El castigo (Matías Bize)

El castigo, como diría Joseph Conrad, se precipita camino a las tinieblas del corazón o, mejor dicho, de la consciencia. Los protagonistas, Ana y Mateo, lo vivirán después de dejar a su hijo castigado en un frondoso bosque, con la intención de que no fueran más que unos segundos; desaparece y, a partir de ahí, la desesperación.

La desesperación de quienes, con la idea de instruirlo, se ven a sí mismos como unos monstruos y, con ello, las preguntas propias del espejo. La policía, poco tiempo después de anunciar la desaparición, llega al lugar donde se desarrolla la película, en un esplendoroso ejercicio de carácter espacial y donde, de algún modo, se funden los géneros en una misma película, recordando a los mejores trabajos de Ladislao Vajda.

El suceso, a lo largo de la narración, es el punto de partida sobre el que se descose aquello que subyace en la vida de sus protagonistas; desde el amor hasta las cuestiones implícitas que habitan bajo el concepto de la familia. La familia es un enramado difícil de comprensión para quien no la habita en particular. Cada una tiene unas características, unas verdades y, por consecuencia, unas mentiras. Estas, quizá, son aquellas que definen en su sentido último la conexión con los miembros. Y la película, accede a ellas de forma magistral.

La puesta en escena, así como la dirección, ganadora en el Festival de Málaga, es de un trabajo preciso en la consubstancialidad comunicativa de la narración. Matías Bize, el director, concede a la imagen (así como a la no-imagen) el nervio y el impulso necesario para dejar, desde el primer momento, al espectador con la opresión de quien se compadece, sufre y agita en su butaca. La película, aunque de ochenta y seis minutos, en ese espacio, tiempo y narración, sucede todo aquello que una pareja puede comunicarse; desde la necesidad, el afecto, miedos como roturas que, a pesar de todo, nunca se van a recomponer.

El final de la película, como si se tratara de una obra de Douglas Sirk, vuelve al principio pero de manera desmembrada. La verdad, aquello que subyace en las palabras de cada uno, tarde o temprano, y con la tensión de la pérdida, sale a flote. Ana y Mateo quizá recuperen a su hijo, pero, en este encuentro, en su vuelta, han perdido la posibilidad de caminar con la máscara que, como decía Arthur Schopenhauer, nos permite ser humanos.

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