La alternativa | I criminali della galassia (Antonio Margheriti)

En un futuro pasado…  el hombre siempre es el peor enemigo.

Teniendo en cuenta que en los 60 el siglo XXI parecía muy lejano y próspero, y dentro de la efusiva manera de trabajar del director italiano Antonio Margheriti, uno de los incipientes creadores de series B que emulaban los grandes éxitos norteamericanos, capaz de dominar géneros como el western, el terror y la ciencia ficción en todas sus mínimas variantes, nacía la película I criminali della galassia, la primera de las aventuras especiales que formaron su tetralogía Gamma I, que completaban I diafanoidi vengono da MarteIl pianeta erranteLa morte viene dal pianeta Aytin, todas ellas creadas entre 1966 y 1967, con personajes similares (las dos primeras están protagonizadas por Tony Russel y Lisa Gastoni, ambos el gancho perfecto para el público de la época) y donde la Tierra debía enfrentarse a algo más que sus propios males comunes, pasando a ser interplanetarios, con una guardia cósmica preparada tanto para viajar por el espacio como para resolver crímenes.

En I criminali della galassia, más allá de la idea de saqueadores espaciales que nos ha metido en el cuerpo la reciente trilogía de Guardianes de la galaxia, nos enfrentamos a una imaginativa perspectiva social distópica con la excusa de un futuro avanzado. Sin perder la emoción del suspense y disfrutando de los avances tecnológicos más disparatados, con una trama siempre aferrada al ‹deus ex machina› —maravilloso que algunas veces para avanzar en la trama se utilicen frases como «ah, ese es mi pequeño secreto» cuando le preguntan a un personaje cómo colarse en una nave protegida—, nos movemos alrededor de personas altamente evolucionadas que disfrutan de las comodidades de los objetos idealizados y futuristas, mientras en cuestión de actitud y comportamiento se trataba de una sociedad arcaica, machista y muy del momento de rodaje. Conceptos que, al mezclarlos, siempre arrancan un toque de humor por el contraste elegido.

Dentro de una inteligente película de aventuras donde van desapareciendo los personajes más ilustres de la sociedad sin motivo aparente, nos encontramos una revolucionaria crítica sobre la querencia humana por convertirse en dioses y conseguir la perfección absoluta —¿no suena esto mucho a ideales de precursores de la 2GM?— y lo hacen a través de la figura del ‹mad doctor›, en esta ocasión uno joven y atractivo, que se encuentra detrás de las misteriosas desapariciones con un objetivo espeluznante que nos lleva a un final digno de película de espionaje, donde dar rienda suelta a la explicación del malvado plan y posteriores fuegos artificiales, siempre enfocados en naves espaciales, planetas lejanos y por qué no, un cóctel final para la celebración.

Quizá lo más enriquecedor del film sea deleitarse en la complicidad de las maquetas para hacer avanzar la trama sin necesidad de grandes presupuestos. Además de los brillantes y elaborados ropajes del futuro, encontramos vehículos modernos, palancas, puertas metálicas correderas y un sinfín de mágicos escenarios que, para los momentos de persecución o destrucción, se transformaban en atrezo de cartón piedra minúsculo que prendía con facilidad. También es original su forma de adaptar los cuerpos a la cómoda forma de transporte elegida para personas miniaturizadas. Con muñecos, juegos de escala y bolsas al estilo Mary Poppins todo queda resuelto con gran solvencia, brochazo gordo y mucho encanto. Siempre a favor de la mano de obra cuando tanta digitalización en ocasiones solo consigue amontonar la acción y no permitirnos comprender bien lo que ocurre.

Los líderes del mañana de I criminali della galassia nos llevan entonces por una película capaz de abrazar todo tipo de géneros cinematográficos para que no sea la diversión o el interés por un futuro aún desconocido el único gancho. Sabe aprovechar sus recursos y conseguir una historia rocambolesca e imaginativa (aunque no sea del todo novedosa) donde la perfección va más allá del bienestar material, y los malos son hombres de cuatro brazos y mujeres de pelucas variadas, ¿qué más le podríamos pedir a los italianos?

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