Hirokazu Koreeda… a examen (II)

Hirokazu Koreeda está considerado como uno de los directores japoneses más interesantes de la actualidad. Con una fama cultivada tras el consecutivo éxito en la crítica de After Life, Distance y Nadie sabe –esta última también premiada y alabada en Cannes–, el nipón ha acrecentado su ritmo de producción hasta firmar películas prácticamente cada año, si incluimos en esta lista los trabajos que ha realizado para la televisión. Su última cinta, Nuestra hermana pequeña, refleja a la perfección que esta capacidad para trabajar a buen ritmo (aunque en este caso pasaron dos años desde De tal padre, tal hijo) no está en absoluto reñida con la calidad.

Dirigiéndonos al otro extremo en la línea temporal de su filmografía, descubrimos Maborosi, una cinta de resonancias melodramáticas en las que Koreeda ya comienza a abordar el que será el tema principal de su obra: las relaciones familiares. En este caso, la película nos muestra cómo Yumiko debe afrontar la pérdida de su marido tan sólo tres meses después del nacimiento de su primer hijo. Un fallecimiento catalogado como suicidio por las autoridades, aunque ni Yumiko ni su entorno logran comprender qué razones llevarían a un padre y esposo para quitarse la vida sin dar el más mínimo indicio de ello o dejar una carta de despedida.

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Lo que a primera vista podría ser caldo de cultivo para un dramón, Koreeda lo transforma en una película muy tranquila, donde incluso los momentos más relevantes se narran como si fueran algo rutinario. Este reposo argumental se transpira hacia el propio estilo de la cinta, ya que el director utiliza muy pocos movimientos de cámara que contribuyen a cimentar la sencillez y naturalidad del film. Maborosi es un ejemplo más de cómo el cineasta ha heredado el gusto por la cotidianidad tan característico de los artistas del país del sol naciente, una preferencia que, lejos de contenerse, va siendo más evidente en la carrera cinematográfica de Koreeda hasta llegar a cintas como Still Walking o Nuestra hermana pequeña. Una de las pocas excepciones a esta técnica se produce en la recta final de Maborosi, cuando una bella fotografía adorna el que quizá se pueda considerar como clímax de la película, siempre refiriéndonos a términos emocionales y no en el sentido de que Koreeda tenga planeada alguna sorpresa.

Este estilo tan calmo tiene un evidente problema, que a posteriori descubriremos como el más importante del film: la pérdida de interés del mismo, consecuencia de la repetición de situaciones. Una circunstancia que ya ha salpicado a otras producciones de Koreeda, por cierto; tanto Nuestra hermana pequeña como De tal padre, tal hijo, gozaban de una primera parte muy magnética para posteriormente caer en la redundancia. Nótese, eso sí, que ni Maborosi ni las otras películas mencionadas resultan cargantes o provocan un desapego respecto a los personajes –más bien lo contrario–, sino que el director prefiere mantener el gusto por la estética pese a que ello conlleve sacrificar una mayor pulsión en sus guiones.

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También en Maborosi se refleja con claridad el que será otro de los signos de identidad de la obra de Koreeda como es el gusto por los personajes femeninos. Aunque el japonés no ha dejado de reflejar a ambos sexos en sus trabajos cinematográficos, en realidad son las mujeres quienes parecen vehicular el argumento de sus películas. Esta femineidad alcanza quizá su punto álgido en Nuestra hermana pequeña, donde Koreeda otorga una personalidad propia a cada una de las cuatro hermanas que dará pie a empatizar con ellas de una manera terriblemente fácil. Eso sí, en Maborosi se detecta que, más allá de hombres y mujeres, la verdadera perspectiva protagónica viene otorgada por el ambiente, ya se trate de interiores o de exteriores.

Si bien Maborosi está lejos de la perfección, su visionado sirve para confirmar que el estilo de Hirokazu Koreeda es innegociable en sus bases primarias, por más que haya sido pulido con el paso de los años. Su filmografía presenta algunos intentos por acercarse a otros géneros –Air Doll, Hana–, pero el nipón vuelve una y otra vez al drama familiar desarrollado en un ambiente natural y cotidiano, que parece ser la esencia misma de Japón según nos ha enseñado la cinematografía de aquella nación. Aunque Maborosi genere poco espacio para segundas lecturas y su núcleo argumental se diluya con el paso de los minutos (¿por qué se suicidó el marido de Yumiko?), sus imágenes llevan el sello de Koreeda en prácticamente cada fotograma.

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