Dario Argento… a examen (II)

Él fue, junto con Mario Bava, uno de los principales precursores del ‹giallo›, subgénero (aunque con el tiempo haya pasado a tener entidad propia) que tomó su nombre de las numerosas novelas policiacas de portada amarilla (color que traducido al italiano nos lleva a la palabra ‹giallo›) que poblaban el panorama en Italia y que dió sus primeros pasos con la fundacional La muchacha que sabía demasiado del ya citado Bava. Junto a ella, años más tarde aparecería El pájaro de las plumas de cristal, que resultó otro de los puntales del género y fue realizada por Argento con apenas 30 años, quien a partir de ahí ofrecería otros títulos como Rojo oscuro y Suspiria (pese a no estar enmarcado en la tendencia del ‹giallo›, es considerada una de las referencias por muchos fans del género), que también resultarían esenciales en ese enclave.

Con Tenebre, aunque nos topamos ante una de las mal llamadas obras menores del autor italiano (del que, además de las citadas, están ahí la de culto Phenomena, Inferno —segunda parte de su trilogía sobre “Las tres madres”— o incluso uno de sus primeros films, El gato de las nueve colas), lo que obtenemos es un pragmático ejercicio de género donde Argento se acoge a algunas de sus particulares constantes para narrar otra de esas historias de asesinatos, psiques desquiciadas y potente banda sonora donde un famoso escritor se verá envuelto en una serie de homicidios que apuntan directamente a una de sus novelas.

Segundo film parcialmente rodado por el cineasta transalpino en Estados Unidos (donde posteriormente sí rodaría íntegramente Trauma) y ambientado en parte en New York, contaría en él con algunas de las caras más reconocibles del panorama como la de Mario Bava a modo de asistente en la dirección, Goblin como compositores (autores, ahí es nada, de las BSO de Suspiria o Rojo oscuro) y otras de menor trascendencia como Luciano Tovoli como director de fotografía (quien, además de ser responsable en esa faceta de Suspiria, había colaborado con cineastas como Antonioni) o uno de los alumnos aventajados del propio Argento como es Michele Soavi, que años más tarde, además del documental El mundo de horror de Dario Argento, dirigiría cintas como la maravillosa Mi novia es un zombie o Aquarius.

Evidentemente, todo ello no significa nada en un género donde las colaboraciones eran habituales, pero si nos sumergimos de lleno en Tenebre, poco bastará para comprobar que tras ella se esconde otro de esos inspirados trabajos que demuestran por qué su director todavía es venerado a día de hoy (pese a sus últimos films). Para empezar, ya nos encontramos con un brillante prólogo donde se nos advierte de las intenciones de la película en cuestión, con unas manos embutidas en guantes negros pasando páginas de un libro que cobra tonalidades amarillas ante el fuego de la chimenea y en el que el asesino lee unos inspiradores (para su obra) párrafos.

A partir de ahí, se iniciará otro ejercicio con todas las constantes del ‹giallo›: un investigador impostado representado por la figura del escritor Peter Neal, sangrientas y excesivas muertes a manos de un psicópata que nunca se desprende de sus guantes negros o su cuchilla, la martilleante (y portentosa) banda sonora de los ya mentados Goblin creando una atmósfera irrepetible, la gradación narrativa de un ‹crescendo› que siempre depara lo mejor y, cómo no, una psique quebrada por traumas pasados que aquí, extrañamente, cobran entidad mediante ‹flashbacks›.

Es en ese punto donde hallamos una de las claves diferenciales con lo visto hasta el momento de Dario Argento, pues esos pesadillescos ‹flashback› que incluso poseen algo de onírico, rompen con la tendencia del cineasta de no desvelar excesiva información acerca de sus asesinos otorgando en Tenebre un mosaico de lo más interesante donde exponer una perspectiva distinta que culmina con un último plano que revela la identidad del asesino. Plano que, generalmente, se revelaba gracias a la mirada de algún personaje, pero que aquí ocurre por la propia cámara en otro de esos gestos disonantes con el habitual hacer del italiano.

Aunque Tenebre no posee el esmerado sentido estético de sus anteriores propuestas, la cámara sigue siendo manejada con un pulso sobrenatural y apenas son necesarios juegos de iluminación o derroche visual para lograr una atmósfera que Argento consigue con el simple manejo de la ‹steady› y la inclusión de la banda sonora, logrando así suscitar a la perfección ese terror tan etéreo en unas ocasiones como visceral en otras.

Quizá sí se le puede achacar algún desliz narrativo (en especial, en los últimos compases de la obra), pero el culmen es, como casi siempre en el cine del italiano, uno de los puntos fuertes de una cinta que, por si todo ello fuera poco, deja además uno de esos planos secuencia de ensueño. Un plano secuencia que se podría tildar cuasi de definitorio al recorrer un edificio escalonado, de líneas sencillas pero un intencionado desorden que es el que parece asolar cada film de un cineasta que, aunque vuelva vez tras otra a sus herramientas de trabajo habituales (plano subjetivo, marcada visceralidad, circenses giros de guión, etc.), se muestra como un autor tan único y personal como los más laureados de la historia del cine.

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