Diva Futura (Giulia Steigerwalt)

En su segundo largometraje como directora, la ex-actriz italiana Giulia Steigerwalt explora el nacimiento de la industria pornográfica en Italia a través de uno de sus más grandes impulsores, el director y productor Riccardo Schicchi, fundador de la compañía Diva Futura e impulsor de las carreras de figuras como Ilona Staller ‘Cicciolina’, Moana Pozzi o Rocco Siffredi. Adoptando un enfoque biográfico, la película salta constantemente entre épocas durante los más de treinta años que sintetiza sobre la historia de Riccardo, centrándose indistintamente en sus hitos y dificultades profesionales y en la complejidad de sus relaciones personales, en particular la que establece con Éva Henger.

Al tratar de explicar el ascenso de la industria pornográfica a través de la figura de Schicchi, Diva Futura señala constantemente las conexiones con la filosofía ‹hippie› del amor libre y presenta a su protagonista como un idealista de la expresión sexual, alguien que, en sus propias palabras, puede ser «amoral pero nunca inmoral». En este sentido, la película ofrece una perspectiva que, a pesar de los claroscuros que deja intuir, resulta eminentemente positiva y ensalzadora hacia un personaje que tal vez requeriría un enfoque más matizado. Sin negar los aspectos sobre el personaje y sus principios ideológicos que a la cinta le gusta destacar, que sea prácticamente con una nota a pie de página como nos enteramos de que Schicchi estuvo involucrado con actividades de prostitución, presentándolo casi como un accidente inevitable porque “en esos sitios termina habiendo de todo”, o que firmó tratos con gente con muchísimos menos escrúpulos en la industria, entre ellos explotadores y abusadores, me resulta como mínimo una toma de decisiones discutible.

Y es que si Riccardo Schicchi es una figura tan defendible desde su punto de vista sobre la pornografía, su forma de ser y pensar la industria y el mercado sexual y su oposición sistemática a prácticas de explotación y abuso, entonces lo debe ser asumiendo todos los episodios que, sea por ingenuidad, por mal cálculo o porque realmente no tuviera tantos escrúpulos como nos quiere hacer creer este film, le hicieron también contribuidor de facetas perversas de la industria. Diva Futura evoca con entusiasmo poco disimulado la filosofía del personaje y narra a través de este, de Éva y de las actrices que trabajaron para él una historia en la que los elementos cuestionables o inmorales son siempre ajenos a su voluntad o inevitables.

Aplaudo la decisión de Diva Futura de dar una visión humana y no condenatoria de frente sobre la industria pornográfica, centrándose en aspectos de sus ideologías de base, su visión anti-censura y su mensaje pro-libertad de expresión y sexual que las personalidades que representa en pantalla profesan. Lo que no me cuadra es que esto se haga pasando de lado por todo lo discutible o controvertido, y me molesta especialmente porque la película es, de hecho, bastante eficaz en esta revisión de los hechos. Gracias a sus interpretaciones sólidas y a la gran sensibilidad dramática que demuestra, logra construir personajes con los que se empatiza con facilidad, y con ello tiende a aislar las consecuencias reales y turbias de sus decisiones de una suerte de dimensión ideológica con la que el espectador puede simpatizar fácilmente.

Tras ver la película, no puedo dejar de darle vueltas al hecho de haber visto algo que considero indudablemente bueno, lleno de cualidades a la hora de tratar a sus personajes y sus relaciones, y que dignifica sus posturas y sus decisiones tanto personales como en lo que se refiere a sus roles en esa industria que la película traza, a través del protagonista, como heredera del idealismo ‹hippie› de los 60 y 70 e hija de la conciencia social antiautoritaria de la época; pero que fundamenta su discurso y la complicidad ideológica con Schicchi en hacer trampas y ocultar los hechos que la matizan o, como mínimo, generan escepticismo tanto sobre sus intenciones como sobre sus logros. Hay mucho que admirar en esta segunda cinta de Steigerwalt, en cuanto a los compromisos que asume en un tema como la industria del porno, que nunca dejará de resultar controvertido y abierto a debate desde todos sus elementos e incluso desde su misma existencia, así como en cuanto a la ejecución, su pulso narrativo y su mirada empática y respetuosa, hasta el punto de que logra estremecer de manera inesperada con las escenas finales de Moana Pozzi y su batalla contra el cáncer; pero también hay, sin soslayar estas cualidades, mucho que señalar y discutir acerca de sus métodos.

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