Happy Days (Alekséi Balabánov)

Basada libremente en la obra de Samuel Beckett e influida por el teatro del absurdo, Happy Days (1991) presenta muchos de los rasgos característicos del dramaturgo irlandés a partir del estilo y la interpretación que realiza el propio director Alekséi Balabánov. Nos encontramos en San Petersburgo y un hombre sale del hospital, abandonado a su suerte, sin recuerdo de su nombre. Deambulando por sus calles —en busca de un lugar donde dormir— tropezará con una colección de personajes a cada cual más peculiar. Rodada en blanco y negro, la ciudad se presenta casi desierta. Nuestro protagonista, en ocasiones, podría ser su único habitante. Un par de planos generales con grúa subraya en distintos momentos la singularidad de este individuo enfrentado a la soledad y el aislamiento. Esta especie de relación asimétrica con el entorno y la arquitectura urbana es una constante durante su metraje, ya sea caminando por calles o sentado en un banco de un cementerio, durmiendo en una habitación más o menos acogedora o en un cuchitril en el que se filtra el agua de las cisternas de los retretes. La miseria se combina con una podredumbre moral en un relato que parece construido como antítesis misma del neorrealismo, en el que la amoralidad o la falta absoluta de principios rigen las vidas de todas las personas que retrata la cámara.

El personaje principal evita cualquier vínculo con quien se relaciona. Algo que intensifica sus contradicciones, dado que para reafirmar su identidad perdida sería necesario para él incorporarse a la sociedad e interactuar con los demás. Pero nuestro sin-nombre concede lo mínimo para conseguir lo que quiere y su presencia sirve como una vasija que los demás nombran y llenan con sus deseos y necesidades emocionales. Como si fuera un modelo de Bresson, pero al mismo tiempo se identificara con el mismo burro de Al azar de Baltasar (1966) —animal que también tiene su papel en esta cinta potenciando aún más ese paralelismo de lógica imposible—, mientras los encuentros casuales y carentes de significado se suceden al dejarse arrastrar por las circunstancias. La crudeza de la narrativa se combina con el humor negro que transpiran sus diálogos y situaciones en un tono que reiterada y progresivamente se suaviza, únicamente para devolver a su personaje una y otra vez al punto de partida: la búsqueda, la total falta de rumbo y objetivo en su vida más allá de encontrar un lugar donde pasar la noche. No necesita nada ni a nadie, pero observa a todo el mundo y se distancia a voluntad de ellos, nunca dispuesto a reciprocidad alguna. Observa una familia acomodada típica a través de una ventana, encuentra absolutamente todo de lo que carece en su vida y pasa de largo sin mayor reflexión.

La aproximación tragicómica persigue al personaje central como un dios caprichoso, que establece cierta ironía dramática en sus peripecias, cayendo en una espiral de decadencia a la que acompañan la descripción de los refugios y casas donde es acogido. Una descripción de espacios cuyo tratamiento de la luz y la perspectiva respecto a los decorados puede evocar al expresionismo alemán. El encuentro con una mujer joven —que le brinda compañía, le regala un erizo y le canta mientras comparten un banco— proporciona el momento más bello de la película, cuando ofrece su regazo para que siga estirando sus piernas y reposa sus manos sobre ellas estableciendo un contacto íntimo que nadie más había conseguido antes. Un punto máximo en contra del cuestionamiento existencial, que desafía la incapacidad de superar los problemas de comunicación con el otro… que supone un destello de esperanza banal. Balabánov se encarga de neutralizarlo a partir de su despiadada estructura circular. De ser perseguido a perseguir, de anhelar una libertad a la que no encuentra propósito a añorar una autoridad que determine exactamente cada acto cotidiano a realizar en el momento que se lo digan y perderse en las exigencias impuestas alienándose voluntariamente. De la oscuridad a la oscuridad. ¿Cuál es la solución o la respuesta adecuada a esta deriva moral, a la decrepitud social, a la falta de fe en la humanidad de la que uno mismo participa? La nada.

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