Girl (Lukas Dhont)

Lukas Dhont nos presenta con Girl una época de la vida de Lara, una joven con cuerpo de varón —¿aquello de “habitar el cuerpo de un niño”, como si este fuera otra cosa distinta a lo que yo soy, no suena demasiado platónico?— que, arrojada al mundo, busca tener éxito en el mundo del ballet, sin importar hasta qué punto hay que llegar en términos de sacrificio. A pesar de que en la película se encuentren excepciones, como aquellas en las que el profesor de danza le pregunta al resto de compañeras si aceptan que Lara entre al vestuario con ellas, o aquella otra en la que son las propias alumnas las que le vienen a decir a la joven, en un acto de poder y asimetría que todavía está vivo y que es canalizado por la vía de la humillación, y ya no tanto de la fuerza bruta, que o bien hace lo que ellas dicen, o será tratada como un hombre, o sea, que le vienen a decir básicamente a la joven que no se flipe, que la elección de género no está en su propio criterio sino en el de la sociedad que la acepta o la rechaza, Girl no trata sobre la aceptación de las personas transgénero —es más, la relación buena y natural de la joven con su padre y con sus profesores es remarcada de manera constante—, sino que más bien atiende a dos niveles más profundos que atañen a la persona individual y concreta y no tanto a la relación de esta con la sociedad.

En primer lugar, Lukas Dhont se encarga de reflejar, mediante una serie de planos que representan la crudeza del cuerpo y que son resaltados precisamente por su contraste con un tono anaranjado constante y una puesta en escena irritantemente pura e inerte, la lucha que lleva a cabo Lara, de manera obligada, consigo misma, o sea, con su propio cuerpo. Es precisamente ese desgaste psicológico que produce el autorechazo y el continuo mirarse con desagrado en el espejo el que permitirá al cineasta belga encaminar el drama por una sucesión de acontecimientos que llevarán a protagonista y espectador por un camino de progresivo ahogamiento hasta llegar al punto de que ya no sea solo Lara quien aparte la mirada de su propio cuerpo, sino que tenga que ser el espectador quien también mire hacia otro lado. En segundo lugar, Girl se sitúa en ese otro nivel que se corresponde con la ineficacia, la imperfección y el proceso lento y costoso que supone la transformación de un cuerpo. Será este juego entre el proceso médico y biológico dilatado y el ansia de cambio adolescente otro elemento en el que se apoyará Lukas Dhont para moldear su drama.

A pesar de todo lo bueno que tiene Girl, que tiene cosas buenas, por supuesto, como pueden ser por ejemplo las secuencias geniales de baile, hay que tener cuidado con ese tipo de abrazos incondicionales que tanto crítica como público ofrecen a todo este tipo de obras que tratan temas delicados y propios del tiempo en que se vive, encumbrándolas en lo más alto de yo que sé que jerarquías esquizoides y engalanándolas de premios. Me explico. Entiendo, supongo que como todos, que es de vital importancia mantener este tipo de problemáticas vivas, siendo el cine un elemento fundamental para ello. Ahora bien, más allá de esta capacidad de mero medio para despertar conciencias, esta clase de películas, al fin y al cabo, tienen que ser tomadas en cuenta por el especialista desde la distancia crítica. Obras como Una mujer fantástica (Sebastián Lelio, 2017) o como Girl pueden ser claves como vehículo de transmisión de ideas, pero también pueden ser, es evidente, infumables a nivel narrativo o estéticamente cutres y pobres, incapaces de salir de una moda absurda, no siendo, por lo tanto, todo en ellas perfecto. Por ello insisto en que no por darle mil premios a Sebastián Lelio o por felar verbalmente los resultados de Luka Dhont eres más progre, en que no debe convertirse en un gesto político el hecho de juzgar un film.

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