El pequeño Nicolás (Benjamin Massoubre, Amandine Fredon)

La creación de la felicidad

En el título original de la nueva adaptación cinematográfica de las novelas de El pequeño Nicolás, se añade el nombre de una canción compuesta por Paul Misraki y escrita por André Hornez, «Qu’est-ce qu’on attend pour être heureux?» que, traducido a nuestro idioma, sería: “¿A qué esperamos para ser felices?”. La versión de la pieza, interpretada por Ray Ventura, suena en repetidas ocasiones en la nueva película de Benjamin Massoubre y Amandine Fredon, que apela al mismo espíritu celebrativo a través de una aproximación amena, honesta e imaginativa tanto a la figura del personaje ficticio como a la de sus legendarios autores, René Goscinny y Jean-Jacques Sempé.

En El pequeño Nicolás, el trazo de un lápiz y la estampa de una letra sobre una hoja en blanco sirven para abrir una cinta sencilla en su dispositivo formal, pero confortable y, a ratos, brillante dentro de sus propias limitaciones, entregado a invocar fielmente el dibujo de Sempé. Entrelazando distintas capas de realidad sin romper con su propuesta estilística y, al mismo tiempo, sin que esta resulte repetitiva; el filme no es especialmente deslumbrante, ni tampoco novedoso, pero esas nunca llegan a ser sus aspiraciones.

En cambio, se produce un curioso juego metatextual entre Goscinny, Sempé y su universo de ficción, utilizado por los cineastas, por una parte, como interesante divertimento argumental, pero, por otra, para apuntar a una idea hilvanada maravillosamente sobre la génesis de la narrativa de estos dos artistas. Según la película, los libros del pequeño Nicolás son creaciones erigidas sobre los recuerdos de infancia de sus autores que, en la obra de Massoubre y Fredon, ven trenzado su pasado y presente junto a la realidad de su personaje. Al fin y al cabo, la extensión de su memoria a través del trazo y la escritura, en el cine, permite al espectador la proyección e identificación sobre la pantalla de sus memorias, viéndose no tanto como otro pequeño Nicolás, sino a su yo pasado leyendo las aventuras concebidas por Goscinny y Sempé.

Por supuesto, uno podría empaparse de un espíritu nostálgico algo discutible, demasiado presente en los tiempos actuales. De hecho, el verso al que nos referíamos anteriormente puede interpretarse en ese sentido, no obstante, El pequeño Nicolás termina dirigiéndose hacia un registro diferente. Un homenaje al trabajo de la pareja protagonista, pero, por encima de eso, como bien expresa el abrazo del pequeño Nicolás a la mano de su dibujante, Jean-Jacques Sempé, un homenaje al acto de crear. La felicidad de la canción de Paul Misraki, aquella que tenemos a nuestro alcance, así pues, no provendría de la materialidad superficial con la que muchos encapsulan en el pasado, sino del valor emocional o incluso espiritual de nuestras acciones, ideas, narraciones… Una felicidad que no se obtiene, se crea. La felicidad con la que uno se queda, incluso sin ser fan o lector de las aventuras del personaje, después de ver El pequeño Nicolás.

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