Entrevista a Eran Riklis, director de Mis hijos

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El director israelí Eran Riklis ha estado estos días por Madrid para promocionar su última película, Mis hijos, basada en la exitosa obra literaria de Sayed Kashua y que intenta dar un nuevo punto de vista en torno al conflicto árabe-israelí. Riklis ha compartido una divertida mesa redonda con Cine Maldito y con nuestros compañeros de Farrucini y Videodromo en el restaurante La Gastroteca de Santiago.

Viendo tu trayectoria cinematográfica, podemos comprobar que haces películas para remover conciencias. Han pasado unos cuantos años desde que hiciste Los limoneros, y en ese tiempo ha ido avanzando el conflicto árabe-israelí. Entonces, ¿en Israel el cine no es capaz de remover conciencias o no llega realmente donde tiene que llegar?

Es un problema. Pienso que el cine no ayuda a eso. Puede ayudar a pensar, y a pensar otra vez más, pero el cine es cine y la vida real es la vida real. Creo que el cine es parte de todo: ves películas, lees libros, vas al teatro, escuchas música… En la vida real suceden otras cosas que sabes. Ahora mismo, hay dos tendencias en Israel: por un lado, la parte dura, que es la gente se queda ceñida a una idea y que ya no quiere avanzar; y segundo, por otro lado, la gente que está diciendo basta, no más violencia, no más sangre. Creo es más o menos 50-50. Pero ya sabes, yo hago lo que puedo hacer, lo bueno es que al final las películas tienen una larga vida, en el cine, en el DVD y en la TV, y la gente se va preocupando por el tema. Creo que siempre hay una parte de interrogación, las películas hacen preguntas, pero no necesariamente dan respuestas.

Mis hijos está basada en dos libros autobiográficos de Sayed Kashua, que también es el guionista de la película. ¿Cómo fue el proceso de adaptación al cine y cuál fue tu papel en todo ello?

La idea era obvia, porque son dos libros buenos y famosos. Sayed ya había escrito un primer borrador del guión. Lo leí y le dije que estaba bien, tenía los elementos que me interesaban: divertido, triste y relevante para mí. No fue fácil colaborar, chocamos bastante. Ya sabes, él es árabe y yo judío, él es escritor y yo director (Risas). Pero pudimos colaborar ya que nos gustamos mucho ambos. Al final siempre es algo nuevo, el libro es el libro, la vida real es la vida real, el guión es el guión y la película es la película. Y esto es lo que da vida a la historia.

Me gustaría que comentaras uno de los temas centrales de la película como es la pérdida de la identidad. ¿El conflicto entre Palestina e Israel pasa por la pérdida de identidad en ambas partes?

Es cierto, por un lado tienes que encontrar una vía para mantener tu identidad. Pero por otra parte, tienes que librarte de la parte mala de la identidad, la parte violenta. Tenemos que entender que todos somos distintos pero al mismo tiempo iguales, somos seres humanos. Pero ya sabes, realmente no tengo una solución. Creo que con ser buena persona es suficiente, pero quizá no hay suficiente gente que quiere serlo.

¿Nos podrías hablar un poco de tu propia historia?

Nací en Israel, aunque pasé mis primeros años en Estados Unidos. Más tarde volví a un pequeño pueblo del sur de Israel, aunque pronto regresé de nuevo a EEUU. También estuve en Brasil, en Río de Janeiro, así que soy carioca (Risas). Cuando fui al instituto en EEUU, eran unos tiempos difíciles. Ya sabes, la Guerra de Vietnam, había una dictadura en Brasil… Y también la Guerra de los Seis Días en Israel, por lo que pasó de ser un país algo naif a ser un país realmente grande y que realmente importaba al mundo. Políticamente hablando, fue un período muy complicado. Pienso que en ese momento empecé a preocuparme por cómo la política influye en las personas. Un tiempo después mi padre me regaló una cámara de vídeo y ya sabes, empecé a experimentar y a hacer pequeñas películas, lo cual me gustaba. Como suelo decir, escribir un libro es muy difícil, pero hacer una película es bastante sencillo. Amé las películas y crecí con las películas, así que pienso que siempre hay un día en el que el cineasta sabe lo que quiere hacer, que es contar historias, y como medio usa el cine para ello.

¿Pero en qué lado estás?

Creo que la respuesta correcta sería que estoy en ambos lados, porque no reconozco la diferencia. De acuerdo, hay árabes, hay judíos, hay cristianos, hay de todo viviendo en un gran mundo. Entiendo que todos tenemos una nacionalidad, una cultura, una religión, una historia… Pero no me preocupa en su conjunto. Trato de mantener una mente abierta para todo. Y por eso hago películas.

¿Y puedo preguntar por tu religión?

Soy judío. Totalmente, creo (Risas).

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¿Habrá solución para el conflicto?

Normalmente soy optimista. Tengo que mantenerme como tal, porque de otra manera, si fuera pesimista, no haría cine porque no tendría nada que contar. En realidad no tienes que pensar en soluciones, sino en diferentes maneras de pensar. Creo que algún día echaremos la vista atrás y comprobaremos lo que ha evolucionado la historia. Mira por ejemplo lo que era Europa hace 60 o 70 años, Alemania contra todo el mundo, y mira lo que es ahora. Es cierto que la situación en Oriente Próximo es una locura, pero lo mismo mañana se da la vuelta a la situación.

En torno al tema de tu vida, fuiste el primer israelí aceptado en la Beaconsfield National Film School de Inglaterra, con lo cual no sé si usaste este paralelismo para conectar con la historia de Sayed y tener así un nexo común para trabajar juntos.

Sí, fui el primero y el último (Risas). Cuando fui a la primera entrevista a este centro, el director, que era un tipo muy escocés, me dijo que no le gustaban los israelíes y que no me quería en la escuela. Entonces su asistente le dijo que yo era un buen cineasta y que me aceptara en la escuela, y al final aceptó con reproches. Mis años en esta escuela fueron un poco así, así que fue ciertamente traumático para mí, porque los israelíes creemos que somos los mejores del mundo y de repente tuve otra perspectiva. También me hizo más ambicioso y querer ser mejor cineasta, para demostrarle a ese director del centro que yo era el mejor. Creo que es parecido a lo que pasa en la película. Dicho esto, no creo que exista una conexión verdadera.

¿Es verdad que la gente árabe no puede pronunciar la letra P?

Sí, en Israel genera muchas bromas. En la película era bastante difícil explicárselo a los europeos, porque no la entiendes de inmediato, así que metimos ese chiste de los cigarrillos Parlament.

Tras unos primeros minutos con un fuerte toque cómico-satírico, dejas paso a un desarrollo más dramático. ¿Con qué intención llevaste a cabo tal cambio?

Para mí fue interesante, creo que es un guión muy arriesgado en el sentido de que es peligroso empezar con algo cómico hacia otro que puede ser divertido pero con lo que ya no te ríes, pasar de sonreír a un desarrollo más dramático. Era un reto interesante, y al final ten en cuenta que hasta Shakespeare jugaba con drama y comedia. Es una buena manera de reflejar lo que es la vida, porque la vida es así, no es una tragedia ni una comedia sino una mezcla de ambas. Me sentí cómodo, pero como cineasta fue un desafío.

¿Qué tiene la adolescencia para que todos los grandes realizadores acudan a ella?

Buena pregunta. De alguna manera, en esos momentos todo es posible, la gente joven sigue abierta a todo tipo de ideas y posibilidades. La vida es muy naif, muy abierta, es un período de exploración. Para una película está muy bien, porque en cierto modo acudes a ella limpio, es decir, no tienes opinión acerca de ello. En la película queda bien, porque ves al protagonista y sientes como él. Para personas mayores también tiene una cierta perspectiva nostálgica.

Actualmente vives en Tel Aviv. ¿Alguna vez te has encontrado en una situación peligrosa?

Estuve en la Guerra del Yom Kippur en 1973, la conocida guerra entre Israel, Siria y Egipto. No estuve realmente en el frente pero sí cerca de él. Te diría que la vida en Israel tiene un punto de peligrosidad porque siempre te puede suceder algo, pero también te puede ocurrir en Nueva York o en Madrid. Es decir, el mundo hoy en día es así, cualquier cosa te puede suceder en cualquier parte. Pero sí es verdad que en Israel está todo más concentrado. Es interesante porque como persona no estoy asustado, no tengo miedo, porque si tuviera miedo de algo es de la violencia sin sentido, y ése es un factor que nunca puedes controlar; si explota una bomba, no puedes hacer nada. La única forma de superar esto es dialogando y no sentir entre todo este miedo, porque sino te paraliza como artista.

En una entrevista te presentaban como “amigo del adversario de Israel”. ¿Te sientes así? ¿Alguien en Israel te ha hecho sentir así?

A veces, pero no pasa mucho. De hecho, en Israel estoy considerado como un director mainstream, tengo buena reputación allí por haber hecho cine más comercial. Es cierto que alguien me dice “uf, otra vez los árabes” (Risas), pero de alguna manera entienden lo que hago y creo que no tengo muchos enemigos. Realmente no me siento así. Tienes que entender que Israel es un país loco, pero también libre y demócrata. Se dice que si tienes dos israelíes en una sala, tienes cinco opiniones. Sin embargo, a pesar de las apariencias, creo que Israel es un país muy abierto, aunque sea cierto que en la última guerra hubo un poco de sinsentido, que había temas que no se podía tocar, la opinión era mucho más polarizada. Era como “hay guerra, así que cállate”. Pero creo que en todas partes es así, también en América y Europa, cuando hay guerra hay cosas de las que no se habla. Era una locura, porque yo estaba sentado en mi casa de Israel y veía los misiles pasar por encima, no tenía sentido. Luego encendías la TV y veías que lo que estaba pasando en Gaza era una catástrofe, no debía suceder, no teníamos que hacer eso. Así que es realmente complicado pensar de una manera lógica. Pero al final, es cierto que la gente israelí apoya mis películas.

Siguiendo con este tema, sí es cierto en Los limoneros parecía que defendías un poco a los palestinos…

No lo sé, no estoy seguro. Es complicado, porque Los limoneros es una historia básica y efectiva, casi como si fuera una película del oeste de John Wayne. Lo que yo busco es justicia. Es verdad que los ministros de defensa son siempre un poco “cabezas cuadradas”. La mujer sí actúa más normal. Yo procuro no tomar partido, y si lo hago es para apoyar al que tiene más que perder y a favor de la justicia, es decir, el efecto Underdog. Pero ya sabes, no puede haber efecto Underdog si un palestino detona una bomba en un autobús de escolares, así que dependiendo de la situación el desfavorecido será uno u otro. Trato de no tomar partido en Mis hijos, aunque es cierto que el héroe protagonista es árabe.

Por último, ¿qué temas del libro potenciaste más y cuáles se quedaron fuera?

No lo recuerdo (Risas). La esencia es la cuestión de la identidad, las raíces y los orígenes. El resto son otros elementos. Pero creo que las películas son un medio muy dinámico, porque cada segundo en la pantalla tiene repercusiones. En algún momento, entiendes que la película está basada en los libros pero que eso no importa. Porque ya sabes, si un libro no funciona en la pantalla, es necesario cambiar cosas.

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