Entre la vida y la muerte (Giordano Gederlini)

Si bien la filmografía de Antonio de la Torre es variada y bastante heterogénea, algunas de sus encarnaciones más memorables muestran personajes agrios, taciturnos y esquivos que buscan venganza, justicia o redención a partes iguales. Tarde para la ira (2016) sería el ejemplo que mejor abarca esta descripción múltiple, pero en otras películas como Caníbal (2013) o La trinchera infinita (2019) —aquí obligado por las circunstancias, la verdad— podemos ver un proceso violento de sus personajes, incluso aunque ocurra fuera de campo. Pues bien, en Entre la vida y la muerte, la película coproducida entre Bélgica, España y Francia y dirigida por Giordano Gederlini, podemos decir que la leyenda de Antonio de la Torre se agranda un poco más en este sentido. Es, como siempre, un actor que te llena las escenas de silencios y palabras por igual, pero cada vez destaca un poco más como el hombre de acción que vimos en Grupo 7 (2012) o Que Dios nos perdone (2016). Como si de un protagonista del mejor thriller coreano se tratara, el actor malagueño no sólo se lía a mamporros y corre que se las pela, sino que también te habla en francés como si nada.

Pero no estamos ante una cinta coreana. Entre la vida y la muerte estaría un poco más cerca de No se lo digas a nadie (2006), la película de Guillaume Canet, ofreciendo varios misterios que se irán desgranando a medida que avance la trama, por lo que es mejor que no te cuente más a este respecto. Sobre todo, porque, si entramos en ello, tocaría hacerlo por completo, dando rienda suelta a lo que uno ve, lo que no ve y lo que cree que falta. Ya bastante complicado es construir una historia que comience con intriga de esta, aunque nos podamos oler lo que viene después. Lo que sí te puedo contar es que Leo, el personaje interpretado por Antonio de la Torre, es un conductor de metro que, en una noche de trabajo, atropella a un joven que cae a las vías. De primeras, asistimos al drama que supone para el hombre, en paralelo a una investigación policial del atestado que dará pie a todo lo demás. Aquí empieza el misterio, contado de manera modélica y con unas gotitas de efectismo que en verano entran muy bien. Lo digo a sabiendas, que estoy escribiendo esto en Madrid a 40 grados y ya son las 19:56 de la tarde.

Tras un comienzo prometedor, que es todavía más prometedor cuando sabemos más sobre el incidente que da inicio a la cinta, la historia intenta crecer en una intensidad que, me temo, se ve un poco perjudicada por lo que el espectador se espera. Esto hace que no te tomes excesivamente en serio a todos los personajes que aparecen. Sobre todo, por ese montaje en paralelo, ya que la trama de la policía ralentiza la narración y nos retrasa de volver a lo que de verdad nos interesa. Lastra artificialmente la película, con el único objetivo de hacer más misterioso al personaje de Antonio de la Torre cuando, como suele ser habitual en muchas de sus actuaciones, no parece necesario conocer el pasado de un protagonista cuyo silencio ya nos resulta perturbador.

Es posible que una película rodada únicamente en torno al personaje principal hubiera dotado a Entre la vida y la muerte de más ritmo, más tensión y sobre todo de más empatía por el personaje principal, pero también habría durado media hora menos, y ya dura bastante poco. En cualquier caso, sí que creo que vale la pena disfrutar de ella en el cine. No sólo porque dure poco (o lo que debería ser normal), también porque te involucra y porque mantiene el tipo en las escenas de tensión y acción, destacando la obsesión con las granadas que parece haber entre los delincuentes de Bruselas. Vaya, que agradezco que sea absorbente y no me obligue a llegar a la suspensión de la incredulidad muy a menudo. De hecho, el protagonista es lo suficientemente realista como para no parecer un superhombre, aunque eso no significa que no haya cosas que chirríen, o que extrañen al menos, como que no se detenga a nadie que ha matado a gente. Eso al menos en El hombre sin pasado (2010) lo solucionaban con más tino: dejaban que se despidiera de la niña, pero luego, al talego.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *