarina. Es divertida la aparición del padre, que resuelve con un par de frases que «la niña siempre bailaba desde pequeña» para ver después cómo cocina un arroz a la paella para todo el equipo de Rocío, con receta incluida. En el caso de la madre —peluquera de profesión— alude al dolor que le produce ver cómo actúa su hija en escena, pensando que puede hacerse daño al entregarse tanto y quedarse vacía.

La mayor virtud del cineasta debutante se refleja en la forma que graba las actuaciones, atento a los movimientos de Rocío, encuadrándola en la escala que mejor recoja la intensidad de su zapateado, abriendo el plano para sus volteretas por el suelo, cerrando a un primer plano cuando es el gesto de su rostro el que marca la pasión. Usa solo la steadycam en un ensayo sin público, ocasión en la que se puede seguir a la bailaora sin entorpecer su desplazamiento por la escena. Los movimientos, las coreografías se hacen cada vez más grandes con la complicidad de los músicos, encabezados por el cantaor José Ángel Carmona, también al bajo, respaldado por las palmas, percusión y guitarra. En esas progresiones desde un ensayo primario que llega hasta lo que será el baile definitivo es donde se ve la creatividad en movimiento. Son esas jugadas que se lanzan entre la banda y la bailarina las que capta la cámara, los chispazos de creatividad que consiguen elevar el nivel de la película.

Un vaivén medido, vibrante, que llega hasta el final de esta producción documental clásica, pero cruzada por fogonazos de arte puro que han quedado grabados en casi noventa minutos  de imágenes con música directos a los pies del público, porque no es difícil sentir ganas de zapatear al mismo tiempo que Rocío, de sentir su entrega, su extenuación y su sed tras caer el telón.

4 comentarios en «Impulso (Emilio Belmonte)»

  1. Estimado Pablo,

    Gracias por tu interés y la crítica de Impulso. Me gustaría tan solo apuntar que «los motivos que llevan a grabar un documental como Impulso» no son en ningún caso promocionales. Los motivos no tienen nada que ver con la promoción de una artista que no me necesita para ser una estrella mundial del baile flamenco ( y tal vez un día de la danza contemporánea ). Hay otras muchas razones. Por supuesto, mi historia personal con el Flamenco, la búsqueda de los límites del baile en nuestros días, la mezcla en Rocío de «lo bello y lo terrible» que tanto me interesa, la búsqueda también de una experiencia personal como es el rodaje de este documental, y en fin, hay también motivos » patrimoniales»: creo sinceramente que dentro de muchos años habrá gente interesada en ver cómo se bailaba flamenco en nuestros días, y cómo lo bailaba Rocío Molina, una de las bailaoras, bajo mi punto de vista, más importantes de la historia. He buscado dejar esa huella. Otros trabajos audiovisuales se harán más tarde sobre Rocío, más biográficos o de análisis, más «creativos», pero para verla crear y bailar… habrá que ver Impulso. Te agradezco de nuevo tus líneas, Cordialmente, Emilio Belmonte.

    1. Hola Emilio
      En efecto, viendo la fuerza del baile, la evolución de los ensayos con esa compenetración entre Rocío y sus músicos o el director de escena, se percibe pasión por lo que documentáis. Lo de hablar de motivos promocionales no es nada acertado por mi parte, de hecho pensé que había escrito que «podrían parecer promocionales» y no lo hice así. Pero la importancia que tiene toda la preparación, improvisaciones y progresión de la danza que van a representar, desmiente que sea solo un documental para lanzar a su protagonista. Creo que en todos esos momentos la película tiene una energía contagiosa.
      Muchas gracias por tu lectura y enormes por tu comentario.
      Un afectuoso saludo.

      Pablo Vázquez

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