Decorado (Alberto Vázquez)

Los monstruos de la sociedad están de nuevo presentes en el tercer largometraje de Alberto Vázquez. Aunque para paliar una soledad invisible pero acuciante, e incluso los verdaderos problemas de cualquier ciudadano de a pie, quizá los monstruos no se antojan tan malos como pudiera parecer; o quizá es que huir de ese decorado, del reflejo que nos devuelve cada mañana el espejo insistiendo en que dejemos de engañarnos y afrontemos de una vez por todas nuestra realidad, siempre es más fácil —aunque no tanto como parece—.

El cineasta gallego vuelve pues sobre algunos de los temas habituales de su cine, y lo hace en esta ocasión apelando a un sentido narrativo mucho más depurado y una mayor concreción. De hecho, y si el cortometraje que daba lugar a este nuevo trabajo por parte de Vázquez se componía a través de una serie de ‹sketches› en los que ir presentando y desarrollando a sus distintos personajes, Decorado se siente como la pieza más madura y compacta dentro de su corta trayectoria en ese aspecto. Ello no implica que sus anteriores trabajos, más anárquicos en un cierto sentido, incluso salvajes y desmesurados —aunque aquí también entra en juego la baza humorística, sobre la que ya nos extenderemos—, fueran fruto de una precocidad y falta de miras casi habituales en un debut: más bien al contrario, el arrojo con que componía Vázquez sus films previos casi se antoja, más que irracionalidad, una claridad en sus propósitos apabullante.

Controlar el descontrol, teñido de ramalazos, apuntes de ingenio y un caos desbordante, resulta complejo, pero en menor medida: la acumulación concede esa ventaja de que uno no debe seguir una fina línea sin salirse de ella. No es que con Decorado el realizador siga, ni mucho menos, esa fina línea, pero sí se encuentra un mayor poso, una uniformidad distinta, que concede un terreno mucho menos escarpado. La estructura se sigue desarrollando en actos clásicos —incluyendo un gran clímax final—, pero con una nitidez que supone un riesgo mayor, si cabe, del que su autor sale airoso. Estamos ante un cineasta que continúa teniendo claro a dónde apuntar, y no lo oculta en ningún momento, pero además lo ejecuta con una precisión que le permite manejar un temple distinto en cuanto a lo formal y narrativo se refiere.

Decorado se sumerge de nuevo en esas referencias diáfanas que maneja el director, y logra con un humor menos ácido e irreverente llegar tan lejos como siempre había conseguido. Quizá, en su debe, se encuentra un fondo un tanto reiterativo por momentos, que redunda sobre algunos de sus hilos temáticos y muestra un cierto estancamiento. Ante ello, el film fluye como de costumbre en manos del coruñés, pero probablemente de un modo menos pragmático, un espacio que quizá sí le concedía ese formato donde el ‹sketch› se propulsaba con mucha más fuerza, y aunque fuese a modo ametralladora, arrojaba cuestiones sin esperar nada ni a nadie.

Podemos decir, pues, que con este nuevo largometraje Alberto Vázquez se ha enfrentado a su film menos conformista, que no es poco. Todo un desafío que consigue conjuntar la fiereza habitual de su discurso y la devoción absoluta por una forma desbordante y excesiva, que sin embargo no es condescendiente con sus criaturas, más bien al contrario: su cometido no es óbice para evitar un trasfondo muy necesario. Un mundo corrosivo y exuberante donde lo normal, abrazar ese decorado, se transforma en anomalía: un poco como la historia de ese pato Ronald (¿casualidad que el protagonista se llame Arnold? no lo parece), estereotipo siempre al margen y encubierto como si de un apestado se tratara en el Hollywood de toda la vida, que en Decorado es aclamado (de nuevo) y reinsertado… o, esperen, ¿quizá esto también sucede en el Hollywood de toda la vida (cuando conviene)? Sea como fuere, Alberto Vázquez pone los puntos, y que sean los demás quienes pongan las íes.

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