En llamas bien podría ser una tentativa para continuar explorando el cine de género desde cinematografías menos habituadas a este tipo de registros. De hecho, no sorprende que el debut de Zarrar Kahn tras las cámaras, procedente de un país como Paquistán, donde determinadas cuestiones relativas a la (des)igualdad social continúan estando, por desgracia, a la orden del día, pose su mirada sobre estas optando por concretar el sobrenatural como una herramienta desde la que otorgarle un tratamiento específico.
De ritmo sereno pero conciso, con una propensión al horror que surge de la propia cotidianeidad, y a través de un relato que va desentrañando paulatinamente sus aristas, la mirada del cineasta debutante se sumerge pronto en el terreno psicológico. Y lo hace sin necesidad de incurrir en trampas ni giros burdos, centrándose en la alienación de un personaje al borde del precipicio. Mariam, la protagonista, vive presa de una circunstancia que va más allá de lo personal tras la muerte del patriarca familiar y la interesada aparición de su tío. La sociedad en la que ha crecido y vive, acuciada por una obvia restricción de las libertades individuales y bajo el yugo de un machismo que late ante cualquier situación, por mundana que pueda parecer, en el ambiente, despliega sobre su figura un influjo inevitable.
Es, de hecho, en sus primeros compases, y tras la aparición de un familiar cercano que actuará como una suerte de velo, aliviando esa situación, cuando Mariam encontrará el parapeto emocional adecuado. Un hecho que Kahn apuntala desde lo formal mediante planos y espacios que sugieren una liberación para su personaje central, bordeado además por una banda sonora un tanto cursi pero certera en su propósito.
Será la desaparición de dicho personaje, y el prisma cada vez mas distorsionado de la protagonista, lo que llevará al film a un nuevo estrato, concentrando sus esfuerzos en proclamar la mundanidad de un terror que surge de estampas ciertamente inhóspitas. En llamas no se dirime en atmósferas asfixiantes y abrasadoras tan propicias en este tipo de contextos, y trabaja en torno a lo visual. Cierto, no es este un film sugerente ni mucho menos sutil, pero cuanto menos hace de su carácter frontal un modo de responder a esa coerción, abrupta por momentos, que sufren algunos de sus personajes. O, dicho de otro modo, Kahn emplea los mismos mecanismos para responder a quienes hacen del abuso su alegato.
Quizá esa no sea la mejor réplica posible, no tanto por las implicaciones que pueda poseer como por el modo en cómo perfila un tono que encuentra no pocas estridencias en el camino. Y es que sí, es posible que dicho tono mane de la faceta psicológica sobre la que posa el cineasta sus miras, pero al mismo tiempo termina por dibujar en algunos de los recursos empleados una torpeza que socava las posibilidades de la propuesta. Aquello que, en ocasiones, se antoja funcional, huyendo de los tropos del género o simplemente empleándolos como mecanismo, hace de En llamas una obra que tropieza en su afán por constatar sus propósitos.
En definitiva, la ópera prima de Kahn se siente tan convencida en su enfoque —por más que en ocasiones elabore una rara mezcla de temas— como imperfecta en el fondo. Algo que trasluce en esa conclusión un tanto impostada, torpedeando de algún modo lo alzado hasta entonces: y es que si bien hay un equilibrio y cohesión en su construcción entre lo social y lo sobrenatural, Kahn yerra las veces en sus pasos haciendo de su estimulante voz un tímido gemido que ni siquiera llega tan lejos como se podría esperar.

Larga vida a la nueva carne.