Gaua (Paul Urkijo Alijo)

La resignificación de leyendas, relatos e incluso imágenes ha supuesto siempre en clave cinematográfica uno de esos incentivos para expandir la mirada en otras direcciones. Paul Urkijo Alijo continúa explorando los visos de ese fantástico anclado en nuestro pasado, y en esta ocasión en una búsqueda que nos lleva a cuestionar sus raíces a través de los propios mecanismos del género. No es que el autor de Irati subvierta ni mucho menos sus claves, pero sí incide en aspectos desde los que otorgar una perspectiva en la que esa relectura se extienda, atribuyendo nuevos significados a aquello que siempre ha provisto el terreno del mito y la fábula. Su estructura, desgranada en distintos actos, se comprende así como una prolongación del modo en que el cineasta revisita su representación. Porque puede que al fin y al cabo aquello que vemos en pantalla no sea sino una puesta en escena de elementos litúrgicos y mitológicos, pero sostenidos desde una soslayada reinterpretación que les otorga un nuevo sentido.

Las brujas ya no son brujas en Gaua. O, pñ0or lo menos, no del modo y en la acepción ordinaria desde la que conocemos el término. Hay algo más profundo en sus relatos, y la forma en cómo Urkijo Alijo integra la crónica de Kattalin, la protagonista, en los mismos, consigue contribuir a generar algo más que un espacio narrativo. Es, también, el modo de aportar una percepción a cada una de las historias.

Pero, donde por un lado se halla un perspicaz gesto para con las intenciones de su autor, por el otro nos encontramos ante piezas que, de forma independiente, no resultan tan estimulantes como para sustentar el peso de la propia obra. Encontramos en ellas los ingredientes adecuados, pero nada que les otorgue el cuerpo y la entidad necesarias como para que funcionen en ese contexto episódico que provee el cineasta.

Gaua se siente, pues, mucho más entera cuando su narración es un todo y no se dispersa en relatos paralelos —aunque obren como una suerte de ‹flashbacks› desde los que ir recomponiendo el periplo de Kattalin—, siendo capaz de concretar con mayor solidez sus atmósferas, y dotando de un firme componente descriptivo a su recorrido.

El arranque del film, en ese sentido, define el universo, describe conflictos y concreta temas con la fuerza adecuada para dotar de peso a cada uno de sus minutos. Algo, aunque en un sentido distinto —por resultar un segmento climático—, que también ocurre con su último tramo, donde las imágenes adquieren un vigor que logra que el film transite con un ímpetu fuera de toda duda ese terreno afín al horror enclaustrado en el fantástico que el cineasta ha ido trabajando durante todo el metraje.

Nos encontramos, en definitiva, ante una obra que conjunta su visión del género con una faceta discursiva con las aptitudes necesarias como para que una de las dos partes no caiga en saco roto. Así, y pese a ser una propuesta cuyo vaivén narrativo evidencia sus carencias —falta imaginación, intrepidez y algo menos de corsé en esos relatos anexos, que si bien conectan de forma oportuna con el esqueleto central, apenas consiguen despegar como sí lo hacen, por momentos, algunos de sus otros segmentos—, cuanto menos se atisba personalidad, ganas de continuar explorando sendas dispares y huir de lo acomodaticio.

Paul Urkijo Alijo se alza como un autor con talante dentro del cine de género patrio, pues sin ni siquiera estar ante su mejor obra, desplaza cualquier atisbo de conformismo y se muestra como un cineasta interesado en explorar los recovecos del fantástico tendiendo puentes entre presente y pasado. Siendo Gaua imperfecta, su fructífero diálogo dispone atajos que, en su fuga de lo formulaico, parecen comprender mucho mejor la esencia de un género siempre dispuesto a descubrir nuevos caminos.

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